Valladolid-Sevilla

El control al filo del abismo

  • La contracrónica: El triángulo pétreo formado por Koundé, Diego Carlos y Fernando más el juego con balón de Banega, Óliver o Mudo hacen al Sevilla el mejor visitante

Vaclik bloca el balón ante Gudelj en el tramo final, un gesto de control que desepera al rival.

Vaclik bloca el balón ante Gudelj en el tramo final, un gesto de control que desepera al rival. / R. García / efe

El Sevilla de Lopetegui es el rey a domicilio de la Liga. Ningún equipo ha ganado ni ha puntuado más como visitante. Los 16 puntos de 24 posibles ponen la cifra exacta a esa fórmula mágica que ha hallado el técnico guipuzcoano para desesperar a las aficiones contrarias, que empiezan a ver en su Sevilla a un visitante indeseado, desagradable por cómo plantea los partidos, por cómo los va minando hasta hacerse con ellos.

Eso sí, también desespera a la afición propia por esa tozudez en pavonearse al filo del abismo. Solamente en Cornellá ganó con cierta holgura en la Liga este Sevilla que fundamenta su fuerza pétrea en el núcleo duro que forman Koundé, Diego Carlos y Fernando. Ese triángulo de granito es la piedra angular de este Sevilla malage –malaje según la RAE– para la afición local cuando juega de visitante. Sobre él se construye una pirámide de austera arquitectura y livianos ornamentos en los adornos y las pinceladas de Banega, Ocampos, Óliver Torres o Franco Vázquez.

En la azotea de la estructura trapezoidal chirría De Jong por su tosquedad con el balón. Pero Lopetegui sigue ganando con él como primer elemento de erosión del rival. En el José Zorrilla no fue tan determinante su juego como en la primera parte del derbi. Tampoco marcó el gol decisivo. Estuvo lejos de ello. Y extrañamente terminó el partido, por la forma en que parecía entorpecer incluso algunos contragolpes del Sevilla. Pero Lopetegui sigue confiando en él. Y con él sigue ganando. Chitón.

El rey a domicilio también es el equipo que no mata los partidos. Banega tuvo que ser cambiado y sin él siempre corre el peligro este Sevilla de no completar el juego ofensivo, de no darle salida al equipo ni continuidad a los ataques. Pero lo cierto es que el Sevilla que mejor interpretó ese fútbol control al filo del abismo fue el que tuvo en la medular a dos maestros de mostrar y esconder el balón como Óliver Torres y Franco Vázquez, dos trileros de la pelota que inventaron taconazos y recortes junto a la cal, donde otros se asfixian, para seguir manteniendo al Sevilla elegantemente erecto sobre el pretil de la azotea, sin vértigo ni mareos.

El aficionado es otra cosa. El aficionado no entiende de presión coordinada, repliegue intensivo, coberturas, ayudas y bloqueos de centros y disparos. Ahí manda Fernando. El aficionado quiere ver cabalgar a Jesús Navas o a Reguilón para que pongan un centro sobre la marcha y que De Jong remate a gol con la frente tras volar imponente sobre los rivales. Pero este Sevilla juega a otra cosa distinta de algo tan académico. Lo suyo es la emoción de le mot juste, la palabra justa en cada momento. La lectura idónea de cada instante. Para qué decir más, si con el 0-1 está todo dicho y se mantiene la emoción.

Sobra en esa flaubertiana visión del fútbol, además de la tosquedad de De Jong, el histrionismo de Ocampos. Lo que se temía el aficionado sevillista que aguantaba estoico a la hora de cenar un Valladolid-Sevilla acabó produciéndose en el minuto 91. Su expulsión no empañó el fútbol control. Esos minutos finales con Franco Vázquez, desde la lesión de Jesús Navas, con el brazalete de capitán venía a señalar que este Sevilla tan burocratizado también construye su fútbol de control sobre la seda del Mudo o de Óliver. El tercero de la Liga no tiene vértigo por ahora.

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