Cultura

Nuevo año, nueva vida

  • Alejandro Palomas narra los cambios de una familia durante una Nochevieja en 'Una madre', historia de una mujer imprevisible que se propone devolver a sus hijos las ilusiones perdidas.

Una madre. Alejandro Palomas. Siruela. Madrid, 2014. 248 páginas. 17,95 euros (edición en papel), 8,99 (Kindle/Epub).

Por azar, porque el autor había facilitado esa dirección para otro paquete que esperaba de la editorial, Siruela, los primeros ejemplares de la nueva novela de Alejandro Palomas acabaron remitiéndose a la casa de la madre del autor. Una vez descubierto el contenido de aquella caja, la progenitora -por entonces el hijo andaba de viaje, ella no podía deshacerse todavía de aquellas copias- no pudo resistirse a la lectura del libro, titulado precisamente Una madre, el relato dela reunión en Nochevieja de una familia en la que sus miembros callan sus verdades y rumian en secreto el cómputo insatisfactorio con que cierran el año. "Cuando llegué de aquel viaje", recuerda Palomas, "me dijo que sufría porque empatizaba con los hijos, estaba en un momento de la novela en que Amalia [el personaje principal] sufría con ellos. Le dije: Mamá, no te preocupes, que al final tiene recompensa. Y terminó de leer feliz, aliviada. Luego", continúa el escritor barcelonés, "le pedí que la leyera de nuevo, entendiendo que no éramos nosotros, que la leyera como si no la hubiese escrito yo. En esas fechas, me rompí el menisco y me quedé en su casa. Un día la oí reírse mucho, y en ese momento pensé: Si esta mujer se ríe de esta manera con Amalia, siendo tan parecida, es que esta novela tiene que funcionar". Palomas no se equivocó en su pálpito: la obra está ya próxima a su tercera edición.

Porque Una madre, pese a su punto de partida, describe cómo una mujer puede ayudar a sus hijos, que escogen siempre a la pareja equivocada y avanzan por la vida con la misma desmaña y temeridad con la que Amalia, que está perdiendo la vista, se maneja en la mesa; cuenta cómo esa protagonista logra que esa descendencia se entienda mejor y recobre, remitida la rabia por las cosas que salieron mal, las ilusiones perdidas. No es accidental que la ficción se abra con una ilustrativa cita de Las horas, "no se puede encontrar paz evitando la vida". Una filosofía que es "la columna vertebral" de una novela que trata "sobre las ganas de reconstruir, de probar un color distinto en las cosas, de regenerar. Una familia es un círculo que parece inamovible, pero no lo es, siempre que tengamos ganas de que pasen cosas, de remirarnos", sostiene Palomas.

Y la artífice de toda esa transformación es una mujer que desde fuera no podría verse como un ejemplo de seguridad y entereza, que se ha divorciado al fin de un marido aficionado a la estafa y sobrevive en un piso de protección oficial, y que en su conversación a menudo disparatada desbarra y "es muy capaz de seguir hasta el final de la noche, liándose ella sola y adentrándose cada vez más en esos pantanos surrealistas de los que al final sale a trancas y barrancas y no siempre bien parada". Una protagonista entrañable en su humanidad y su torpeza, que, como ha comprobado el escritor, está ganándose el aprecio de los lectores. "Yo tengo personajes en obras anteriores que también tienen este tinte. Quizás es la más perfeccionada, porque posee la gran sabiduría de los años, la fuerza que da vivir sin la sombra con la que ha vivido durante mucho tiempo, el alivio de poder ser ella misma y utilizar eso para lo que siempre ha querido, que es cuidar de los suyos y ayudarles, a su manera. Lo que la hace distinta, además, es que tiene un humor inteligente", señala el novelista, que desde que fue nombrado Nuevo Talento Fnac con El tiempo del corazón se ha afianzado en el panorama literario con libros como El secreto de los Hoffman (finalista del Premio Ciudad de Torrevieja en 2008) o El alma del mundo (finalista del Primavera en 2011).

Fer, el hijo con el que Amalia tiene mayor complicidad y que se mantiene a resguardo de las amenazas del mundo exterior tras un desengaño amoroso; Silvia, la hermana mayor que "comprendió demasiado pronto que ser la mayor en una familia como ésta no era sólo ser la mayor de tres hermanos, sino la mayor de los cinco: hermana, padre y madre a la vez", pero que tendrá que afrontar su vulnerabilidad; Emma, con una pareja, Olga, que los otros no ven con buenos ojos pero que fue la única elección posible tras un episodio traumático; o el tío Eduardo, que bajo su apariencia de fanfarrón viajado necesita, como todos, simplemente, que le quieran... Todos los personajes tienen algún momento de su pasado que justifique su actitud en el presente, una cara B que evita que tengan un solo rostro. La abuela del libro, ausente ya en la fecha en la que se ambienta la historia, ha dejado en el aire una sentencia memorable, "todos somos como somos porque hemos sido algo antes", y Palomas se aplica esa teoría a la hora de dar forma a sus criaturas. "En eso me descubro muy psicoanalítico, me ocurre en todas las novelas", analiza al respecto. "Pienso que lo que soy ahora es una acumulación de todo lo que he sido hasta ahora. Y lo que seré en el futuro será el resultado de lo que voy a hacer con lo que soy ahora, cómo voy a analizar eso, hasta dónde voy a ir. Me gusta mucho que mis personajes sean conscientes de lo que han sido, lo que son, lo que pasa, quiénes les rodean, y que sepan mirarse".

En este libro, al autor le interesaba "pasar de juzgar a jugar. Me apetecía que al principio los personajes se juzguen a sí mismos y acaben jugando con la vida. En esa parte lúdica tiene un papel fundamental Amalia. Ella, que de repente se siente libre, tiene que escoger entre dos colores: el de la madre apagada, abnegada, o el de alguien que tiene ganas de vivir, de apostar, que es muy aventurera, muy niña. Con sus ganas de que todo funcione, Amalia activa un movimiento que es una especie de juego de las sillas. El piso donde transcurre la acción es un espacio cerrado, difícil para que juegues con él como autor, pero ella lo pone fácil porque es un personaje muy generoso", considera Palomas. Uno de los fragmentos más emotivos será el que cuenta cómo Amalia recurre a la imaginación para salvar a su hija Emma del dolor. "Llegué a esta escena sin saber cómo solucionarla", confiesa Palomas. "Vivo en el campo, fui a dar un paseo con mi perro, me senté junto a una iglesia románica y me dije: Voy a imaginar qué es lo que pasaría si fuera esta niña y necesitara esta ayuda. Cerré los ojos y vi esta escena. Fue algo muy orgánico, más de ver que de pensar".

Palomas era antes, admite, "un autor que no aparecía en ninguna parte, siempre ponía mucha distancia entre mi obra y yo. Nunca hacía presentaciones, no tenía contacto con los lectores, era reacio a hacer prensa...", expone. La razón para estas reservas, cuenta el narrador, es que se sentía "demasiado sensible, creía que tenía la piel demasiado fina. Hasta que una editora me dijo que me abriera una cuenta en Facebook, que dejara que los lectores se acercaran. Eso me ayudó. He ido dando ciertos avances, probando algunas conversaciones, perfiles, para ver cómo los recibían... Y ha sido magia, porque allí donde voy hay seguidores de la zona". En esos fieles de la red social, a los que incluye en los agradecimientos de Una madre, encuentra ahora "un espejo que antes no tenía, me han servido para tener la piel mucho más gruesa".

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