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Busquen al tuerto (2-1)

  • El Betis iguala un partido cuando empezó a jugar como solía y su apuesta ganadora se convirtió en una derrota de muy difícil digestión. El futuro de Pepe Mel, pese a un doble planteamiento acertado, más en el aire que nunca sólo porque el rival creó dos ocasiones y las marcó.

Al Betis lo ha mirado un tuerto, lo han convertido en muñequito al que se le clavan los alfileres y así no hay manera de hacer nada de nada. Es la única forma posible de explicar la derrota de ayer en el Reyno de Navarra, una derrota que puede traer consecuencias gravísimas para el futuro del equipo y para su entrenador, Pepe Mel, quien ve su cargo seriamente comprometido por mor del azar y, seguramente, pensará ahora que más vale agachar la cabeza y que pase otro.

Cualquiera que viese el partido colegirá que sólo un equipo se hizo acreedor a los tres puntos. Y ese equipo vestía de verdiblanco. Cierto que en la primera mitad contemporizó más de lo debido, pero tras el descanso, cuando Mel decidió que ya hora de que el Betis se pareciera a su Betis, la cosa fue bien distinta. Hasta cuatro ocasiones se le contabilizan al equipo verdiblanco cuando ya en el marcador campeaba el 1-1 gracias a un gol de Rubén Castro que neutralizó el anotado en la primera parte por Miguel Flaño.

El propio ariete canario, Beñat, de nuevo el canario en un lanzamiento al palo y Santa Cruz tuvieron en sus botas el 1-2. Amén de cuatro o cinco acercamientos al área que debieron dejar rédito alguno.

Pero es imposible. La suerte del Betis se queda en los postes hasta por dos veces, en las paradas del guardameta rival e incluso en los fallos propios, porque si algo hizo mal ayer el Betis fue cometer la ingenua falta que se encargó de realizar Dorado en los estertores del partido, cuando el punto casi amarrado, por lo valioso y por la bella manera en que iba a ser conseguido, iba a servir, seguramente, para despejar un panorama que ahora vira a castaño oscuro.

Con todo, en la primera parte del acto, el Betis se dejó gobernar y eso no gustó al propio Mel, aunque se viera obligado a renunciar a sus ideas por mor de las circunstancias. Y es que mientras Mendilibar se mostraba fiel a su 4-2-3-1 aun a costa de situar al ex bético Roversio como lateral izquierdo, de Mel podría decirse que traicionaba un tanto sus principios y no tanto por ese 5-2-3 con el que situó a su equipo sobre el césped como por la filosofía del juego.

Si alguien vio al Betis alguna vez durante el último año y se le ocurrió ayer hacerlo por segunda vez, posiblemente pensaría que se trataba de un equipo distinto o, más bien, que había cambiado de entrenador. Porque los once hombres que se vistieron de verdiblanco en el añejo Sadar en nada se parecían a los que lo hicieron otras veces. Lejos de apropiarse de la pelota y mostrar ese discurso monocorde que suele, el Betis se la dio a Osasuna y se limitó a ordenarse prudentemente cerca de Casto, sin amorcillarse, para no sufrir jamás los embates tan directos que envía el equipo pamplonica al cobijo de los suyos.

Ocurrió lo que suele ocurrir en estos casos y es nada más y nada menos que si el que sabe no quiere y el que se ve obligado no sabe... Así fue. Porque para Osasuna el balón significó un objeto extraño en su discurso. Se veía raro a Matilla corriendo como un poseso en favor de recuperar un balón que igual conducía Nekounam. El mundo al revés.

Y si al toledano se le vio un poco en la resta y alternó aciertos y yerros en la suma, Salva Sevilla volvió a ser algo parecido a esa caricatura que Mel se vio obligado a sentar en el banquillo.

Y para que todo transcurriese sobre el guión bético de los últimos partidos, la suerte iba a ser mala para el Betis y buena para su rival. Porque Osasuna, pese a tener el balón, no fue capaz de generar ni una sola ocasión de gol. Sólo que, en su único disparo a puerta, tras el lanzamiento de un saque de esquina, halló la fortuna que veinte minutos atrás se le había negado a Salva Sevilla, quien vio cómo un lanzamiento directo de falta suyo se estrelló en la madera.

La madera... Ahí se quedaron todas las ilusiones del Betis y no por ese disparo del virgitano, sino por un cabezazo de Rubén Castro ya al final que corrió la misma suerte y que, quizá, sólo quizá porque hablamos del equipo más gafado de la Liga, hubiese supuesto la victoria. Una vida nueva. Una sonrisa en la cara de Mel. En la cara del Betis.

Porque ése era ya el Betis. Con cuatro defensas, con el balón, al ataque, con Rubén Castro y con Pozuelo, con Jonathan perdigueando, con Roque volviéndose... El Betis que le gusta a Mel, el que le gusta a los béticos, el que sabe atacar y así se defiende. Pero también ese Betis al que no le hace casi falta conceder ocasiones para ser goleado. Y si en la primera parte fue un córner, luego iba a ser una falta la que lo mataría. Dos ocasiones, dos balones parados, dos goles. Todo al garete. Dudas. Confusión. Mucha mierda... ¿Y ahora qué hace Mel, buscar al tuerto que lo ha mirado?

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