Morante: una vida para el toro
Han pasado más de 37 años desde que el nombre del diestro de La Puebla se anunció por primera vez en un cartel
En ese tiempo ha logrado labrarse su propia leyenda, reconvertido en torero histórico
Morante: razones para una retirada
Morante: el toreo huérfano
Cuentan que José Antonio Morante Camacho -tenía apenas seis añitos- esbozó sus primeros muletazos en la plaza de Vuelta El Cojo, en la antigua ganadería marismeña de Pérez de la Concha. Su nombre se colgaría por primera vez de un cartel el 3 de septiembre de 1988 para lidiar un becerro en la placita que se había improvisado en Villamanrique de la Condesa, tan cerca de La Puebla. Sólo tenía 9 años...
Pasaron otros tres para que se vistiera con un viejo terno celeste y oro en Montellano que, ahora sí, daba el definitivo pistoletazo de salida a su carrera. El Nazareno, padre de Emilio Muñoz, no tardaría en fijarse en él. De su mano llegarían peripecias de todos los colores, portátiles montadas aquí y allí y festejos en todos lados, de todo pelaje, antes de organizar su debut con picadores oficial en la placita de Guillena el 16 de abril de 1994.
En el mismo escenario fue el principal protagonista, en enero del 95, de una novilllada saldada con el indulto de un novillo forzado por Leonardo, saltando por los tendidos y aregando a las tropas. Aquello acabó en anécdota estrafalaria ante la falta de bueyes: un fornido carnicero con katiuskas blancas tuvo que devolver al animal a los chiqueros, empujándole de najas mientras le asía por los pitones. El lance da idea del ambiente que rodeaba aquellos festejos del tercer circuito, forja de aquel chico cetrino de La Puebla del Río del que no tardaría en hablar todo el mundo.
Sea como fuere, Morante acabaría encandilando a los aficionados con su aura de torero artista. Era diferente, luminoso, virtuoso... Pero fue Miguel Flores, ya fallecido como Leonardo Muñoz, el primer prócer del toro que creyó en él y lo sacó de la polvareda. En un lance premonitorio, Flores no se iba a poner de acuerdo con Diodoro Canorea para que aquel novillero de La Puebla cambiase de escalafón en el ruedo de la Maestranza.
En realidad, las desavenencias con los Pagés –aún en vida de don Diodoro- no habían hecho más que empezar... A pesar de todo, Morante había podido torear ese año como novillero en Sevilla. Ya había debutado en el coso del Baratillo, puntuando, en la temporada anterior. En 1997 iba a sumar dos novilladas más: de Torrestrella y Torrealta, cortando oreja en la primera. El siguiente paso sólo era la alternativa, cambiando las orillas del Guadalquivir por el Arlanzón de Burgos. Su padrino fue César Rincón y el testigo, Fernando Cepeda. Los toros pertenecían a la divisa de Juan Pedro Domecq. Fue un día lluvioso, cortó dos orejas, se marchó a hombros del ruedo burgalés...
Su presentación como matador en Sevilla llegó en la primavera del año siguiente, convirtiéndose en triunfador indiscutible del ciclo. En 1999 iba a abrir su primera Puerta del Príncipe, vestido de grana y oro, después de cortar tres orejas a un encierro de Guadalest. En su segundo compromiso –con Mora y Tomás- se marchó de vacío pero dejó preparado el terreno para el siguiente año. Todo se había pintado para su consagración definitiva pero la suerte acabaría siendo esquiva...
La Feria de Abril de 2000 la había organizado Diodoro Canorea pero ya no pudo verla. Morante, que había firmado una millonaria exclusiva con el recordado empresario manchego, estaba anunciado tres tardes. No hubo trofeos en Resurrección pero el 29 de abril, haciendo terna con el viejo Manzanares y Rivera Ordóñez, le cortó dos orejas macizas a su primer ejemplar de Victoriano del Río. Salió a por todas con el sexto, que le partió por la mitad cuando trataba de iniciar la faena con el añejo cartucho de pescao, cerca de las tablas del 4. Morante quedó roto. La Feria, también. ¿Qué había pasado con la exclusiva? El propio matador la había puesto en cuestión con unas declaraciones que no cayeron bien en las oficinas de Adriano. Llegaban nubarrones...
Llegaban curvas...
Aquel mismo año, el de 2000, se produciría la espantada general de la feria de San Miguel que, indirectamente, precipitó la retirada de Curro Romero y tensó aún más las relaciones con la empresa Pagés, ya en manos de Eduardo Canorea y Ramón Valencia. Desde ese momento, la carrera del diestro cigarrero comienza a escribirse en dientes de sierra: las égidas de 2004 y 2007; los preocupantes problemas psiquiátricos que le obligaron a viajar a Miami para ser tratado; el imposible apoderamiento de Rafael de Paula y las fallidas parejas profesionales; las ausencias de la plaza de la Maestranza –incluyendo el inoperante boicot del bienio triste de 2014 y 2015- y las vueltas jubilosas... pero, sobre todo, la creación del personaje que, de alguna forma, llegó a ocultar la verdadera y más profunda alma de artista de un torero aún irregular pero ya inimitable, enciclopédico, profunda y verdaderamente natural que iba a encontrar la plenitud al borde de sus bodas de plata de matador.
Esa madurez artística puede acotarse a raíz de otra retirada, en agosto de 2017, que en realidad no fue tal. Llegó tras aquella tarde aciaga en El Puerto, mano a mano con El Juli. Al final se trató de una mera parada estratégica para romper las amarras con el grupo de Bailleres y desembarazarse de otros lastres. Al año siguiente, de la mano de Manolo Lozano, iba a volver a la cancha en Jerez, cuajando faenas para el recuerdo en plazas como Córdoba, Granada, León, Huelva o Almería sin abdicar de su tradicional irregularidad. En 2019, la última temporada pre covid, anduvo con las musas a media jornada después de escoger a Toño Matilla en una nueva vuelta de tuerca de su propia carrera.
En 2020, primer año de la pandemia, llegaría a actuar en la única corrida organizada en una plaza de primera categoría, la de Córdoba, en un inédito mano a mano con Juan Ortega. En 2021, tras la ruptura con Matilla, se iba a abrir el tiempo de los prodigios, marcado por el faenón de Sevilla a un torazo de Juan Pedro en el largo San Miguel poscovid. Morante, que sufrió una fortísima voltereta, mostró aquel primero de octubre una ecuación de ambición, capacidad y responsabilidad que sumó a su personalidad artística para preconizar otra temporada histórica: la de 2022.
Fue el año de los cuatro recitales de Sevilla, de las cien corridas, la Oreja de Oro... El diestro de La Puebla elevaba su techo artístico, su compromiso con la profesión, la entrega con las reses, la presencia en todo tipo de escenarios... pero aún aguardaba otra cumbre que, paradójicamente, le condujo al peor de sus infiernos. El rabo del toro Ligerito de Domingo Hernández, el 26 de abril de 2023, le sirvió para dictar su propia antología pero reabrió la puerta del trastorno disociativo. El resto de la temporada, también la de 2024, fue un angustioso ir y venir. En 2025 llegó la reaparición y con ella, otro año de prodigios que ha culminado, inesperadamente, con la retirada del genio. No sabemos hasta cuando.
También te puede interesar
Lo último