Etapa 14 del Camino Olvidado: Vegacervera - Buiza | Un paisaje de cuento de hadas
Las Hoces de Villar y el Faedo de Ciñera nos maravillarán en un trayecto hermoso pero duro y hasta peligroso.
Etapa anterior: Boñar-Vegacervera | El inicio de la ruta por la montaña
Inicio del Camino Olvidado desde Bilbao
El Camino Olvidado nos revela ahora su cara más bella, pero también la más exigente. La segunda etapa de la ruta de montaña nos cautivará con el paisaje que se despliega a mitad del recorrido, aunque debemos tener presente que la dificultad del trayecto aumenta considerablemente. Hay un descenso sobre roca que puede volverse peligroso si el terreno está húmedo o llueve. Si las condiciones no acompañan, tendríamos que considerar desviarnos por carretera, asumiendo la pérdida del rincón más encantador de toda esta ruta. Nuestra seguridad siempre debe ser prioritaria.
El recorrido entre Vegacervera y Buiza no es largo, apenas alcanza los 19 kilómetros. A pesar de su extensión moderada, presenta desniveles significativos: 600 metros de subida y 520 de bajada. El trazado destaca por una bajada muy delicada a media etapa y un ascenso pronunciado en el tercio final. A esto se suman un par de tramos sin señalización o incluso con ganado y perros pastores sueltos. Máxima precaución.
Iniciamos la marcha desde el puente principal de Vegacervera. Cruzamos la carretera y nos adentramos por la calle Nieves González, y al fondo, junto al Ayuntamiento, por la calle Virgilio Gil Reguero. Así dejamos atrás el pueblo, pasando junto a las naves de una fábrica de embutidos. Cabe destacar que Vegacervera es reconocida por su cecina de chivo, un auténtico manjar.
Avanzamos por el lateral de la carretera LE-3513 en suave ascenso durante 1,5 kilómetros hasta Coladilla. Este pequeño pueblo nos da la bienvenida con la Iglesia de Santa Engracia, un claro exponente del románico rural que sobresale por el conjunto de conchas que adornan su entrada, vinculando claramente el templo con la tradición jacobea.
Seguimos la calle principal casi hasta el final. Tras la plaza, giramos a la izquierda por la calle Calleja. Los vecinos suelen recibir a los peregrinos con los brazos abiertos y no deberíamos descartar que nos inviten a tomar algo si nos ven pasar.
Dejamos atrás las comodidades. Ahora pisamos tierra en un paraje dedicado al ganado. Mucho cuidado con la presencia de perros pastores. Si se nos acercan, debemos evitarlos y respetar los límites que nos impongan. El sendero asciende de forma más acentuada durante otro kilómetro y medio. Tendremos que franquear alguna cancela.
La subida se interrumpe para cruzar el arroyo de Valle. El camino se encajona entre muretes a medida que nos acercamos a Valle de Vegacervera. No visitamos esta aldea, ya que el trazado vira al oeste y avanza entre la colina de Las Tendás y el cerro de El Castro. El sendero aquí es muy difuso y es posible que la hierba esté alta. Hay un cordel electrificado que separa los terrenos. Debemos seguirlo hasta que encontremos una pradera más amplia.
Giramos a la derecha y nos fijamos en la torre eléctrica: una flecha indica por dónde debemos ir... pero es posible que los matorrales nos lo pongan difícil. Como podamos, debemos alcanzar el camino que hay a la derecha para conectar de nuevo con la LE-3513.
Avanzamos por la carretera hasta llegar a Villar del Puerto, donde encontraremos una fuente. Nos mantenemos en la calle principal hasta la iglesia. Aquí es donde el recorrido se bifurca para buscar las Hoces de Villar. El tramo que nos espera más adelante por sendero puede ser arriesgado si llueve o el suelo está mojado. En tal caso, la recomendación es seguir la carretera. Es una opción menos vistosa, pero más segura. La pega es que nos perderemos un paisaje magnífico, pero debemos ser sensatos y saber valorar la situación. La carretera avanza por la cara norte de la Sierra del Sadornal y conecta más adelante con el Camino Olvidado en la localidad de La Vid.
Al realizar esta etapa, tuvimos suerte y pudimos tomar el sendero que baja al desfiladero. Nos separamos de la carretera con la vista puesta en las escarpadas montañas que se alzan justo delante. Al principio, el descenso es suave, pero de repente, el terreno se precipita en picado hacia una estrecha garganta labrada por el arroyo de la Ciñera. Desde el Mirador de Los Truébanos, la panorámica es impresionante. Si sufrimos de vértigo, siempre podremos retroceder al pueblo y elegir la otra opción.
Decididos, afrontamos la bajada a las Hoces de Villar. Esta formación es un tajo esculpido por el paso del agua, con sus características marmitas. Nuestro descenso es por la misma roca. Intuimos el recorrido que debemos seguir hasta el fondo, aunque encontraremos flechas del camino y marcas de PR pintadas en puntos estratégicos. Algunas rampas son muy pronunciadas y, unidas a lo pulida que está la roca y al peso de la mochila que portamos, pueden resultar peligrosas.
