Miranda y Ortega: dos estilos y dos orejas con permiso de Pablo Aguado

CONTRACRÓNICA DE LA PRIMERA DE SAN MIGUEL

Los tres toreros fueron fieles a sí mismos en una tarde llena de evocaciones

Toros en San Miguel en directo

San Miguel: 150 años de toros

Se guardó un minuto de silencio en memoria de María del Mar Tristán.
Se guardó un minuto de silencio en memoria de María del Mar Tristán. / Juan Carlos Muñoz

26 de septiembre 2025 - 22:25

En el comienzo de las grandes citas maestrantes uno siempre tiene la sensación de estar en el sitio adecuado y a la hora correcta. Los tendidos repletos en la cima de la tarde constituyen por sí mismos un grandioso espectáculo realzado por la alcurnia del marco. Pensaba éstas y otras cosas cuando la megafonía anunció que se iba a guardar un minuto de silencio en memoria de María del Mar Tristán, prometedora intérprete -subdirectora de la banda que dirige su padre- que se marchó con la Reina de todos los Santos a una edad en la que todavía cabe tejer sueños.

Pero era 26 de septiembre, fecha redonda en la que más allá de recordar el 150 aniversario exacto de la Feria de San Miguel -desapercibido para la ciudad, la empresa y hasta la Real Maestranza- siempre late el recuerdo de Francisco Rivera Paquirri, ese torero que marcó el final de la transición taurina que había comenzado con la dureza del toro del guarismo y había enseñado a través de la pantalla como se mueren los hombres. Su tío político, el gran Alfonso Ordóñez, habría ocupado ayer el palco del coso maestrante si la vida le hubiera dado otra propina. Su recuerdo -inmarchitable para los suyos- también latía en el confín de esta temporada en la que no pudo despedirse de la plaza en la que se vistió tantas veces de plata.

Pero hay que ir al turrón, desentrañando las claves de una tarde que, para qué vamos a mentirles, había quedado mejor rematada con la sustitución de David de Miranda. El diestro de Trigueros anda volcando plazas a lomos de su propia revelación. Pero su actuación merece algunas puntualizaciones: Miranda, ésa es la verdad, dio de cal y de arena en una tarde en la que gozó de esa rara comunión del público que acompañaa los toreros alguna vez en la vida. Fue fiel a sí mismo con el segundo, un toro lleno de carencias pero ideal para la particular puesta en escena del torero onubense que se siente como pez en el agua en ese sitio de cercanías donde fluye su mejor ser y estar. Ahí se produjo el flechazo con el tendido, enardecido con el derroche de entrega de David, que llegó a abandonarse por completo en el final de una faena dictada con sentido de la escena.

Pero había que frotarse los ojos para reconocer al mismo torero ante el quinto de la tarde, un animal exigente que pedía el carnet de identidad con el que Miranda, sin cejar su encomiable voluntad, nunca iba a encontrar el hilo.

Había paseado la primera oreja que se cortó en la tarde. La otra la iba a cortar Juan Ortega con un animal completo y boyante, quizá falto de fuerza en algún momento, que abría una ecuación de distancias y estrategias. El diestro sevillano había comenzado la faena a toda orquesta -había sido sorprendido antes del brindis- pero en esa entrega, cada vez más desinhibida y menos retórica, pudo faltar el calibre de las posibilidades de un toro al que habría merecido la pena probar en otras distancias. Ortega cuajó muletazos sensaciones;hizo rugir al público y enseñó la altura de su concepto pero quizá no apuró del todo la copa. Sea como sea, es un torero que siempre se recibe como un bálsamo. La moneda, ya se sabe...

Se reparten pocas y Aguado también recibió la suya aunque ciertos toreros necesitan tiempo para encontrar su propio camino después de hacerse muchas preguntas. La verdad es que dio gusto verlo trastear con majeza y torería añeja a un sexto de escasas opciones que sí sirvió para comprobar que el diestro sevillano, definitivamente, se encuentra en su mejor sazón.

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