Dos toreros sin estadísticas

P. Guerrero Huelva

27 de diciembre 2015 - 08:03

Ando convencido de que lo de Romero no es cuestión de números. Los que debía echar ya los tiene anotados después de dos temporadas en plenitud de competencia con todos los compañeros más importantes del escalafón. Cualquier número se antoja pueril frente a todo lo conseguido con los límites que te impone el tiempo y los recursos.

No, Romero no anda ya en escalafones de méritos, sino en una de la luchas más feroces que no tiene escalafón alguno. Feroz porque, aunque Hermoso ande estudiando por dónde empieza a hacer el balance de tantos años montado a caballo, Ventura sigue siendo una bestia que devora todo cuanto se interponga en el camino del número uno del rejoneo. Podría valer la expresión de “aquí no hay quien viva” porque la guerra de los dos salpica de pólvora a todos los demás. La competencia no te la da todo lo demostrado, sino la suerte de que la novedad de la temporada no ocupe el sitio de los nuevos rejoneadores. Y Romero, que llegó nuevo como todos, aún sigue ahí.

Las bazas de Romero no están, desde luego, en el análisis de los números de una temporada, sino en la continua evolución que alguien muestra de cara a su profesión. Andrés la ha mostrado esta temporada que muchos juzgan de cara a las plazas donde ha estado, la importancia de los carteles y los trofeos logrados. Mas no es esa última la base por donde pasa este análisis de temporada respecto al rejoneador onubense, sino por la evolución que Romero ha ofrecido respecto a las maneras de estar ante el toro. Erróneo sería detenerse a ver solo orejas y rabos en la forma de comportarse en la plaza cuando tantas claves se han unido el momento en torno al de Escacena. Un momento de ruptura con cosas que no te dejan estar a gusto con lo que ofreces al toro ni con lo que este te devuelve. Estoy seguro que esta temporada será clave para entender el por qué Romero llegó un día a la meta y cómo se curtió como rejoneador.

Andrés Romero salvó con bastantes más solvencia su cita sevillana del 2015, de la que volvió a salir a hombros, que la que le tuivo la tarde de su alternativa.

El Romero de La Maestranza fue el reflejo de alguien que es capaz de conseguir cosas no por casualidad sino porque, ahora, tiene esa cierta madurez para poder hacerlo. Mas esto es tan feroz que a la vuelta de la esquina siempre hay alguien esperando para revelar el fracaso de Madrid, un mazazo emocional de los que arrinconan el alma torera de cualquiera, por cuanto todos los triunfos se hacen necesarios.

Yo no tengo ninguna duda de que, en líneas generales, el Romero de esta temporada ha sido el del triunfo de Sevilla y no el de la mala tarde de Madrid. Porque a ese rejoneador serio que se ha acoplado a toros muy complicados y ha triunfado con ellos es al que más se ha visto en los ruedos. Así lo reafirma su tarde valenciana, en la que le corta una oreja a su único oponente, o la confirmación de esa tarde de Huelva, en la que se ve al Romero más solvente de todo este tiempo que lleva en escena. Andrés Romero probó el sinsabor de quedarse una parte de la temporada sin Guajiro, su caballo más determinante en tardes complicadas, y aun así logró rematar un año que en su interior ha tenido muchas más dificultades , percance grave en Calanda, que los que plantean los dos pitones de un toro. Tesituras, que deben escapar al simple análisis de enumerar desde las cifras unas tardes que seguramente llevan encerradas muchas más cosas que una simple faena. Cuando la ventana de una ruptura con su apoderado a final de temporada cerraba una etapa, todo pareció oscurecerse aún más para Andrés Romero. Siempre al límite, siempre con la exigencia de hacerse presente en el triunfo y pagando demasiado caro las tardes en las que por lógica no se puede triunfar. Ya les digo, este Andrés Romero del 2015 será imprescindible para entender por qué en la temporada próxima el de Escacena será una pieza importante dentro del panorama del rejoneo.

Por otro lado, las dos fotos que ilustran esta página tienen ese sentido de dos protagonistas a los que no les he querido aplicar el carácter revelador que dan la seriación de veintitantos paseíllos. No he querido que fuesen hoy toreros de números, sino protagonistas en otro aspecto.

Porque si de Romero me queda la impronta de sosiego y mando de un rejoneador que ha ido más pasos hacia adelante en su madurez torera, del otro protagonista me llegó la foto de una noche de Maestranza que refleja una fuerza increíble. En realidad, la fuerza de lo que aconteció sobre el albero. La descubrí puesta en uno de sus perfiles de redes sociales y entendí que era la foto que debía tener el más joven de los personajes que encarnan este especial de temporada.

Tras aquella noche de la final sevillana muchos han pensado que al pobre muchacho le había faltado oficio, que si la torpeza frente a una novillada dura de c... le ha dejado derrotado. Que si no se puede venir sin preparación. En fin, todas esas cosas que se dicen cuando quien las comenta ya no se acuerda de por qué ese chaval vestido con un terno azabache, con el que su padre reapareció tras esa cornada fea de las Colombinas del 97, está ahí. Ya no se acuerdan, digo, que ese mismo torero al que el esparadrapo recompone la dignidad de la vestimenta estuvo francamente bien frente a una brava novillada de Villamarta. Esta foto, sin embargo, dice muchas cosas, todas importantes, del Silvera que viene llegando a la Fiesta. Dice de pundonor, de rabia, de raza, de pelea vencida, pero no de derrota. Del gesto torero de un novillero que ha llevado el nombre de Huelva por veintiséis plazas de toros, y que definitivamente hoy tampoco he querido que sea un torero de números. Porque los suyos, en contraposición a los de Romero, no marcan nada determinante. Sí lo marca la actitud de esta instantánea en la que Silvera anda volviendo maltrecho a la cara del novillo. Vencido en el lance, pero no derrotado en la pelea. Con la gallardía del torero herida de coraje, pero indemne de valor. Que si algo ha dejado claro este Silvera, capaz de meter el mentón junto a los alamares de su chaquetilla y templar, es que corto de valor no anda.

Emilio cumplió en este 2015 su tercera temporada como novillero sin caballos y está ante su inminente debut con los del castoreño. A punto estuvo de acontecer el pasado agosto en La Merced, la plaza lógica para que tal cosa sucediera, mas los responsables de la carrera del novillero declinaron ese debut ofrecido por la empresa para ser parte de los carteles de Colombinas. Ahora, con el 2016 a las puertas, se hace necesario el paso de escalafón y ver a este Silvera frente al utrero.

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