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De libros

Lo que el cine puede

  • 'Foucault va al cine'. Patrice Maniglier y Dork Zabunyan. Buena Visión. Buenos Aires, 2012.

Compuesto por dos breves y enjundiosos ensayos y una selección de textos, Foucault va al cine cartografía la breve pero intensa relación del filósofo francés con el cine señalando la apasionante vigencia del encuentro en tanto que invitación al pensamiento. Sería un nuevo caso más de fricción entre la filosofía y el arte de las imágenes y los sonidos -no porque el cine esté dotado para (re)plantear problemas filosóficos, sino porque, desde su especificidad, puede enfrentarse a los mismos problemas que la filosofía-, pero uno muy curioso, pues, a diferencia de su amigo Gilles Deleuze, Foucault no escribió nunca un libro sobre cine, y su producción se agota en un puñado de entrevistas y un par de artículos en los que opinaba con humildad al respecto, lo que no evitó que dejara para la posteridad alguna de las más bellas y lúcidas reflexiones sobre René Allio (quien "adaptara" al cine su Pierre Rivière...), Marguerite Duras, H. J. Syberberg o Werner Schroeter, el único cineasta que Foucault se interesó por conocer.

Lo llamativo del caso de Foucault es que fue el cine quien sintió la necesidad de buscarlo a él, y no al revés. Corría el año 1974 y mientras la cartelera se llenaba de títulos retro (como Lacombe Lucien de Malle o Portero de noche de Cavani) cineastas y críticos cahieristas de la talla de Rivette, Narboni o Daney encontraron no en otros filmes sino en un libro, su Pierre Rivière..., la mejor medicina contra la amnesia que transmitían esas películas sujetas a una escuálida representación del pasado. La entrevista con el filósofo les corroboró, como explican Maniglier y Zabunyan en estas páginas, que la metafísica del acontecimiento y la práctica crítica de la historia sobre las que llevaba años teorizando el historiador, genealogista y filósofo estaban íntimamente relacionadas con la ontología del cine, siempre y cuando el propio cine dejara de pensarse como producto histórico y evolucionado. Era el archivo audiovisual, ejemplo inmejorable de la disyunción ver-hablar (imagen/sonido; campo/fuera de campo), un agente capaz de intensificar regiones de nuestra memoria y olvido siempre que su montaje estuviese guiado por un concepto del devenir no-histórico, del acontecimiento insustancial y del cambio no cronológico. El cine, en efecto, puede y debe ser un desafío a la historia; lo logra cuando pone su maquinaria al servicio de esas extrañas continuidades entre épocas que esbozan la silueta de un eterno presente: Resnais, Straub, Godard, Duras, Lanzmann, Schroeter, Epstein... arte larvado, de la inminencia, alianza entre pensamiento y sensaciones.

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