Aleluya, Morante ha renacido

Sexto festejo del abono

El orfebre cigarrero firma una obra de arte, conocimiento y valor con el buen toro ‘Bodeguero’

Juan Ortega revalida su cartel mediante el temple de su capote

Pablo Aguado sufre el peor lote, pero su vitola sigue en pie

Morante, Ortega y Aguado: un tratado de torería coral

Las mejores imágenes de la corrida

Los mejores momentos de las faenas de Morante, Juan Ortega y Pablo Aguado en la plaza de toros de Sevilla / Vídeo: Pagés / Foto: Juan Carlos Muñoz

Ficha de la corrida

Plaza de toros de la Real Maestranza

GANADERÍA: Se lidiaron toros de Domingo Hernández, con justa presentación y con abundancia de toros descastados que se desfondaban pronto.

TOREROS: Morante de La Puebla, de verde y oro, aviso y ovación, y dos orejas. Juan Ortega, de celeste y plata, ovacionado en ambos. Pablo Aguado, de catafalco y oro, ovación y palmas.

CUADRILLAS: Saludó en banderillas Iván García.

INCIDENCIAS: Tarde de primavera rutilante, se colgó el cartel de ‘no hay billetes’. El segundo toro cogió al banderillero Jorge Fuentes, que pasó a la enfermería.

LLEGAMOS al cénit de la Feria y se nota en el ambiente desde que se embocan las cercanías de la plaza y hasta se nota en los andares de un público que va al encuentro del toreo según Sevilla. Es la corrida que más expectación despertó el mismo día que vieron la luz los carteles y en los adentros inquietaba si esa expectación se vería correspondida. Era el cartel preferido y para que la fiesta funcionase se optó por una corrida de Domingo Hernández, la ganadería que atesoraba indultos y aquel rabo que Morante le cortó a Ligerito hace dos ferias. Todo iba a favor de obra y cuando Morante se arrebataba en verónicas sin moverse del sitio para recibir al primero nos pusimos en lo mejor. Aquello pintaba de la misma forma que nos íbamos imaginando desde que en febrero supimos que la empresa había tenido la sensibilidad de componer este cartel.

De verde y oro, con su montera del Siglo XIX y su torería innata se encargaba de abrir el festejo. Y lo hacía con un racimo de verónicas sin cambiar de posición que hizo que las pajarillas empezasen a revolotear. Luego un quite en el que hizo un canto a la verónica que el obeso colorado Treintaidós no tomaba mal. Parecía que el toro iba a servir, Juan Ortega quitó por preciosos delantales y el orfebre cigarrero empezaba su obertura toreando por redondos en una loseta. El toro tiene clase, pero no puede con el rabo, está pero no está en unos naturales bien trazados pero ya sin transmisión y sin que el descabello funcione adecuadamente, pero lo mejor estaba por llegar.

Chicuelina alada de Juan Ortega al cinqueño ‘Avivado’, un toro que llegó muy desfondado a la muleta.
Chicuelina alada de Juan Ortega al cinqueño ‘Avivado’, un toro que llegó muy desfondado a la muleta. / Juan Carlos Muñoz

Y llegó en el cuarto, negro, cinqueño y de nombre Bodeguero, al que recibió a la verónica con una rodilla en tierra, lo que recordaba aquella estampa de Ordóñez con un toro de Urquijo hace más de cincuenta años, pero el arrebato llegó cuando José Antonio decidió lancear a una mano, la plaza se enardeció, rompió la banda a sonar y eso era el presagio de una gran obra. Porque la faena de Morante a Bodeguero fue un canto al toreo completo, pues se aunaron valor, temple, conocimiento y variedad. Lo sacó de inmediato a los medios y allí desgranó el cigarrero su tauromaquia, tan artística, tan larga, tan extraordinaria. Ayudados por alto solemnes, redondos hasta atrás, naturales con los que la faena tomó unos vuelos espectaculares y la estocada entregándose. La plaza se convirtió en un manicomio, rendida a un torero de época, pero de una época que abarca desde los tiempos prehistóricos de Pedro Romero hasta ahora. Y la fiesta que se vivía en la Maestranza se alargó hasta la solemnidad de una vuelta al ruedo en la que el grandioso Morante iba exhibiendo las dos orejas, recolectando puros y, sobre todo, las ovaciones de un público contento por ver cómo el gran ídolo ha vuelto en condiciones de seguir soñando con su toreo.

Profundo natural de Pablo Aguado, llevando a ‘Chocolatero’ hasta detrás de la cadera.
Profundo natural de Pablo Aguado, llevando a ‘Chocolatero’ hasta detrás de la cadera. / Juan Carlos Muñoz

Segundo espada en el cartel, otro que lleva ilusionada a la gente a la plaza y que se embobó con sus verónicas. Y es que el capote de Juan Ortega ha entrado de lleno en el Olimpo de los mejores capoteros conocidos. El toro entra en su jurisdicción a una velocidad y sale del embroque a una más lenta. El secreto del temple lo tiene Juan en su capote y en su muleta, pero su primero, Arponcillo, embestía sin entrega y Avivado apenas se tragó unos extraordinarios ayudados por alto para decidir que ya estaba bien la cosa. De la tarde de Juan Ortega nos queda para siempre sus verónicas y cómo mató a los dos toros que le tocaron en desgracia. Pero su cartel sigue indemne y se le espera con ganas para el próximo miércoles con la de Victoriano del Río.

Le tocó el peor lote a Pablo Aguado, pues ni el cinqueño Chocolatero ni el avispado Tifón llevaban dentro nada que pudiese dar pie a la esperanza. Con el primero gustó lo despejado de su cabeza, con qué clarividencia le dio al toro lo que el toro pedía. El que cerró plaza miraba las femorales con mucha atención, Pablo le sacó algún que otro redondo y siempre estuvo muy por encima del lote. Lo peor de su tarde fue el mal uso de la espada, pero fue despedido de la plaza con ese calor que se demuestra cuando se tienen ganas de verlo otra vez. Y del sevillanísimo cartel, la cumbre la firmó Morante, ese mago.

stats