Otros cantos de sirena

Eurovision

Ruth Lorenzo ofreció una brillante interpretación con 'Dancing in the rain' en Copenhague pero su puesta en escena pecó de fría.

Otros cantos de sirena
Otros cantos de sirena
Francisco Andrés Gallardo

11 de mayo 2014 - 10:26

Diversión con banderas, como Sheldon. Los intérpretes eurovisivos elaboraban anoche su enseña nacional antes de cada actuación. Las banderas, esas que tremolan con espasmos en las gradas, el mosaico de los "points", son el decorado de toda la vida de Eurovisión, la esencia de su existir, por encima de los eurofans y de la misma televisión: una noche para la afirmación nacional, desde las potencias soberbias como Rusia, columpiándose como sus gemelas; a lunares del mapa como San Marino, en la gran noche de su vida con una chica que se llamaba Valentina, envuelta en lo que parecía una concha de La Sirenita. La popera de Ucrania se acompañaba de otro artefacto. Todo sea por responder. Todo por enseñar, como el piano galáctico de los rumanos, homenaje a los casiotones de sus paisanos por las ferias. Y también andaban por la nave de Copenhague (unos astilleros desguazados, menudo símbolo) países medio maniatados (rescatados, salvados por el cuello) como el nuestro, con Ruth Lorenzo que cual Penélope tejió nuestra bandera con ovillos de lana entre dos columnas. La admirada de los británicos, ay, la esperanza de ayer, apareció con el pelo ajado por una falsa lluvia, con aspecto más bien como si hubiera salido de una playa de la Manga. La sirena española cantó muy bien. De lo más potable del chaparrón de anoche. Si me permiten, estuvo mejor Pastora Soler en su momento, quien al final quedó décima. Ruth se mostró potente, claro; en una puesta en escena que no fue de las más brillantes. Pero ese "De rain, de rain" sonaba en una atmósfera fría, como el vestido plateado. Hubiera resultado mejor el modelo rojo con el que se presentaba en las horas previas. Perfecta vocalización y pronunciación. Sin una arruga. Pero faltó esa chispa que tuvieron otros. En la partida interpretativa le ganó la sueca Sanna Nielsen. Un Undo conmovedor. Como el casi hipnótico Calm after the storm de los holandeses.

Ruth Lorenzo canta "Dancing in the rain" por España

Hace un puñado de años Ruth habría brillado aún más. Los Eurovisiones de estos años suenan demasiado repetitivos, como una misma balada, de ahí que animara la nota de color de los islandeses, que sonaban a Siniestro Total pero que iban vestidos como José Corbacho. Son cantos de sirena, partituras elevadas para el puro lucimiento vocal y una espectacularidad acartonada. Ahí estaba el pretencioso armenio Aram Mp3, elevado a los altares desde meses atrás y que llegaba renqueante al momento decisivo. Como contrapunto, las chonis polacas, tras aquel videoclip dándole al manubrio mantequero. Eurovisión, siempre con ganas de provocar, como el chikilicuatre de Francia, un mamarracho. Y una provocación, por fea y hortera, la falda de la alemana. Actuaciones anticuadas, como la Terelu Campos cesariana de Italia, la Mónica Naranjo de Eslovenia o el tipo del silbidito de Suiza, al que le perjudicó ir detrás del vozarrón de Ruth.

La austríaca Conchita Wurst, revisión de La parada de los monstruos, entonaba lo que parecía una banda sonora de James Bond con mensaje de reclamación de su Rise like a Phoenix. Cantos para atrapar votos, en la actuación más emocionante para los presentes en la capital danesa. También era favorita la británica, pero en la final terminó aguándose, sin rain en este caso. Íñigo, que era el comentarista para nosotros, también estuvo bien. Algún fallo como "eslovaco" por esloveno, pero nada que decir contra el maestro.

Este año los participantes inauguraban la gala en desfile, todo muy talent, y en la espera de los votos telefónicos (clin, clin para las cadenas y la UER), una relación numérica personalizada. Eurovisión es La Voz con barra libre. Números musicales sin problemas de presupuesto. Las posibilidades tecnológicas permiten hacer maravillas audiovisuales. Ya no es cuestión de una canción, de un cantante, de un destello, sino de un espectáculo total del que es difícil sobresalir. Todo se encomienda a la geografía, a votar al vecino y a dejarse guiar por la simpatía o un efecto especial virtual, que alguno hubo. Y mucha diversión con banderas, lo que convierte a Eurovisión en el programa musical más emocionante del año, pese a todo.

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