72 horas
Paquirri llegó a Pozoblanco después de una tarde de éxito en Logroño y descansó en el hotel Los Godos antes de afrontar la que sería la última faena de su vida
25 de septiembre de 1984. Media España se resiste a dejar el verano y las ferias y fiestas se suceden. Y con las ferias los toreros y los toros. De Logroño a Pozoblanco median 750 kilómetros, un traslado duro pero normal para quienes están acostumbrados a vivir en un coche de cuadrillas durante la primavera, el verano y parte del otoño. La temporada, no obstante, ya pesa a estas alturas, y el palizón de torear un día en La Rioja y al siguiente en Pozoblanco sólo podía compensarlo la certeza de que sería la última corrida de la temporada. Luego, del norte de Córdoba a Cantora, en la ruta del toro de Medina Sidonia, la distancia es más corta. Aquella mañana del 25 de septiembre, a Paquirri, sólo le quedaban 72 horas para amanecer en su finca libre de compromisos.
Su retirada, un rumor a voces en la época, ya se meditaría pasados esos tres días entre el trajín y el descanso. El diestro y el Soro hacen el paseíllo en Logroño, despachan una corrida de Buendía de forma discreta y se despiden hasta "dentro de un rato" cuando salen de viaje una noche nublada que no les deja durante todo el trayecto. La llegada a Pozoblanco se produce de madrugada. Las crónicas de la época, hechas con urgencia y sin internet ni móvil, no se ponen de acuerdo sobre el momento de la llegada del torero a Pozoblanco, pero por la distancia y por las carreteras de la época es de suponer que Paquirri llegó al Hotel Los Godos en torno a las cinco de la mañana del día 26 de septiembre. No antes. La avenida de Villanueva de Córdoba, como siempre en estas fechas, está desierta. La feria se instalaba en el otro extremo de la población. El BMW de Paquirri, conducido por su hermano Antonio Rivera, y en el que también viaja Juan Carlos Beca Belmonte, queda aparcado en la puerta. Hay sitio.
Reservan varias habitaciones. Las justas, que al final sumaron diez. La tropa de un torero es amplia: mozos de espadas, banderilleros, picadores, chófer y algún agregado más. Pero Paquirri tenía fama de tacaño. Discípulo de El Guerra en este menester: "La leche y los dineros, pa Córdoba". El torero firma, se queda con la habitación 307, pide que no le molesten y en unos minutos se duerme. Todavía a esas horas, en algunos corrillos de aficionados a los toros rondan decenas de rumores sobre la presencia del diestro en Pozoblanco. Que si viene, que si no, que si hay anunciada una corrida de Gavira y viene una de Sayalero, que si lo va a sustituir Esplá… Lo normal en Pozoblanco, donde los empresarios han dado gato por liebre a los aficionados en demasiadas ocasiones pese a la tremenda fidelidad de esta afición.
Pero Paquirri ya tenía el toro que lo iba a matar en los corrales de Pozoblanco mientras él soñaba con el otoño de Cantora y sus largas mañanas entre tentaderos y cacerías de perdices. Precisamente, cerca de aquellos campos, dos años antes, Francisco Rivera le había confesado a Ángel Parra, un periodista peruano amigo suyo: "Ángel, si sigue este huracán haré que suspendan la corrida -toreaba en El Puerto ese día-, siento que entre los toros de esta tarde pasta el que me va a matar". Y acertó. Los toros de aquel día en la plaza portuense eran los hermanos mayores de los que luego se lidiarían en Pozoblanco.
La corrida es chica, con poca cara y está empellejá, sin carnes. El sorteo se desarrolla con normalidad en los corrales de la antigua plaza de toros, angostos y peligrosos, con mínimas medidas de seguridad entonces. Sin embargo, hay un toro que destaca por sus astifinos pitones. Se llama Avispado, está herrado con el 9 y acapara todos los comentarios negativos de los banderilleros. La tragedia ha convertido en dogmas de fe aquellas afirmaciones, pero este tipo de apreciaciones son habituales cuando de los toreros de plata ven las corridas en los corrales. El banderillero Rafael Corbelle hace referencia a "la cara de hijo puta que tiene el avispao ese". Y todos quieren eludirlo. Deciden echarlo en segundo lugar del lote de Paquirri. Avispao saltará el cuarto a la arena. "Da igual, hay que matarlos a todos", responde Paquirri cuando le comentan los pormenores del sorteo para zanjar la conversación. El Yiyo y El Soro ya están en el salón del hotel. Comentan banalidades y se retiran a descansar hasta que llega la hora.
