Crítica de Música

Un Händel resucitado

orquesta barroca de sevilla

Femás'16. Solistas: Francesca Aspromonte y Alicia Amo, sopranos. Marina de Liso, contralto. Fernando Guimarães. tenor. Luigi de Donato, bajo. Dirección: Enrico Onofri. Programa: 'La Resurrezione', de G. F. Haendel. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Sábado 19 de marzo. Aforo: Tres cuartos de entrada.

Clausuró a lo grande la OBS el Femás de este año con un triunfante oratorio händeliano, que adelantó en una Semana el desenlace de la que se nos avecina. Contó para ello la orquesta con un elenco instrumental espléndido y nutrido -aunque no tanto como el del estreno dirigido en 1708 por el mismísimo Corelli, verdaderamente sinfónico-, que no tuvo problemas para llenar de sonido el Maestranza. Unas equilibradas secciones orquestales dieron cuenta de la colorista escritura del sajón, aún joven pero ya muy maduro como compositor; si cabe destacar a alguna, sean los vientos, y particularmente las trompetas naturales, aunque cuerdas y continuo estuvieron igualmente precisos, bien proyectados y matizados.

Las voces fueron también suficientemente grandes para el teatro, especialmente la de una radiante Alicia Amo, algo desbordada en el vibrado agudo y que parece apuntar a la ópera. Sobresaliente estuvo el bajo De Donato, en un Lucifero impetuoso, clarísimo y bien timbrado, pero sobre todos brilló la excelente Francesca Aspromonte, de voz homogénea y limpia, afinadísima, de vibrato justo -o sea, escaso- y de precisa expresión: conmovedora Maddalena en Per me già di morire. Más que correcta pero un punto por debajo cantó su Cleofe la De Liso, y algo indefinida fue la afinación de Guimarães, pese a su amplio fiato.

Enrico Onofri parece haber moderado sus dionisíacas y extremas maneras de juventud, y optó por una dirección muy clara para el oyente, atenta a la belleza del sonido y ante todo a la sensualidad del belcanto händeliano, al cabo lo importante en un oratorio de libreto bastante estático y una música más lírica que dramática. Logró una enorme precisión rítimica de la orquesta, incluso en los siempre traicioneros recitativos, y un decurso de los números fluido, culminado con un -inevitable- contundente coro final que sirvió de bis ante las merecidas ovaciones.

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