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Cultura

El talismán inflado

  • La editorial Visor recuerda la importancia de la música en la concepción poética de Bécquer con la recuperación de un libreto de zarzuela inédito.

El talismán. Una zarzuela inédita de Bécquer. Gustavo Adolfo Bécquer, Luís García Luna, Joaquín Espín y Guillén. Editorial Visor. Madrid, 2014. 164 páginas. 20 euros

El año pasado se dio a conocer el descubrimiento de lo que se decía una zarzuela inédita con textos de Gustavo Adolfo Bécquer. Se crearon entonces grandes expectativas, y hace unas semanas, cuando Visor publicó este volumen, se vertió mucha tinta sobre el particular, hasta el punto de que algunos pudieron llegar a pensar que estábamos ante un hallazgo musicológico de extraordinaria relevancia. Visto lo que aquí se aporta, mucho me temo que conviene poner sordina al caso, al menos desde el punto de vista musical.

Lo que ha llegado hasta nosotros es una serie de 24 fragmentos de partituras de extensión muy diversa (algunas simplemente con el título y los nombres de los autores), que no son otra cosa que borradores o apuntes de trabajo, más unas cuartillas aparte con unos versos pensados para convertirse en números cantables salidos de dos manos distintas, una de las cuales es, según el peritaje caligráfico de Juan José Jiménez Praderas que aquí se incluye, sin duda la de Bécquer. El material forma parte de un proyecto emprendido entre 1859 y 1860, que quedó inacabado por razones desconocidas y que respondía al título de El talismán, zarzuela en tres actos para un gran fiasco [sic], aunque en algunos folios aparece también con el título de La Esmeralda, por lo que se ha especulado mucho sobre la relación entre esta obra y la supuesta versión que el poeta sevillano habría realizado de Notre-Dame de Paris de Victor Hugo.

Los textos eran de Bécquer y su amigo Luis García Luna y la música de Joaquín Espín y Guillén (1812-1881), un músico soriano que destacó más como crítico, editor (fundó La Iberia Musical y Literaria, una de las primeras revistas musicales españolas) y animador de la vida social de la villa y corte que como compositor. En 1847 Espín y Guillén había creado en su propio domicilio el Círculo Filarmónico, adonde sin duda se acercaron desde la bohemia madrileña Bécquer y Luna en busca de alguna ocupación mínimamente lucrativa. Como es bien sabido por los becquerianos de pro, Gustavo Adolfo se topó en el salón de Espín con los ojos de Julia, hija del músico, que habría de ser inspiradora de algunas de sus más apasionadas Rimas. Pese a los esfuerzos de algunos por convertir a Espín en un autor de importancia, lo cierto es que nunca ha sido demasiado valorado por los especialistas: en su monumental e inacabada Historia de la zarzuela, Emilio Cotarelo y Mori lo considera en los años 30 del siglo XX un compositor "de escasa inspiración y ciencia", mientras que en el Diccionario biográfico-bibliográfico de efemérides de músicos españoles publicado por Emilio Saldoni en 1881 su nombre ni tan siquiera figura, aunque sí el de su hija Julia, soprano de quien se informa que "en 1866 debutó en el teatro de la Scala de Milán con la ópera Duranda, del maestro Mazzini". Habrá que ver si algunos trabajos académicos actualmente en marcha logran poner en valor la obra de este maestro castellano decimonónico.

Además de un texto introductorio de Víctor Infantes y un breve artículo sobre la relación de Bécquer con la música debido a Miguel Ángel Lama, el meollo de esta publicación consiste en la edición de los fragmentos literarios y musicales encontrados. De aquellos se encarga Jesús Rubio Jiménez, quien se extiende en algunas consideraciones sobre las relaciones de estos textos con el mundo poético del sevillano. De estos, Amy Liakopoulos, quien reconstruye los cuatro números que tenían entidad para ello, todos del primer acto: Introducción y Ronda, Dueto (soprano y barítono), Cuarteto (soprano, tenor, contralto y barítono) y Quinteto (coro y final del primer acto). Por razones que se me escapan, aunque Liakopoulos lo describe con detalle, el primer número no se incluye en lo aquí publicado. Los otros tres son números de fácil melodismo y no demasiada profundidad ni estructural ni armónica.

Un rescate que, más allá de la emoción fetichista de contemplar/poseer un nuevo autógrafo de uno de los grandes de la literatura romántica, puede ayudar a los estudiosos becquerianos a completar la imagen del poeta en sus años madrileños, pero que no aporta gran cosa a nuestro conocimiento del teatro musical español del siglo XIX.

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