Hay un importante escalón que pierde casi 60 metros en menos de 200 metros. Más abajo, encontramos una estrecha pasarela de madera anclada a las estrechas paredes, que nos lleva de un lado a otro hasta una caseta que controla una compuerta de paso de agua. Tendremos que seguir pisando lateralmente el murete de piedra hasta superar el edificio. Después, el descenso se relaja. Lo peor ya ha pasado.
Tras este intenso tramo, llegamos a uno de los lugares inolvidables de este Camino Olvidado: el Faedo de Ciñera. Se trata de un hayedo centenario que puebla este aislado paraje. La palabra "faedo" es un término asturleonés derivado del latín fagus, que se refiere a las hayas. El bosque es asombroso, sus árboles son majestuosos, su luz resulta especial con un contraste de color entre las hojas y el suelo muy llamativo. Parece un lugar cargado de magia. El silencio solo lo interrumpe el murmullo del arroyo que desciende con entre las piedras de su lecho. Nuestro camino sigue una plataforma de tablas que debemos respetar en todo momento.
Tan pronto como nos ha envuelto, este paraje nos abandona. Se hace corto. Sentiremos el impulso de volver atrás para seguir deleitándonos con este mágico rincón de cuento de hadas.
Seguimos bajando, ya con mucha más suavidad. Al pasar un merendero, un giro a la izquierda nos hace superar el arroyo por un vistoso puente de piedra. Entramos en un terreno donde la huella de la minería es evidente. Si nos fijamos, en la ladera derecha que delimita el valle hay cuevas, antiguas entradas a la mina de Ciñera. Se han colocado algunos elementos expositivos en esta zona, como antiguas vagonetas empleadas cuando estas instalaciones estaban en uso.
El sendero se va acercando poco a poco al pueblo de Ciñera. Primero veremos el cementerio y justo después el polideportivo. Descendemos al valle del Bernesga, situado en el animado eje de la carretera nacional N-630. Antes de desviarnos hacia Buiza, atravesaremos dos pueblos con todos los servicios. Son ideales para reaprovisionarnos antes de volver a internarnos en la soledad. Hay bares, farmacias y supermercados, por lo que conviene comprar comida aquí, ya que en el destino no hay tiendas.
El trazado desciende por el paseo de El Faedo hasta la plaza de la Iglesia de San Miguel Arcángel. Es un lugar muy concurrido, ideal para sentarnos un rato y descansar las piernas tras la tensión acumulada por la bajada anterior. Llevamos ya 12 kilómetros de la etapa; aún nos quedan siete.
Dejamos la Plaza de la Iglesia de Ciñera por la avenida Príncipe de Asturias, en dirección norte. Al llegar a la calle Sandoval, giramos a la derecha y nos adentramos por la calle La Cubilla, que se encarama sobre la pared de un cerro. Desde aquí veremos el valle con claridad, con la concurrida carretera pasando junto al río Bernesga. A escasos metros, entramos en La Vid.
No nos desviamos hasta ver la iglesia a la izquierda. Tomamos la calle que cruza el río y pasa bajo la N-630. Dejamos atrás el tramo urbano e iniciamos casi de inmediato el ascenso al Collado de la Vid.
Vamos a afrontar la subida fuerte de la jornada: unos 200 metros en un kilómetro y medio. Nos quitará el aliento, pero por fortuna el suelo por el que progresamos es cómodo. Eso sí, es posible que nos topemos con vacas en el ascenso y que se nos crucen o bloqueen el camino. Mucho cuidado con ellas: aunque suelen apartarse, es posible que alguna remolonee. Es mejor no tocarlas e intentar hacerlas moverse a cierta distancia. Siempre con calma.
El sendero asciende encajonado en un estrecho valle entre las laderas del Pico de Chanza (1.613 metros) y Peña Rabera (1.465 metros). El paso supera el desnivel casi siempre rodeado de robles. Arriba, una señal de madera nos indica el puerto: 1.207 metros sobre el nivel del mar, aunque en los mapas sale con 1.295 metros.
Ahora toca bajar hasta la meta. Son unos tres kilómetros. El desnivel no es el problema. La dificultad radica en el trazado: el camino se difumina casi completamente en un tramo considerable. Tendremos que improvisar un poco y evitar varios terraplenes y matorrales densos que nos pueden bloquear el paso. Cuando demos con un colmenar, conectaremos al fin con un camino definido. Ya solo nos queda seguirlo hasta el final.
En Buiza, nuestro Camino Olvidado se cruza con el del Salvador, que parte de León en busca de Oviedo para venerar las Santas Reliquias de su catedral. A pesar de ser una localidad de unos 60 habitantes, cuenta con un buen albergue, pero no hay tiendas. Hay una especie de club social, pero tiene un horario indefinido y no dispone de cocina.
Tras esta etapa intensa en cuanto a su dureza (no en cuanto a su longitud), la tranquilidad de Buiza es ideal para descansar antes de la que puede ser considerada la etapa reina de este Camino Olvidado, en la que alcanzaremos el techo de la ruta.
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