DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

Álvaro Siza. Arquitecto, Premio Pritzker

"Estamos en el camino hacia el abismo: la clase media ya no es media"

  • Siza, irónico y lúcido, habla de la debacle que la crisis supone para las nuevas generaciones de profesionales y explica que su método consiste en buscar el tono arquitectónico adecuado.

INTERIOR DÍA. Estudio Alminar. Calle Jesús del Gran Poder 41. Siza lleva exactamente dos horas firmando sin parar catálogos de sus dibujos, carteles y cualquier papel que le ponen por delante. Paciencia proverbial: todo es buena educación. Ni una mala cara. Atiende por igual a los estudiantes que quieren retratarse con él y a los popes de la arquitectura andaluza, a los que pone a hacer cola. Igual que todos los demás. Sin jerarquías. Uno de ellos trae su propio fotógrafo para inmortalizarse con el maestro. Cuando termina el ceremonial, comienza la entrevista. Sólo pone una condición: "Joven, coja usted el cenicero para poder fumar los dos escondidos y en paz". Ahora sólo se fuma dos paquetes al día. Hubo tiempos en los que no bajaba de cinco. Tiene 78 años.

-¿Cómo ve usted la encrucijada en la que la crisis ha puesto a su oficio, la arquitectura?

-En Portugal la situación es terrible. Hablamos de los arquitectos, pero el problema es más profundo. Las empresas constructoras han quedado en muy mala situación. Es una crisis completa. Los arquitectos la padecen más porque están muy ligados a la construcción y lo que intentan hacer para salir adelante es buscar trabajo fuera del país. Es una emigración de otro tipo: ahora es universitaria. Europa está en una situación grave: la gente con formación está marchándose a China, Dubai, Brasil; otros buscan colaboraciones en Suiza, algo también en Inglaterra. Buscan trabajo en su mismo ramo profesional. Pero no es fácil. Para cualquier país perder gente preparada debería ser un gran problema. La mejor arma de quienes se van es su juventud. Si se quedan en Portugal, como pasa en España, pueden esperar muy poco.

-¿Sobran arquitectos?

-Se diploman muchísimos: 2.000 por año. Hay cierta desproporción. Para entenderlo basta decir que en Portugal existen las mismas escuelas que en España. A mí me parece dramático: la gente acude con entusiasmo a estudiar arquitectura y después encuentra que no hay trabajo. Buscan alternativas. Pero las perspectivas no son nada fáciles.

-El bucle económico en el que está atrapada Europa tras la burbuja inmobiliaria especulativa no ayuda.

-Nada. Por un lado, hay un exceso de casas en el mercado, pero son casas a las que la población más desfavorecida no tiene acceso. Para esos, nunca hay vivienda. Por otro lado, la estrategia que está en curso pasa por reducir las reservas del Estado. Es una moneda de dos caras: reduces la deuda, pero también reduces la economía general, el empleo y lo que ganas con esta estrategia lo gastas al final en intereses. Estamos en un camino hacia el abismo. No queremos mirar de frente lo que ocurre en Grecia. Son las mismas estrategias: más y más préstamos para pagar la deuda a tasas cada vez más altas. Así es imposible la recuperación económica. La situación es muy dramática. Insoportable. La calidad de vida de la gente ha bajado muchísimo de golpe. Ya no es alta. Se está creando cada vez más miseria.

-¿Hay menos clase media?

-La clase media ya no es media.

-¿En este escenario no es lógico volver los ojos hacia la arquitectura social que se hacía en los 70?

-No se puede ir hacia un lugar que no existe. Los arquitectos somos absolutamente dependientes del curso de la economía. Un pintor puede seguir pintando cuadros en crisis, pero un arquitecto no puede hacer proyectos. Para los jóvenes no veo más opción que emigrar. Ojalá encuentren oportunidades.

-¿Es lo que va a contar en su charla en la Escuela de Arquitectura?

-Voy a explicar el proyecto del Atrio de la Alhambra. Cuando se trata de realizar una presentación, yo elijo una sola obra para explicarla en su integridad y compartir sus razones, hablar de cómo ha sido concebido el proyecto. No me gusta nada mostrar una sucesión de imágenes y proyectos anteriores. A mí me gusta explicar la arquitectura que hago.

-Su arquitectura es muy natural.

