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Números frente a críticas: el octavo del mundo y el fútbol control

Lopetegui, durante el manteo de sus jugadores en Colonia, tras la Europa League.

Lopetegui, durante el manteo de sus jugadores en Colonia, tras la Europa League. / Friedemann Vogel / EFE

En este fútbol contemporáneo que se guía más como producto industrial de ocio a gran escala, con sus balances económicos y estadísticos, que como actividad lúdica de gran trascendencia social no debería sorprender que los grandes logros sean cuestionados. En el Sevilla es el pan nuestro de cada día: grandes resultados deportivos y críticas más o menos fundamentadas entre sus seguidores.

Desde el club de Nervión encontraron durante su crecimiento en este siglo el concepto para definir esto y le pusieron el nombre de exigencia. Y no siempre se debe confundir exigencia con el disgusto por la imagen que irradia un equipo. Siempre habrá matices, pero en estos momentos, ese contraste vive un pico alto, tras la pobre imagen del Sevilla en Vitoria.

Curiosamente, este pico alto de la exigencia coincide con otro frío número que sumar a la cuenta de éxitos sevillistas: la Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol (IFFHS, International Federation of Football History and Statistics) acaba de publicar su clasificación del año 2020, según su estudiado baremo, y el Sevilla de Lopetegui, cuyo juego está tan cuestionado en estos momentos, es el primer español de la lista y el octavo del mundo. Casi nada.

El Bayern Múnich, que sufrió para superar al Sevilla en la Supercopa de Europa, lidera la lista de mejores equipos de 2020, con 260 puntos, y el Sevilla es octavo, con 213. Tras el súper campeón bávaro están Palmeiras (230 puntos), PSG (226), Inter (223), Manchester City (221), Milan (220) y Juventus (218). Por detrás del Sevilla, Barcelona (13º, 199 puntos), Granada (19º, 186), Atlético (23º, 181) y Real Madrid (25º, 175).

El aval de la IFFHS, que ya declaró al Sevilla mejor equipo del mundo en 2006 y 2007 –y octavo y noveno en 2016 y 2018–, confirma otro dato numérico con el que se consagró el Sevilla en 2020, año que terminó octavo en el ranking oficial de la UEFA. Y algunos se preguntarán por qué protestan o se quejan tanto los sevillistas... a través de las redes sociales. El debate entre club y afición sería más crudo con público en el estadio.

Desde fuera, los analistas futbolísticos incluso se sorprenden de esa exigencia, que a veces se convierte en un eufemismo para definir el enfado puntual con que puede acoger el sevillismo cada logro. Pero el fútbol es lo que es por la respuesta de los seguidores ante lo que ofrece su equipo, que sienten como suyo. Y ahí no hay estadísticas que midan el estado de ánimo.

Es significativo en este sentido el cabreo con que recibió el sevillismo el triunfo con emoción sobre el Alavés. Bono tuvo que interferir positivamente para evitar el empate postrero al detener un penalti, después de que el árbitro del encuentro, el debutante en Primera Díaz de Mera fuera fiel a la nueva interpretación que el VAR ha impuesto de las manos en el área. El VAR, otro avance tecnológico del fútbol que con sus virtudes y sus defectos no termina de hallar cariño entre los nostálgicos del fútbol de siempre, es otro factor a tener en cuenta. Y el sevillismo achaca a Lopetegui, cuyo sello está más que definido, que deje al pairo del azar que unas manos u otro accidente tiren por el suelo un resultado positivo, teniendo armas para atarlo.

Es la cortapisa del fútbol control a veces plano, de seguridad defensiva y poco riesgo en la faceta ofensiva, de marcadores siempre apretados. El sevillista quiere ver cuarto a su equipo, que está empatado a puntos con el Villarreal con un partido menos. Y presumirá de ser el octavo mejor del mundo en esas mismas redes sociales en las que vuelca su enfado. Pero también quiere ver un fútbol menos especulativo, menos rígido en lo táctico. Quién sabe, alguna improvisación: que tu portero tire un penalti en medio del partido, aunque luego el VAR ponga las cosas en su sitio del nuevo orden futbolístico, con sus estadísticas y sus rigorismos. Es decir, pide más alegría y menos porcentajes de posesión.

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