"Yo vengo a buscar libros, pero acabo comprando de todo": la magia de rebuscar entre los puestos del Mercadillo del Jueves en Calle Feria
El mercadillo más antiguo de Europa resiste al paso del tiempo entre antigüedades, curiosos y la pasión de sus vendedores, que cada jueves convierten la calle Feria en un museo al aire libre
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Son las once de la mañana y la calle Feria se transforma. Los vecinos la recorren con bolsas de tela, los turistas avanzan despacio con la cámara en la mano y los vendedores se saludan entre ellos, casi de memoria. Entre el olor a incienso y el sonido metálico de las monedas, el aire se llena de voces. "Yo suelo venir siempre que puedo", dice una joven. "Por un euro te encuentras auténticas joyas. Pero acabo comprando de todo", comenta su amigo al lado suyo.
Ellos son parte del alma del mercadillo del Jueves de la calle Feria, una tradición sevillana que se celebra desde hace más de ocho siglos y que hoy sigue atrayendo a vecinos, turistas y coleccionistas. En una ciudad que cambia a toda velocidad, este mercado es un reducto donde el tiempo parece detenerse.
Un mercado con ocho siglos de historia
La historia de El Jueves se remonta al siglo XIII. La primera referencia documentada aparece en 1292, cuando el rey Sancho II de Castilla reguló su celebración. Probablemente, ya existía desde antes, heredero de los bazares árabes que animaban la Sevilla musulmana. En el siglo XIX se trasladó definitivamente a la calle Feria, donde aún se celebra cada jueves, todos menos el Jueves Santo.
Durante el siglo XX vivió altibajos: su auge con el turismo en los años 60 y 70, su decadencia en los 80 por los problemas sociales del entorno y, finalmente, su resurgir en la última década, gracias a la organización de los propios vendedores. Hoy, legalizado y regulado, El Jueves vuelve a ser una cita imprescindible en la vida de la ciudad.
De los bazares árabes al vintage
A lo largo de la calle Feria, los puestos ofrecen un mosaico de objetos imposibles: estampas antiguas, mantones de Manila, casullas bordadas, discos de vinilo, monedas, figuritas religiosas y trajes de flamenca. También libros, tazas, lámparas, postales o soldaditos de plomo.
"Yo vendo antigüedades, sobre todo metales y cristalería", cuenta Paco, que lleva quince años en el mercado. Detrás de su mesa, brilla un candelabro dorado junto a un jarrón con motivos florales. "Aquí viene de todo: extranjeros, gente de los pueblos, coleccionistas… Lo que vendemos lo hacemos por nosotros, pero también por el ambiente". Paco asegura que este mercado da vida a la calle y a los locales y por eso no se puede perder. Su defensa es compartida por muchos vendedores, que ven en El Jueves algo más que un medio de vida.
Unos metros más allá, la mesa de Reyes es un estallido de colores y risas. Vende un poco de todo: ropa, libros, pendientes, collares y velas que ella misma fabrica. "Yo hago muchas cositas y la gente me trae cosas para vender".
Reyes habla sin parar, saluda a los clientes por su nombre y negocia precios entre risas. "Eso sí, los extranjeros no saben hablar español, pero sí saben regatear", bromea. Pero en su voz no hay queja porque sabe que gracias a ellos el mercado sigue vivo.
Esta simpática vendedora también tiene un cuaderno de firmas. Ella afirma que en el mercadillo se hacen muchas amistades de todas las partes del mundo: "Cada persona que viene me deja una dedicatoria o su Instagram. Tengo firmas de medio mundo: Estados Unidos, Francia, Italia… Me encanta conocer gente".
A su alrededor, los puestos se llenan de turistas que hacen fotos, parejas que buscan decoración para casa y curiosos que se pierden entre recuerdos. "Esto es un sitio donde se mezclan generaciones", dicen las dos amigos del principio. "Ves a gente mayor, jóvenes, turistas… Es un espacio de socialización, de encuentro."
El mercadillo del Jueves se instala cada semana desde las 8:30 hasta las 14:00 horas. La recomendación de los veteranos es clara: llegar temprano y llevar efectivo. A esa hora, la calle es un hervidero de vida, una Sevilla en miniatura donde se cruzan pasado y presente. Aunque algunos detractores han intentado limitar su actividad, los vendedores insisten en que su valor cultural y social es incalculable.
Cuando el reloj se acerca a las dos, los puestos comienzan a recogerse. Las cajas se llenan de nuevo con las piezas que no encontraron dueño. Los turistas se alejan con bolsas llenas y los vecinos con algún hallazgo inesperado. La calle vuelve a su ritmo habitual. Pero todos saben que dentro de siete días, como desde hace más de ochocientos años, el mercado volverá a despertar.
Porque en Sevilla, los jueves no son un día más: son El Jueves.
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