TV-Comunicación

"No me importa donde vayas, te encontraré"

  • 'Marco' descubrió a los españoles el formato de los culebrones y se precipitó el final a petición popular

No, la madre de Marco nunca se murió en la serie. Algunos de quienes la vieron por primera vez en la televisión dicen recordar que Anna Rossi, aquella madre que parecía jugar al escondite en Argentina, fallecía ante la mirada de su hijo.

No, hubiera sido un exceso. Casi 35 años después del estreno en TVE no es un espoiler si les recuerdo que Marco encuentra a su madre muy enferma en la finca de los Mequinez, pero que se repone, e incluso vuelve a Italia con toda la familia, después de terminar el coste de la clínica que regentaba el padre. Final feliz y lacrimoso. De los Apeninos a los Andes. Y viceversa. Será por geografía...

No vean los pañuelos que se humedecieron en aquel verano del 77 cuando Marco, por fin, y tras meses de comentarios que lindaban ya con el cachondeo, se abrazaba con su mamá.

"Si no vuelves pronto iré, a buscarte donde estés. No me importa donde vayas, te encontrareeé", amenazaba la banda sonora. Marco es el primer encuentro de los españoles con un culebrón televisivo de verdad. Una historia interminable, con una trama central básica, girando sobre sí misma en un bucle que no parece terminar.

Una entrega semanal era insuficiente por lo que hubo que precipitar el final y en los últimos sábados se emitieron tres capítulos de una tacada. Llegaban cartas de protesta a TVE porque lo de Marco parecía una agonía inacacable. Y eso que sólo eran 52 episodios, nada que ver con Arrayán.

Isao Takahata, creador también de Heidi, serie que llegó antes a España a la sobremesa de los sábados, cuando era Franco el que agonizaba, renovó el anime japonés buscando el camino desde el puro tebeo a la telenovela.

Marco es una inmensa telenovela, bien contada y dibujada con intención. El guionista y presentador Juan Carlos Ortega la califica, por ejemplo, como el programa de su vida y que tiene momentos de cuadro de Van Gogh. Aunque bromeemos con Marco, su historia es de calado tanto en apariencia como de fondo, con el mensaje del esfuerzo de la unión por la familia mucho antes de que los niños de padres divorciados poblaran las consultas de los psicólogos.

Más que un melodrama, todo un dramón, sin concesiones a la ligereza, que marca los recuerdos de millones de personas en todo el mundo. Todo está pensado para llorar desde el primer capítulo, cuando se va barruntando lo peor.

La historia es una adaptación de un pequeño cuento que a su vez aparecía en la reaccionaria novela Corazón de Edmundo D'Amicis.

La búsqueda que emprende el niño genovés de 12 años por la Argentina de la mega-migración italiana a finales del siglo XIX apenas ocupa unas hojas, pero desde Japón, donde la animación por ordenador iba a invadir las cadenas de todo el mundo, se logró convertirla en un folletín que avisaba por dónde iba a discurrir la televisión de los decenios posteriores: capítulos y capítulos, con historias reconocibles y personajes troquelados.

La única duda: ¿era de verdad Concetta la hija mayor de don Peppino, o había algo más entre ambos? Una pregunta que, claro, nos hicimos ya cuando vimos Marco como adultos.

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