-La sencillez es algo difícil de conquistar, aunque no debe interpretarse como una simplificación. Hacer una arquitectura que se ocupe de retirar lo que no es necesario en la expresión de un edificio es un camino duro. Requiere trabajo y atención. Aunque no toda la arquitectura debe tener una intención sencilla. Depende. Por otro lado, no tengo la preocupación de dejar mi firma en mis proyectos: cada uno es distinto. Si hay algo que les da cierta coherencia es la forma de estudiar cada proyecto, porque la ejecución es siempre colectiva. La arquitectura es una tarea de equipo, nunca de una única persona.

-¿La arquitectura tiene futuro?

-Sí. Antes había arquitectura sin arquitectos. Todo muda, pero la gente seguirá necesitando una casa, un cobijo, igual que en la Edad Media. Lo ideal para el arquitecto es entrenarse con todo tipo de trabajos, con diferentes escalas.

-Usted renunció a un encargo para rehabilitar un corral de vecinos en Sevilla porque no podía venir a vivir a la ciudad y entender su cultura urbana. No todos los arquitectos harían lo mismo. Muchos desprecian el lugar donde construyen.

-El proyecto al que se refiere era complejo. Para mí no se trataba de arquitectura, sino de la cultura de esta ciudad, de su forma de vivir. Si no se hizo fue por mi culpa: no podía hacer el trabajo a distancia.

-¿Le gusta a usted la arquitectura icónica, formalista, la arquitectura de la espectacularidad?

-Hay quien trabaja sobre una determinada imagen con un cierto valor exótico. Pero tienen que existir las mínimas condiciones para estudiar profundamente lo que se hace. Con esto no quiero decir que lo que pudiera resultar de un determinado aporte de ideas, incluso de lenguaje, no sea algo que convenga. La evolución de la arquitectura siempre se hizo a través de influencias extrañas. Muchas veces ajenas al sitio allí donde se aplican. Pueden ser una contribución a la globalidad cultural que está -para bien o para mal- en camino. En realidad, todo depende de qué trabajo se trate. Para un edificio público, por ejemplo un museo... Hay personas que condenan el Guggenheim de Bilbao. Yo, de ninguna forma. Es un gran tributo a esa ciudad. Un edificio transformador. Siendo tan nuevo en su lenguaje, está muy bien ubicado. Su escala es extraordinaria, igual que la forma de ocupar el sitio donde se instala. Es fantástico. Muchas veces hay cierta confusión sobre qué es espectacular y qué no, como si fuera siempre lo mismo. Hay trabajos que requieren hacer un acto de afirmación en la ciudad. Otros no. Decidir esto forma parte de la naturaleza del trabajo en cuestión. Lo realmente difícil es hacer esta interpretación, porque si uno va a hacer algo en el tejido general de la ciudad, entonces quizás no haya razones para tanta espectacularidad. No se trata de debatir si es mejor la arquitectura espectacular o la modesta, sino de cuál debería ser el tono a utilizar en función del programa arquitectónico del que se trate.

-¿Arquitectura sin dogmas?

-Exactamente.

-¿Cómo ve Sevilla?

-Hacía tiempo que no venía. No me ha dado tiempo a ver mucho. Estuve en la Expo 92. Entonces se hablaba del edificio de Moneo junto a la Torre del Oro y del auditorio de Luis Marín. Era un momento de euforia colectiva. El impacto de la Expo fue en parte bueno y en parte malo. Pero es un hecho que Sevilla modernizó sus infraestructuras.

-Hay quien entonces dijo que alteraba la identidad tradicional de Sevilla. Aún hay quien ve la arquitectura moderna como una agresión.

-A veces hay razón para ciertos miedos. Aunque la postura de detener las ciudades no tiene sentido. Las ciudades se transforman. Tienen que cambiar, ser modificadas. Aunque se quiera, no se puede parar a una ciudad. La innovación, por otro lado, es el alimento de la tradición. Sin innovación, la tradición se muere. No se puede cerrar los ojos a todo esto. Se habla mucho del patrimonio del casco histórico y después se permiten barbaridades fuera. La ciudad es un continuo. Los políticos tienen sólo cuatro años para para diseñar su estrategia. Lo malo es que cuando cambia el gobierno hay quien se dedica a desmontarlo todo. Algo terrible.

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