Sevilla FC | El reportaje

Renato, de SFC a SFC

  • El silencioso y eficaz multiusos de aquel Sevilla de Juande o Jiménez colgó anoche las botas en Brasil

Renato, en un Santos-Palmeiras de la final de la Copa de Brasil de 2015.

Renato, en un Santos-Palmeiras de la final de la Copa de Brasil de 2015. / Sebastiao Moreira (EFE)

Su partida de nacimiento reza que vio la luz un 15 de mayo de 1979 en Santa Mercedes, pequeña localidad del estado de Sao Paulo. Pero a Renato Dirnei el corazón lo impulsó algo más allá de la gran urbe paulista. Hasta Santos. Donde mora el club que deificó a Pelé. Allí despuntó Renato cuando llegó del Guaraní en 2000 y allí colgó las botas, y el sombrero –¿cuántos no habrá hecho en sus 20 años de carrera?– ayer noche ante el Atlético Mineiro, en un partido más del Brasileirao.

Del blanco del Santos empezó a ser alguien. Tanto, que Carlos Alberto Parreira se lo llevó a la Verdeamarelha, donde asió el timón de cinco brasileño, que no argentino, para conquistar en Lima aquella Copa América del 2004 ante la Albiceleste de Bielsa. De Ayala, Zanetti, Mascherano, de Tévez.

Por entonces, Renato ya sabía que ligaría su destino a otro club de blanco radiante al otro lado del Atlántico. Monchi se lo procuró a Caparrós. En agosto de 2004, aquel Sevilla abría Liga ante el Albacete en Nervión. Renato debutó tras el descanso. Casquero le dio el testigo. Y el brasileño tardó dos minutos en cantar gol con su voz aflautada. Ese tanto sería decisivo. Como tantos de sevillista. Hizo hasta 39 en sus siete años de discreto servicio a la causa sevillista.

“Discreto” en su acepción más blanca: jamás alzó la voz si se tuvo que sentar en el banquillo, a pesar de su incuestionable ascendencia en el juego colectivo y su liderazgo en el vestuario. Siempre estuvo a lo que dispusiera Juande Ramos, consciente de que jugar en aquel enorme Sevilla que iba para campeón estaba realmente caro: con Caparrós actuó en 33 partidos de la Liga 04-05 y con el manchego, sólo en 21 de la 05-06. Pero con el mismo sigilo que irrumpía en el área desde la segunda línea para marcar de cabeza o con un pase a la red –fue hasta segundo punta–, Renato se hizo con un hueco entre los preferidos del sevillismo.

No era veloz y su técnica, en su caso sí exquisita, lo hizo mantenerse a flote en las marejadas habituales del fútbol europeo, mucho más frenético que el balompié donde echó cuerpo. Con sus recursos, su inteligencia y sus recios hombros protegió el balón y con su cuajo y su sonrisa eterna, protegió al Sevilla de sus posteriores vaivenes: fue sostén con Jiménez en las buenas y las malas y rebañó las últimas gotas de ambrosía para meter al crepuscular Sevilla de Manzano en la UEFA.

“Renato paz y amor, Renato paz y amor”. Así recordaba Kanoute la figura de su compañero, que sofocaba todo conato de tángana en los partidos con su buen rollo. Tras su eclosión en aquel SFC, cuelga su sombrero en el otro SFC de su corazón. De chapeau.

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