A partir de ese momento, comienza la cuenta atrás. Paquirri corta una oreja a su primero tras un trasteo a un toro sin calidad. La plaza está a rebosar y hay ganas de fiesta. El público de Pozoblanco es agradecido con los toreros y Paquirri está exultante. Un año antes, en el 83, con una corrida de Carlos Núñez, había redondeado una gran tarde de toros y por eso el Ayuntamiento pidió a Diodoro Canorea, empresario de Pozoblanco, que trajera de nuevo al de Barbate. Avispado salta al ruedo sin fijeza, embistiendo de mala manera, pero Paquirri está tan venido arriba que incluso lo lancea mirando al tendido, algo inusual. En una de las suertes el toro se vence y a la siguiente prende al diestro en unos segundos que se hacen eternos. Paquirri opta por agarrarse al pitón en un gesto reflejo de defensa. Confía en atenuar así el destrozo de una cornada que lo hubiera despedido por los aires. Saltan las cuadrillas y el traslado a la enfermería es un poema. Se equivocan de puerta mientras un chorro de sangre mana de la herida según declararán después los banderilleros. En el vídeo se oye cómo algunos van nombrando a Ramón Vila, el prestigioso cirujano de la Maestranza, pero la cornada es enorme y Sevilla estaba entonces más lejos que ahora. Para colmo, la puerta de la enfermería no abre. Tienen que reventar el cristal.
Faltan pocos minutos para las 19:30 y Paquirri está en la camilla de una habitación encalada, que cumple la normativa pero donde a primera vista se aprecia la falta de elementos para acometer una intervención con final feliz. Junto a la camilla, el acceso a una pequeña habitación con dos lámparas de mercurio donde Paquirri se había confesado antes de la corrida con Don Manuel, párroco de San Bartolomé y capellán de la plaza, bajo un almanaque con la publicidad de las perrunas y dulces del Cristo de las Injurias de Hinojosa del Duque.
Todo lo que media hasta el inicio de la intervención del doctor Eliseo Morán se ha visto ya mil veces. No entramos en detalles. Se cohíbe la hemorragia y se decide el traslado. El congreso de cirugía taurina de Quito, más allá de la polémica, reconocerá tiempo después la "impecable labor" del equipo médico que realizó aquella cura de urgencia. De Pozoblanco a Córdoba media una hora y 35 minutos en la carretera del 84. Eso sin camiones ni furgonetas por las zonas de curvas. La ambulancia es un poema. Francisco Rossi se la juega en cada curva. Atrás van el anestesista Funes y Ramón Alvarado, tío y mozo de espadas del torero. Las curvas de Espiel son interminables y, en cada curva, los broncos desniveles de Sierra Morena contemplan el paso raudo de las sirenas. Paquirri se ahoga en la Alegría de la Sierra. Curiosa paradoja. Va camino del shock por culpa de la hemorragia. Hay insuficiencia respiratoria y se ha producido un paro cardiaco. La ambulancia para. Del coche de Paquirri, que acompaña a la ambulancia, baja Rafael Ruiz, cirujano jefe de la plaza de Córdoba, que se encontraba viendo la corrida y que ayuda al doctor Morán en Pozoblanco: "Hay que quedarse en el hospital Militar". La ambulancia tarda 55 minutos entre la plaza y Córdoba -una velocidad de rally-, pero cuando Paquirri cae en las manos de los médicos militares ya está muerto. Son las 21:40 de la noche y se avisa a Isabel Pantoja. No le dicen que ha muerto, sino que está grave. Paquirri había intentado hablar con ella varias veces antes de la corrida, como reza en el registro del hotel, sin éxito. La noticia corre como la pólvora. Entra en el informativo de TVE y en las últimas horas de los cierres de los diarios de tirada nacional. Decenas de personas se acercan al hospital militar, entre ellas Espartaco y El Cordobés. En Pozoblanco la noticia deja al pueblo sumido en la depresión. Las actuaciones previstas en la feria se suspenden o se desarrollan a la mitad. La gente se vuelve a casa. Es una noche de transistores.
Hay mucha confusión porque nadie quiere creer el fatal desenlace y nadie hace declaraciones. La desinformación es la mejor amiga de las medias verdades en estos casos. El aluvión de prensa y la opinión pública supera al Ayuntamiento, que gestiona mal la comunicación del asunto y pronto surgen rumores y noticias tergiversadas que todavía hoy, 30 años después, siguen teniendo eco. El cadáver de Paquirri se traslada a Sevilla y el amanecer de Cantora se cambia por una vuelta al ruedo póstuma a la Real Maestranza de Sevilla. Han pasado más de 72 horas desde que Paquirri piensa en su última corrida del 84, la última de su vida.
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