Cuando el reloj se pare
Mañana nace un Jesús Navas que ni él sabe quién es, un desconocido para quien la vida siempre fue sólo competir y competir

En una milésima de segundo habrá pasado una eternidad. Con el lateral de la frente apoyado en el frío vidrio del ventanal de un vagón de tren hasta Santa Justa, Jesús vendrá de vuelta de Madrid con mil preguntas. Puede que no, lo más seguro es que sus compañeros no lo dejen solo en ningún momento. Que esa soledad llegará ya el lunes, mañana, o quizá ya con el nuevo año, cuando los focos de esa fiesta de despedida que le preparan en el Sánchez-Pizjuán –que será un no parar de recibir emociones– se apaguen definitivamente.
Llegará el primer momento de duda cuando, una vez bajado del autobús en la ciudad deportiva, arranque su coche, active la calefacción, puede que la radio y ponga rumbo a Los Palacios camino de ninguna parte.
Y empezará el verdadero sufrimiento de Jesús. Echará de menos esos dolores en la cadera que no le dejen andar ni pegarle al balón con sus hijos en el césped del jardín de su casa. Hasta dará cualquier cosa por que vuelvan.
Pese a que acepte una de esas muchas ofertas de seguir ligado de cerca al fútbol, a lo que ha sido su vida, en un grupo de trabajo, en un cuerpo técnico o donde él quiera, ya nunca nada será igual. Pasarán como la estela de un cometa por su cabeza esos cerca de 900 partidos a toda velocidad como borrosas sombras de blanco, de celeste y de rojo, los colores a los que ha estado agarrado en estos 21 años en el Sevilla, en el Manchester City y en la selección española siempre al máximo nivel, la única manera en que entiende esto. Por eso ver a su Sevilla sufrir como lo ha hecho en los últimos años le hacía morderse los labios y apretar los puños. La vida daba por ello.
No le ha faltado nada a la impresionante carrera de Jesús Navas que este domingo de la Lotería firma y sella con lágrimas en los ojos. Quizá algo más de gol, quizá algo más de personalidad en el campo para ser mucho más líder de lo que es. Pedir por pedir. A Maradona también se le podía pedir algo de cabeza...
Quedan muchas cosas por hacer, pero lo difícil será encontrarle el punto a esta nueva vida con la que se da de bruces este genio sin dobleces con alma de niño, este duende que quiere seguir corriendo por sus amigos Antonio Puerta y José Antonio Reyes y que ahora ya lo hace por sus hijos.
Había algo muy grande en las miradas, furtivas y curiosas, a su padre de su hijo mayor en la noche del Celta. Su afán era ver si sus ojos se llenaban de lágrimas. Para un hijo ver llorar a un padre es algo antinatural. El cerebro humano no lo procesa ni por que sea, como fue el caso, por emoción y alegría.
Mañana nace un nuevo Jesús Navas, alguien que ni él mismo sabe quién es. Un desconocido para quien la vida desde que tiene uso de razón siempre fue un balón y competir, competir y competir. Correr, regatear y centrar; correr, regatear y centrar... Ahora el reloj se para y hay que volver a darle cuerda. Jesús lo tiene todo para que siga siendo posible disfrutar, siempre disfrutar...
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