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De libros

Una historia alemana

Hammerstein o el tesón. H. M. Ensensberger. Trad. Daniel Najmías. Anagrama. Barcelona, 2011. 384 páginas. 19,50 euros.

Hace tiempo que los historiadores probaron a biografiar no la trayectoria de individuos concretos sino la de familias enteras, en la idea de que la diversidad de sus integrantes, cuando estos pertenecen a linajes representativos, permite ampliar el campo de visión y abarcar en mayor medida las evoluciones y los matices de un tiempo dado. Este es el camino que ha seguido Enzensberger, sólo que su libro, dedicado al barón Kurt von Hammerstein-Equord (1878-1943) y su descendencia, no es exactamente una biografía o no es una biografía convencional. Es historia, pero no es sólo un libro de historia y menos aún una novela histórica. Tal vez un ensayo, un ensayo narrativo al modo de autores como Sebald o Magris, pero contado desde una perspectiva biográfica que conjuga múltiples voces y no pretende llegar a conclusiones definitivas. El objeto de la inquisición es una ilustre familia que tuvo el valor de disentir de la doctrina oficial de la Alemania nazi, amparada en una frase del patriarca que el autor ha destacado al frente de su libro: "El miedo no es una visión del mundo".

Es obligado relacionar Hammerstein o el tesón con la otra novela documental de Enzensberger, la no menos espléndida El corto verano de la anarquía, donde el escritor reconstruía la Vida y muerte de Buenaventura Durruti mediante una suerte de collage -la definición es suya- que acopiaba materiales de muy diversa procedencia. Ambas obras toman la forma de ficción colectiva, pero hay entre ellas diferencias importantes. En este caso, Enzensberger se ha permitido licencias como la inclusión de juicios personales que glosan los testimonios aportados o -lo más sorprendente- conversaciones imaginarias con algunos de los protagonistas, donde el autor dialoga con los muertos y se permite incluso caracterizarlos con gracia. Este procedimiento, no exento de evidentes riesgos, es empleado con absoluta maestría, pues además de aportar viveza a la narración le permite a Enzensberger apuntar rasgos que confieren a sus personajes una más precisa y verosímil encarnadura.

Una historia alemana es el subtítulo del libro. La historia -el ascenso y caída del Tercer Imperio- la conocemos sobradamente, pero Enzensberger la ha contado desde una perspectiva novedosa que ilumina a la vez la poco recordada trayectoria de Hammerstein -el jefe del Alto Mando del ejército alemán antes de la llegada de Hitler al poder- y la de aquella época maldita. El bravo general, enlace con el Ejército Rojo durante la República de Weimar, desconfió desde el principio de los nazis y fue destituido de su cargo por el mariscal Hindenburg, después de haber asistido a una reunión secreta en la que el futuro Führer expuso sus verdaderas intenciones. Desde el principio previó la catástrofe y no quiso ser cómplice de los ejecutores, aunque tampoco adoptó una estrategia de enfrentamiento suicida. Todo el mundo sabía de su desafección, pero milagrosamente escapó de las purgas que se llevaron por delante a algunos de los miembros de su círculo.

La personalidad de Hammerstein, hombre de grandes cualidades pero lastrado por un temperamento indolente, era contradictoria y aparece descrita de forma ponderada, lejos de planteamientos maniqueos. Ni él ni el resto del selecto grupo de oficiales prusianos -pertenecientes a la aristocracia del Reichswehr- que ejercieron una oposición soterrada a los designios de Hitler, fueron héroes. Queda claro que compartían la mayoría de los objetivos del régimen nazi y apenas diferían respecto a la temeraria rapidez con la que el "cabo austriaco" se había propuesto llevarlos a la práctica. También despreciaban la ascendencia plebeya y los modales vulgares de los camisas pardas, pero este desdén patricio no los hacía menos proclives a las soluciones autoritarias. Sí es verdad que Hammerstein, al contrario que sus compañeros -que sólo conspiraron contra Hitler cuando la guerra estaba definitivamente perdida- se distanció de los nazis cuando había que hacerlo, es decir, en el momento justo en que estos llegaron al poder, aupados por una extensa red de complicidades que no paró de crecer hasta los primeros reveses en el campo de batalla.

De algún modo, dice Enzensberger, los hijos de Hammerstein heredaron su carácter inconformista y la fuerte y poco convencional personalidad de su mujer, Maria. Algunos de ellos -en particular las hijas mayores, especialmente combativas- militaron en el Partido Comunista o estuvieron implicados en el complot para el frustrado atentado del 20 de julio, el tardío intento de los militares opositores para detener la sangría de la guerra y lograr un armisticio que a esas alturas era ya imposible. Acabada la contienda, sus vidas prosiguieron a uno y otro lado del telón de acero, a veces vinculadas a tramas de espionaje que parecen extraídas de una novela. Pero era ya otro mundo. El caso de Hammerstein ejemplifica, sobre todo, el crepúsculo de la vieja aristocracia militar que ni durante el nazismo ni después volvió a recuperar su antiguo prestigio.

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