El niño de los dedos mágicos, el ojito derecho de Maradona, protagonista indirecto del pisalo, pisalo... Domingo Pérez, el último fisioterapeuta de una saga histórica en el Sevilla, es el único socio que puede decir que mamó sevillismo. Se crio, jugó, enfermó, hizo sus deberes y se tomaba de niño los tazones de leche en el Ramón Sánchez-Pizjuán. Privilegiado a más no poder y envidia de los chiquillos de la época, recibió de su club un bonito homenaje en el año de su jubilación.

Todo bondad y con talante sereno, guarda miles de secretos de más de una década de fútbol, de aquellos años convulsos, irrepetibles y a la vez históricos y apasionantes del Sevilla de Maradona y Bilardo, pero también de los Suker, Polster, Zamorano, Simeone... y más atrás en el tiempo, en los años de Manolo Cardo, con Francisco, Álvarez, Pintinho, Santi, López, etcétera.

Hijo de Manolito Pérez, una institución con –literalmente– las llaves en su bolsillo del Sánchez-Pizjuán, pues tenía su vivienda en la esquina de Gol Sur, junto a la puerta 5, y nieto de Manuel Pérez, Domingo recibió en el antepalco del estadio el cariño de todo el sevillismo en un acto organizado por el club y presidido por José Castro y José María del Nido Carrasco. El director general deportivo, Monchi, con quien compartió tantas horas de banquillo, también arropó a Domingo Pérez, así como un buen puñado de varios futbolistas de distintas épocas como Enrique Lora, Curro Sanjosé, Paco Gallego, Antonio Álvarez, Manolo Jiménez, Rafa Paz o Antoñito. Tampoco faltó a la cita Manolo Cardo.

Otros estuvieron presentes y tuvieron una intervención por vídeo, como el actual capitán, Jesús Navas, o el ex guardameta Juan Carlos Unzué.

Al cierre del acto, el Sevilla, a través de su presidente, le hizo entrega de la máxima distinción que otorga el club, la insignia de oro. Un premio y un reconocimiento a un sevillista y profesional de una pieza que también fue reconocido en la última Junta General de Accionistas.