El vigoréxico acude al psicólogo para tratar sus relaciones de pareja
La sociedad que premia la imagen física masculina fuerte dificulta la conciencia de un trastorno marcado por la obsesión en la alimentación y el ejercicio
El DSM4-manual por el cual los profesionales de la salud mental pueden categorizar los desordenes mentales y a quienes lo padecen no cataloga la vigorexia como una enfermedad, sino como una variante del trastorno dismórfico corporal. Entre Los signos más frecuentes están mirarse constantemente en el espejo y aún así sentirse enclenques ; invertir todas las horas posibles en hacer deportes para aumentar la musculatura, y pesarse varias veces al día y hacer comparaciones con otras personas que hacen fisicoculturismo. Según Alicia López de Fez, psicóloga clínica con pacientes en consulta con este desorden de la imagen física explica que "la enfermedad deriva en un cuadro obsesivo compulsivo, que hace que el vigoréxico se sienta fracasado, abandone sus actividades y se encierre en un gimnasio día y noche". Además, "siguen dietas bajas en grasas y ricas en hidratos de carbono y proteínas para aumentar la masa muscular, por lo que corren mayor riesgo de abusar de sustancias como hormonas y anabolizantes esteroides".
La especialista apunta que debido a que la sociedad "refuerza positivamente la imagen del hombre fuerte y musculado, se hace muy difícil la conciencia de enfermedad". En este sentido, la primera vez que una persona con vigorexia acude a una consulta psicológica lo hace porque "tiene mermada sus relaciones afectivas debido a las muchas horas que dedica al deporte en el gimnasio, y en consecuencia, la pareja le ha dado un ultimátum. O por impotencia en el acto sexual". Éste último, debido principalmente al consumo de anabólicos en un intento de mejorar el rendimiento físico e incrementar el volumen de sus músculos. Con el uso de estas sustancias no se obtiene ningún beneficio, sino todo lo contrario, ya que producen muchos trastornos en el organismo como masculinización e irregularidades del ciclo menstrual en las mujeres, acné, problemas cardíacos, atrofia testicular, disminución de la formación de espermatozoides y retención de líquidos, entre otros.
Raúl (nombre con el entrevistado desea mantener su anonimato), tiene 33 años y acude al gimnasio una media de dos horas diarias. "Llevo una dieta muy estricta. Intento no saltarme ni las pautas de mi alimentación ni mi ejercicio físico. Y si por cualquier motivo, no puedo llevarlo a cabo un día, al siguiente estoy pensando todo el tiempo en la falta", describe. Él trabaja como comercial y considera que no es vigoréxico porque no toma anabolizantes. "Creo que no tengo ningún tipo de trastorno, al contrario soy una persona exigente y disciplinada. Más peligroso es quedarse tirado toda la tarde frente al televisor para coger obesidad, y tener riesgos a la larga de padecer enfermedades asociadas", enfatiza. Sin embargo, Raúl afirma que en ocasiones su obsesión por el cuerpo hace que no quede con sus amigos.
En el caso, de C.R la obsesión por comienza sobre todo los tres meses previos a la estación de verano. "En esos meses, entreno muy duro, controlo mucho lo que como y me inyecto. Consigo el medicamento por unos colegas. El resto del año hago vida normal", relata C.R que tiene 25 años y está en paro. Ante la pregunta de un compañero de gimnasio de si conoce los efectos de tomar esteroides y anabolizantes, C.R dice: "sí, que puede salirte una tercera mama, pero eso a mí no me va a pasar".
Según la psicóloga clínica de Fez "la vigorexia podría decirse que es una anorexia a la inversa". La línea diferenciadora entre una rutina deportiva saludable, y la vigorexia se establecería sobre todo "cuando empieza a resultar invalidante". Cuando la obsesión por la imagen física y el deporte te impiden hacer actividades de las que hasta entonces disfrutabas como salir, pasear, disfrutar de tu entorno.
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