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Cine

Borau, un humanista desde la mecedora

  • Bernardo Sánchez Salas, profesor de Cine y Literatura en la Universidad de la Rioja, traza la biografía del desaparecido cineasta en 'José Luis Borau. La vida no da para más'.

José Luis Borau, fallecido este viernes, imaginaba sus películas desde una mecedora en la calle Albareda de Zaragoza, algo que en otros lugares, sentado, o de pie, no había dejado de hacer consiguiendo un periplo vital y profesional que Bernardo Sánchez Salas recoge en el libro José Luis Borau. La vida no da para más, presentado ayer mismo, escasas horas antes del muerte del polifacético cineasta. "Es una figura poliédrica, polifacética, llena de elementos encontrados, de facetas distintas. Borau está fuera, está dentro, es grande y a la vez es frágil. Es un genio y afectuoso. Es muy de la ribera, muy castizo y también muy anglófilo. Está a la vez en varios lados del espejo", decía Sánchez Salas, doctor en Filología Hispánica y profesor de Cine y Literatura en la Universidad de la Rioja.

Aunque este libro iba a titularse Borau el travieso, ya que su vida estuvo marcada por la hiperactividad, el título actual se cruzó entre Borau y Sánchez Salas por casualidad. "Es una frase que me dijo él en un escrito, cuando me pedía por favor que le mandara unas cosas. No tenía tiempo y acababa diciendo que la vida no le daba para más. ¿Pero qué más puede dar una vida? ".

Una Concha de Oro por Furtivos y un premio Goya por Leo, el premio Tigre Juan de Narrativa por Camisa de once varas, una fundación con su nombre y un Diccionario de Cine Español que es obra capital en la cinematografía local, además de haber sido presidente de la SGAE y de la Academia de Cine. Pero este libro no tiene como objetivo repasar su carrera. "He hilado el discurso muy desde dentro. No quería hacerlo de una manera fría. No había una idea preconcebida, era una miscelánea, no un libro teórico sino una conversación con él, estudiar la literatura, partir también de un retrato personal", explicaba el autor.

Sánchez Salas descubrió a Borau por casualidad, cuando en un programa doble ofrecían junto a El prisionero de Zenda la primera película del director zaragozano, el spaghetti-western Brandy. "Vista ahora a vuelta de la cinematografía de Borau es una película interesantísima, están todos sus temas. Y otras películas suyas se pueden entender en clave de western, como Leo, La sabina o Furtivos". Esta última película acabó eclipsando el resto de una obra sobresaliente. "Furtivos es una huella indeleble que vale por muchas películas. Vale para una generación y a un país. Hay que verla no solo por obra, por saber lo que hemos sido y qué ha pasado aquí", afirmaba el autor. "Desde el 90, Borau ha realizado cine con muchas dificultades económicas. Desde Río abajo, apuesta por un cine que intenta una sobriedad, coherencia y rigor estético y poético", aseguraba.

Pero Sánchez Salas reconoce que la mejor manera de describir al genio es como un humanista. "Borau aspira a desbordar a su propio campo cinematográfico. Una vez más aspira a cambiar de orilla. Le interesó casi todo, tanto el cine que ha estrenado como las películas que no ha rodado, los ensayos que ha escrito sobre arte, sobre estética", comentaba. Incluso ya octogenario, siguió creando como si estuviera todavía en esa mecedora de su casa de Zaragoza, y tenía guiones en el cajón, como el que escribió con Rafael Azcona, Las hermanas de Don.

Además de creador, Borau fue siempre luchador. Desafió a la censura con Furtivos, mostró sus manos blancas por rechazo al terrorismo en plena ceremonia de los Goya y defendió un discurso artístico insobornable que al autor de La vida no da para más le recuerda a un personaje de las películas de Anthony Mann o John Ford. "Borau siempre fue un valiente. Intentó crear y generar un coraje para vivir y enfrentarse. Fue un personaje muy barojiano, que luchaba por la vida. Apostó por el descubrir, el revelarse y rebelarse".

Sin embargo, una filmografía más exigua que las de otros no le aseguró la relevancia popular que sí regentan Luis Buñuel o Luis García Berlanga. "Fue un hombre que aparentaba permanentemente enfadado. Tenía un fastidio paradójico, porque por un lado pensaba que estaba ocupado en demasiadas cosas pero no podía dejar de hacerlas. Merece un retrato de salón en el cine español. Pero se lo podrían haber hecho si se hubiera estado quieto", concluía Sánchez Salas.

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