Talavante se hunde con una 'victorinada' descastada

Alejandro Talavante, en un remate en la faena al tercer toro, por la que escuchó la única ovación.
Alejandro Talavante, en un remate en la faena al tercer toro, por la que escuchó la única ovación.
Luis Nieto

19 de mayo 2013 - 01:00

Cárdena la corrida de Victorino, cárdeno el cielo. De rioja y azabache el terno de Alejandro Talavante. Siete de la tarde. 23.798 almas llenan la Monumental de Las Ventas. Los espectadores se ponen en pie y ovacionan al protagonista del gesto de la temporada, que camina con paso firme antes de enfrentarse a seis victorinos. El viento, el enemigo más duro para el torero, levanta la esclavina del capote de paseo y abofetea la cara al protagonista de luces. De nuevo, el público agradece con una fuerte ovación la encerrona en solitario al diestro, quien se encamina a los tercios para recogerla simbólicamente en su montera.

Ni que decir tiene que, además del valor, de la inteligencia y el resto de cualidades que debe poseer un torero para el éxito, en una corrida en solitario es preciso que el diestro llegue en un buen momento psíquico y físico, añada dotes lidiadores amplias y traiga su esportón cargado de variedad. Cómo no, manejar una fiel espada triunfadora. Y lo fundamental, contar con buen material.

Alejandro Talavante no estuvo variado -en el capote, sólo añadió un quite por chicuelinas-, le faltó más clarividencia lidiadora y, aunque mantuvo el tipo durante el festejo, acabó perdiendo la fe en el triunfo ante un encierro de Victorino, de trapío justo y descastado.

El primero, serio, reponía. Talavante, dispuesto, lo sacó a los medios con un vendaval que azotaba su muleta como loca bandera. El trasteo resultó insulso y el pacense mató de fea estocada que asomaba y otro espadazo más.

El segundo, escurrido, fue acogido por parte del público con algunas protestas. Aunque humilló tras el capote, se quedó corto en la muleta. El torero, citando con la muleta retrasada -pecó de ello durante la mayor parte del festejo- no caló en los tendidos y falló con los aceros.

El tercero, en el tipo, aunque suelto de carnes -fue protestado al pisar la arena- acometió bravucón tras la capa, sorprendiendo con un salto descomunal, en el que se puso prácticamente de pie en un lance. Hizo una pelea desigual en varas. Esperó en banderillas, pero llegó con buena embestida en la muleta, que persiguió de manera humillada. Talavante logró la única faena brillante de la tarde. Entre lo más destacado, una tanda diestra, que despertó al público. Lo mejor lo alcanzó manejando la izquierda, especialmente en una serie con ligazón que hizo estallar una gran ovación y en unos naturales a pies juntos de fina orfebrería. Silencio sepulcral antes de la estocada, a la espera de un posible premio. Pero el torero, además de una estocada casi entera, precisó de cuatro descabellos. A partir de ahí es como si Talavante se quedase en el rellano del tercero y no quisiera subir a otra planta.

El cuarto, bajo y bien hecho, sin entrega en los primeros tercios, acometió sin apenas celo en la muleta. Aquí se marcó Talavante un quite por chicuelinas, sin gracia alguna. Por el vendaval, cambió los medios por los tercios, donde logró una serie entonada con la zurda y poco más para matar, por primera y única vez en la tarde, al primer envite.

El quinto, bien presentado, con brío de salida, se aplomó en la muleta. El diestro toreó bien a la verónica y realizó una labor anodina, que remató pésimamente con los aceros.

Ni las palmas de sus partidarios le insuflaron ánimos suficientes a un Talavante que ya se encontraba vencido. El extremeño cuadró de inmeditado al toro ante la sorpresa del público y le mató de estocada y descabello, entre tanto escuchaba pitos y caían al ruedo algunas almohadillas. Triste final de la corrida que estaba marcada, a priori, como la más importante en la temporada española.

Sin duda, el viento determinó los terrenos y el devenir de la lidia. Pero eso no puede esconder que Talavante se hundió en su reto ante una victorinada que resultó descastada.

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