Crímenes de agosto

Diez años del verano de sangre de Su Eminencia

Diez años del verano de sangre de Su Eminencia Diez años del verano de sangre de Su Eminencia

Diez años del verano de sangre de Su Eminencia / Rosell

Su Eminencia, el barrio que hoy se levanta contra los cortes de luz continuos que sufren la mayoría de sus vecinos, vivió hace diez años un verano bien distinto al actual. No había apagones ni encierros como el de esta semana en un centro cívico, pero la crisis económica de la que el país todavía no había salido había golpeado con fuerza esta zona. Estos días se cumple una década del agosto de sangre que se vivió en 2012 en el barrio, cuando se sucedieron dos crímenes en menos de dos semanas. Con el recuerdo a lo ocurrido entonces se inicia esta serie de reportajes que acompañarán a los lectores durante los cuatro domingos de este mes de agosto.

El primero de los dos homicidios de aquel verano sangriento se produjo la madrugada del 5 de agosto. No era todavía muy tarde. Pasaban unos 30 minutos de la medianoche y aún había muchos vecinos despiertos. Quien estuviera dormido seguramente se despertó por el estruendo que hizo un coche al chocar contra un contenedor de reciclaje de vidrio. En un principio parecía un accidente de tráfico, pero pronto la zona se llenó de policías. El conductor del coche tenía varias puñaladas y estaba muerto no por el choque, sino desangrado.

La víctima era Rafael P. A., un joven de 30 años del barrio apodado el Chaleco y que contaba con varios antecedentes. Hasta 18 detenciones se acumulaban en su historial, la mayoría de ellas por robos. Los investigadores averiguaron que el Chaleco había protagonizado un incidente minutos antes de estrellarse con su coche. Se había enfrentado a unas personas que estaban cenando en una pizzería de la calle Ingeniero La Cierva, la avenida principal del barrio, y también en la que estaba ubicado el contenedor contra el que se empotraría el coche del difunto.

La calle Ingeniero La Cierva, llena de policías la noche del 5 al 6 de agosto de 2012. La calle Ingeniero La Cierva, llena de policías la noche del 5 al 6 de agosto de 2012.

La calle Ingeniero La Cierva, llena de policías la noche del 5 al 6 de agosto de 2012. / Juan Carlos Muñoz

El Chaleco había atravesado la calle en bicicleta e insultó a los comensales. Luego lo hizo en un coche. Dice la sentencia del caso que la víctima increpó a los acusados. Éstos cogieron los cuchillos de sierra con los que estaban cenando y se abalanzaron sobre su rival. La Policía llegó a decir en su día que el origen del crimen fue un cruce de miradas.

A través de la ventanilla del conductor, cada uno de los sospechosos le lanzó al menos una cuchillada, "dos de las cuales alcanzaron distintas partes de la pierna izquierda, con la que la víctima daba patadas impidiendo la agresión mientras intentaba alejarse corriéndose hacia el asiento del copiloto". Seguidamente, el Chaleco consiguió evadirse de sus agresores, arrancar el coche y alejarse, si bien cuando había conducido "pocos metros" detuvo el vehículo, salió del mismo y acercándose hacia los acusados les gritó "mirad lo que me habéis hecho", tras lo que volvió al vehículo.

Ante esto, uno de los agresores volvió a coger el cuchillo de la mesa y corrió hacia el coche, se introdujo por la ventanilla del conductor y agredió al fallecido, lanzándole una puñalada al pecho que alcanzó el corazón y le causó la muerte. Tras ello, y una vez que el autor del crimen se alejó del vehículo, el fallecido consiguió conducir unos metros hasta que colisionó contra un coche y un contenedor de vidrio, falleciendo de manera rápida.

La Policía identificó rápido a los agresores, pero tardaría unos meses en detener a uno de ellos, que se había refugiado en una parcela fuera de Sevilla. La Audiencia Provincial de Sevilla condenó al autor del crimen a 12 años de cárcel, mientras que un cuñado de éste recibió una pena de siete años por un delito de tentativa de homicidio, que luego el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) rebajaría a cuatro años.

Once días después, un nuevo crimen cometido a escasos metros del lugar en el que cayó muerto el Chaleco conmocionaría al barrio. Ocurrió en la calle Trópico. Como en el caso anterior, el móvil del homicidio fue una banalidad, un leve golpe que el vehículo de la víctima, un joven de 22 años identificado como Francisco Javier M. A., dio a la moto que se acababa de comprar el agresor, un menor de 17 años.

Una agente de la Policía Nacional toma muestras en una barra de hierro. Una agente de la Policía Nacional toma muestras en una barra de hierro.

Una agente de la Policía Nacional toma muestras en una barra de hierro. / Juan Carlos Vázquez

Hubo una discusión entre ambos y el chico dejó la moto aparcada y se marchó, para regresar luego con una regla de albañilería con la que rompió la luna trasera y uno de los laterales del coche de Francisco Javier. La víctima respondió a este ataque esgrimiendo un martillo, y el menor le asestó tres puñaladas, dos en el tórax y una en el cuello, que le seccionó la garganta.

El adolescente se marchó del lugar pero luego fue su propio padre quien, al verlo ensangrentado al regresar a casa, llamó al 091 para entregarlo a la Policía. Mientras, los familiares de la víctima irían llegando al lugar en el que permanecía el cadáver cubierto por unas sábanas. Hubo momentos de tensión, desmayos y mareos. El menor terminó aceptando una condena de ocho años de internamiento, la máxima pena que permite la Ley del Menor.

No acabaría aquí la leyenda negra de la zona, pues el dueño de un taller de motos del barrio estaría implicado en otro brutal homicidio cometido cuatro años más tarde, el de un gestor que fue torturado hasta la muerte y cuyo cadáver apareció quemado en el interior de su coche en un descampado.

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