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De libros

Predicaciones en el desierto

Es fama que Sartre rehusó el Nobel de Literatura, pero no suele añadirse que después de aducir nobles razones de cara a la galería reclamó a hurtadillas el importe del premio. Entre nosotros, fue sonada la ocasión en que Agustín García Calvo, el sabio helenista y pensador libertario -descanse en paz el admirado maestro, eximio prosista de la lengua castellana y uno de los grandes heterodoxos de nuestro tiempo-, recibió el Premio Nacional de Ensayo e hizo pública una declaración grabada aduciendo que no quería vender su imagen, luego afectada por el asunto -en el fondo poco relevante- de sus problemas con Hacienda. Recuerdo el final de una ácida columna de Arcadi Espada, cuando todavía colaboraba en el diario de Ortega Spottorno, que refiriéndose a la cuestación que el venerable sofista zamorano había organizado para ponerse al día con el fisco, decía más o menos: "Lo malo de los predicadores es que siempre acaban pasando el cepillo". El contraste entre las declaraciones públicas de los escritores -para no hablar de otros gremios- y su comportamiento privado, depara siempre lecciones provechosas y en algunos casos decepcionantes. Viene lo dicho a propósito de la concesión del Premio Nacional de Narrativa a Javier Marías, que como todo el mundo sabe ha sido rechazado por el escritor en una comparecencia pública.

De Marías, la verdad, no esperábamos un comportamiento tan poco discreto, impensable, sin ir más lejos, si se hubiera tratado de su padre, don Julián Marías, al que el hijo -quien ha aprovechado la ocasión para recordar, esto sí oportunamente, que el benemérito filósofo y ensayista nunca recibió ningún premio- ha dedicado páginas hermosísimas que lo retratan para siempre como una persona sobria, honesta e íntegra cuyo ejemplo brilló a una altura moral infrecuente en aquella España, que gracias a unos pocos como él pudo mantener la dignidad mientras la mayoría agachaba la cabeza. Si nos hubieran dicho que se trataba de cualquiera de los hermanos Goytisolo, por poner ejemplos casi cómicos de superego desbocado, no nos habría parecido extraño, pero de Marías, que ejerce igualmente como moralista pero no suele gastar esa solemnidad de los que se sienten ya como esculpidos en mármol, cabía esperar no sólo mayor discreción, sino una actitud menos presuntuosa.

Lo de menos son las razones, más bien vagas o peor aún, vagamente políticas, que ha invocado el escritor para rechazar el premio. Lo que nos parece verdaderamente indecoroso es que convocara a los medios -a través de su editorial, que aclaraba en el subject que se trataba de un asunto "urgente" y precisaba que respondería a "todo tipo de preguntas"- a una rueda de prensa, para exhibir sus razones rodeado de periodistas, en loor de multitud o por así decirlo desde la cátedra. Habría bastado, no sé, con enviar un mero comunicado, con esas mismas razones o las que fueran, que explicara con humildad por qué él no se digna recibir los premios que todos los demás escritores no consideran humillantes. Y decimos con humildad porque hay que tenerla para explicar esa singularidad que de otro modo corre el peligro de ser interpretada, con o sin motivo, como una muestra de soberbia.

Puede rechazarse un premio, sea o no remunerado, si el autor galardonado lo ve incompatible con su ideario por razones más o menos consistentes. Lo que no debe hacerse, dejando aparte el comentario un poco obsceno y tanto más en estos momentos de evaluar los miles de euros que lleva perdidos por no aceptar premios institucionales, es presumir públicamente de ello y presentarse ante la sociedad, de alguna manera, como el último puritano, cuando además no se han rechazado en el pasado premios igualmente institucionales -"eran otros tiempos", ha aclarado su editorial- o distinciones tan castizas y entrañables como el ingreso en la Academia, que ha sido siempre en España -sobran los ejemplos, y no hace falta remontarse a la posguerra- una decisión en buena medida política o no menos arbitraria.

Al margen de gustos o preferencias, no tiene uno la menor duda de que Javier Marías es uno de los grandes escritores de la España contemporánea. Lo dicho no empequeñece su talla literaria, pero la verdad es que su sobreexposición en este caso no lo ha dejado en buen lugar o eso pensamos. De los escritores que se interesan por los asuntos públicos, a los que antes se llamaba comprometidos, no esperamos que nos hablen de sus cosas, sino de las que nos afectan a todos. Marías tiene a su disposición señaladas tribunas para explicar sus discrepancias con la política económica, cultural o educativa del actual Gobierno, pero no debería abusar de su ascendiente para proponerse como ejemplo intachable. Muchos estamos de acuerdo en que el Estado no debería conceder premios literarios de ninguna clase, pero o se rechazan todos o no se rechaza ninguno.

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