NOVILLADA DE ABONO

Una vuelta al ruedo para despedir el Corpus

  • La climatología dio tregua en las últimas horas de la tarde permitiendo la celebración del festejo que inauguraba el segundo tramo de las novilladas de abono

Diego Bastos, durante su vuelta al ruedo.

Diego Bastos, durante su vuelta al ruedo. / Juan Carlos Muñoz

La jornada se había vivido pendiente de la climatología. El jueves de Corpus, que se había estrenado con la suspensión de la grandiosa procesión eucarística, estaba convertido en una sucesión de chaparrones que dieron tregua, por fin, según se acercaba la tardía hora de un festejo que estrenaba el segundo tramo de las novilladas picadas incluidas en el abono. No había sido un día fácil: a las dificultades para completar el encierro antes del sorteo se había unido el esfuerzo para tener a punto el ruedo. Por la mañana había voces que ya hablaban de suspensión pero había que esperar a las nueve...

Y a las nueve, el último sol del día se asomaba sobre los tendidos maestrantes aunque las aplicaciones meteorológicas seguían apuntando a un inquietante riesgo de chubasco. Abría cartel un torero de dinastía, el nieto de Manolo Vázquez,  que sigue perpetuando el nombre del maestro de San Bernardo. La novillada de ayer, con uno de los hierros históricos del campo bravo de Sevilla, era una nueva oportunidad de saltar de órbita. Al fin y al cabo, a estas alturas, se trata de ser o no ser y definir una trayectoria que más pronto que tarde tendría que cambiar de estrato.

El primero, muy en tipo de Santacoloma, tenía un trote noble con el defecto de no humillar demasiado. Manolo, que se picó por el palo de Chicuelo con su compañero Sergio Rodríguez, cuidó la lidia apercibido de las escasas fuerzas de un utrero que iba y venía sin demasiada codicia. Brindó a su tío Pepe Luis Vázquez Silva, presente en el festejo en una grada del ocho y se puso a torear esos viajes pajunos. Pero la cosa no iba a terminar de coger vuelo. Con esa sosa embestida había poco que concretar aunque en este o aquel muletazo dejó retazos de cierta personalidad. La decoración iba a cambiar radicalmente con la noche echada: el cuarto, que se movía con cierta nobleza, llegó a la muleta demandando un compromiso, una colocación más cruzada que el último de los Vázquez no acertó a aplicar en una faena despegada y periférica en la que se echó de menos un mínimo de decisión. Le pesó mucho el asunto...

Manolo Vázquez, en una de sus faenas. Manolo Vázquez, en una de sus faenas.

Manolo Vázquez, en una de sus faenas. / Juan Carlos Muñoz

Sergio Rodríguez, castellano de Ávila, era nuevo en esta plaza. Esbozó algún lance de buen dibujo a un segundo que hacía cositas buenas en la brega y repitió en el quite variado de Diego Bastos. Pero la cosa iba a cambiar en banderillas, con el utrero defendiéndose al amparo de las tablas. Se había parado... El debutante, firme y encajado, planteó una faena en la que hubo mejores intenciones que resultados. El bicho fue acortando el viaje hasta el punto de quedarse debajo peligrosamente. A pesar de todo le enjaretó algún muletazo de trazo rotundo. No había materia para más. Eso sí, el espadazo fue de libro. Le quedaba el quinto, un novillo complicado, que esperó mucho en banderillas y se distrajo mucho en las telas, desparramando la vista en cada embroque. Rodríguez le echó fe al asunto pero el bicho, que medio se dejaba por el derecho, no quería ni uno por el otro lado. Entre unas cosas y otras, y el novillo mirando al tendido, aquello no iba a ninguna parte.

Sergio Rodríguez. Sergio Rodríguez.

Sergio Rodríguez. / Juan Carlos Muñoz

Cerraba el cartel un sevillano, Diego Bastos, que gozó de gran ambiente en su etapa sin picadores. Ya se había asomado al ruedo de la Maestranza en el festival del Gran Poder. Pero el traje de luces es otra cosa. El tercero iba a salir del caballo humillando en los capotes pero escaso de brío. Bastos brindó al público y lo sacó más allá de la raya, aprovechando la primera inercia de unos vajes informales y un punto brutos. Había venido a torear y se reunió de verdad con el utrero sin importarle sus asperezas, llegando a dibujar algún natural antes de que el bicho se desentendiera por completo. Se atracó de toro en la estocada.

Había dejado una buena tarjeta de presentación que renovaría con la larga cambiada y los excelentes lances a la verónica con los que paró al sexto. La lluvia, breve, volvió a hacerse presente emborronando el final de un festejo que ya pesaba. Había que redondear la cosa como fuera pero el de Pallarésl molestito y rebrincado, no se iba a sumar a las ganas del novillero que mostró compostura, entrega y buen corte sin aburrirse de estar en la cara hasta el punto de pasarse de rosca. Habrá que esperar a mejor ocasión.

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