La Unión de Criadores y el ‘pleito de los miuras’: una historia para un aniversario
HISTORIAS TAURINAS
La principal asociación de ganaderos, que cumple 120 años, nació en medio del período de sede vacante que siguió a la retirada de Guerrita y precedió la epifanía de la Edad de Oro
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La efeméride exacta se cumplió el pasado Martes Santo, un tanto eclipsada por el imperio de la corneta, el capirote y el costal. El 15 de abril de 1905 es la fecha fundacional de la Unión de Criadores de Reses Bravas que 120 años después, timbrada con la corona real y enfrentada a los problemas y los retos de la sociedad, el campo y el toreo del siglo XXI, permanece vigente y operante en defensa de los intereses de un sector clave para entender el agro de la Península Ibérica y el equilibrio de la dehesa mediterránea.
Pero conviene descender a las circunstancias en las que los criadores bravo de comienzos del siglo XX decidieron poner en pie este colectivo vertebrador de sus intereses en la onda expansiva que siguió a la retirada de Guerrita –el 98 taurino- y el complejo espacio temporal de sede vacante que iba a preceder a la llegada de los nuevos colosos –José y Juan- en coincidencia con el estallido de la Gran Guerra de Europa, marcando la constante señalada por Ortega: los toros como espejo de España.
Cristóbal Colón de la Cerda, el célebre y patilludo duque de Veragua que marcó a fuego la historia de la aristocrática ganadería en la segunda mitad del siglo XIX, iba a ser el primer presidente del nuevo colectivo que celebró su asamblea fundacional en Sevilla en mayo de aquel lejano 1905. Se integraban criadores como el marqués de Saltillo, Eduardo Miura, el marqués de Albaserrada, el conde de Santacoloma, Felipe de Pablo Romero o Fernando Parladé al frente de las mejores vacadas de Andalucía, Salamanca, Colmenar Viejo y Navarra.
Los ganaderos –nada nuevo bajo el sol- se quejaban de los efectos demoledores de la puya de la época –qué habrían dicho de la actual-; de la intromisión de tratantes y chalanes en la venta de corridas y de ciertas conjuras de matadores para negarse a estoquear según qué hierros. En el fondo coleaba cierto conflicto o choque de fuerzas tras la hegemonía dictatorial ejercida por Guerrita. Se trataba, de alguna manera, de una mudanza de poder –posibilitada por una generación de toreros de menor fuste- que iba a estallar tres años después, en otoño de 1908, con el llamado pleito de los miuras…

Don Eduardo en el blanco
La pretensión de las dos primeras figuras del momento, Machaquito y Bombita, para aumentar sus emolumentos habituales cada vez que se enfrentaran a la temida divisa del Cortijo de Cuarto era el titular más grueso del empeño. Se argumentaba que las dificultades que presentaban para su lidia eran mayores que en otras vacadas pero el asunto tenía un trasfondo económico, de reparto del pastel.
Don Eduardo Miura mantenía una posición de privilegio en el negocio taurino de la época y los sediciosos, en el fondo, querían tener parte en el reparto. Era la ganadería más cotizada, seguramente la que más lidiaba, convertida en blanco de los toreros rebelados que se iban a aglutinar en otra asociación, la llamada Unión Taurina, capitaneada por Bombita que, frente al dictado de la flamante Unión de Criadores, demandaba 10.000 pesetas de la época –el doble del caché habitual- cada vez que los matadores se enfrentaran a las temidas reses en los cosos de primera. El asunto no tardaría en levantar el lógico revuelo entre los aficionados, volviéndose en contra de los coletudos.
Ya lo hemos dicho, se trataba de una cuestión de poder: la incipiente Unión de Criadores –aprovechando el vacío de mando taurino- pretendía abolir cualquier competencia actuando en exclusiva, imponiendo sanciones a las empresas que no compraran corridas de las ganaderías asociadas y negándose a venderles sus encierros mientras no abonaran esa multa. De la misma forma se vetaban a los toreros que rechazaran algún hierro de la Unión.

Los toreros rebelados –detrás del Bomba y Machaco había una larga lista- publicaron una carta el 14 de noviembre en el diario El Imparcial en la que exponían sus razones. La reacción de los ganaderos, reunidos el 20 de diciembre en casa del duque de Veragua, no se haría esperar. El gremio cerraba filas con Eduardo Miura acordando no embarcar toros para las empresas que contrataran a los toreros alzados.
La cosa pintaba fea pero revelaba quién detentaba realmente el poder en esos años de sede vacante. Al año siguiente, en febrero de 1909, se iba a llegar a una solución que, más que salomónica, enseñaba los galones de los criadores de bravo. Los toreros renunciaban a su pretensión de cobrar más por lidiar las reses de Miura y los ganaderos rehacían algunas de las clausulas exclusivistas en los contratos. La historia de la mítica vacada salía recrecida después convertir a Bombita y Machaquito en cabezas de turco. Ambos volverían a enfrentarse a los toros de Miura aunque los dosificarían enormemente en los pocos años que permanecieron aún en activo. La historia, veinticinco años después, aguardaba un nuevo pleito ganadero que daría origen a todo un cisma. La simbiosis entre Eduardo Pagés y Juan Belmonte tendría mucho que ver pero ésa es otra historia. Ya la contaremos…
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