Una oreja de ley para el lúcido valor de Alberto Aguilar
El torero madrileño Alberto Aguilar cortó una oreja de gran valor en Bilbao, a un toro cercano a los 700 kilos de peso y al que hizo una faena de lúcido valor que caló hondo entre la afición de la capital bilbaína. La actuación de Alberto Aguilar en la penúltima corrida de la feria de Bilbao fue de las que marcan la trayectoria y la proyección de un torero. Arrancar una oreja -que pudieron ser dos de haber matado bien a su primero- a un lote de tan escasas opciones como el que le cupo en suerte sólo está al alcance de toreros muy cuajados y de contrastada maestría. Pero a pesar de que no torea demasiado y de que lo hace casi siempre con corridas de las calificadas como duras, Aguilar demostró en Vista Alegre que no es un torero simplemente valiente y voluntarioso, sino que atesora una amplia y sutil inteligencia lidiadora. Ya lo dejó ver con el segundo de la tarde, que se quedaba corto y se violentaba con genio en cuanto se le obligaba. Pero el madrileño, como una reposada solvencia, le fue consintiendo le hizo ir a más hasta cuajarle varias muletazos de mucho mérito al final del trasteo.
Con todo, lo mejor llegó con el quinto, después de que se devolvieran a los corrales tanto el sobrero de la ganadería titular como el colocado de segundo suplente. Finalmente se lidió un mostrenco de 675 kilos, un impresionante volumen que contrastaba notablemente con la menuda figura de Aguilar.
Le costó mucho embestir al toraco de Puerto de San Lorenzo, que confiaba más en su volumen que en su bravura para pelear y que llegó desfondado y casi rajado al último tercio. En este caso brilló más si cabe la inteligencia de Aguilar que, poniéndoselo fácil al zambomo, lo desengañó con la suavidad de los vuelos de su muleta.
El torero de Madrid puso sobre el tapete un valor muy lúcido para conseguirlo, y una técnica inteligente que le sirvió para robarle al toro varios naturales de gran calidad. Y, ya rendido el enemigo, aún se permitió atacar y descararse entre los pitones del torazo, no a la desesperada sino con regusto, consciente plenamente del terreno que pisaba con sabrosa torería. Tras una estocada delantera, dejándose ver para alcanzar con la espada el altísimo hoyo de las agujas, Aguilar vio como la plaza se ponía en pie para pedir unánimemente la oreja y aplaudirle con fuerza en una de las vueltas al ruedo más aclamadas de la feria.
Sus compañeros de terna no lograron sacar tanto de sus deslucidos lotes. Javier Castaño, pese a la manera ya habitual con que su cuadrilla le calienta al ambiente, no lució ni con un primero totalmente desfondado ni con el manejable cuarto, al que toreó siempre a más que prudente distancia.
Por su parte, David Mora, tan valiente como empecinado, quiso torear con las manos muy bajas a los dos de su lote, que no tenían el mínimo grado de casta para hacer ese esfuerzo.
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