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Otra cuestión de prismas: la satisfacción en el fútbol

En-Nesyri recibe la encendida felicitación de De Jong tras el 1-1.

En-Nesyri recibe la encendida felicitación de De Jong tras el 1-1. / Robert Ghement / Efe

Al fútbol se puede acercar uno desde tantos prismas como individuos apegados al deporte rey hay en el mundo. Si cada aficionado tiene un entrenador dentro, es lógico que también exista un prisma distinto desde cada una de esas visiones. Desde luego, hay dos conjuntos de prismas bien definidos: el de los hombres de fútbol con carné y el de los que pagan un carné, o un canal televisivo, para llenar su ocio con el fútbol. Luego, hay aficionados que tienen alma de entrenadores, algunos que ven muy bien el fútbol y otros que no se enteran de qué va la cosa por muchos partidos que lleve en sus canas o su alopecia. Y cada uno sale más o menos satisfecho según qué partido.

La satisfacción es una cuestión de prismas también. Y dentro de ese frente encontrado entre los tecnicismos y el fútbol desde dentro y los hinchas, en Rumanía se dio un contraste frontal entre la plena satisfacción de Julen Lopetegui, según dijo en su análisis posterior, y el desapego más o menos generalizado por el juego del Sevilla. Este equipo, de momento, tiene poco tirón.

El último partido en casa fue un buen ejemplo de ese desapego creciente entre el fútbol de Lopetegui y sus aficionados. Pocas veces sonó tan desvaído, tan desentonado y descompasado el Himno del Centenario en el otrora fortín de Nervión. Y no se trata ya de la cantidad de puntos que volaron del Ramón Sánchez-Pizjuán, sino de la poca fe con la que el aficionado acude cada domingo a ver, o intentar ver, fútbol. O al menos, el fútbol que él espera desde su cándida visión del deporte rey.

El partido ante el voluntarioso y limitado Cluj rumano tenía su guasa. Porque arribaba a la fría Rumanía un Sevilla muy desnudo. Un Sevilla en el que tiene que ser cambiado, por inoperancia, su primer capitán, Jesús Navas; del que sale rumbo a China su segundo capitán, Carriço; en el que su tercer capitán está lejos de ser el futbolista que subía la banda ante el Liverpool en Basilea, Escudero; y en el que ni siquiera juega el cuarto capitán y otrora alma máter del equipo campeón, Éver Banega. Un Sevilla en el que aparece como solución un híbrido entre central y medio centro defensivo como Gudelj para desarrollar el juego que satisface a Lopetegui, que entendió que su equipo hizo "muy buen partido y mereció el triunfo".

Afortunadamente para Lopetegui, los cambios, muy tardíos, le funcionaron y dos de los futbolistas que salieron para tocar un desesperado zafarrancho final que enterrase el marasmo insufrible hasta entonces fueron protagonistas del 1-1. En-Nesyri, que había salido por Jesús Navas para que Koundé se redimiera de su inocente mano metiendo veneno por la derecha, marcó tras la generosa sutileza de De Jong. Y el defenestrado Rony Lopes demostró que aún tiene dinamita en su zurda.

Pero hasta entonces, hasta ese arreón de lo que llamó Lopetegui "carácter y personalidad" en un "escenario difícil", nada. Un bostezo tras otro, entre anotaciones táctico-técnicas que al hincha le importan un bledo. Y del desapego nacen los desamores. Cuidado.

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