Cultura

Nobuhiro Suwa y Pedro Costa estremecen

Tercer día en Cannes y aún no hemos pisado la alfombra roja para subir a la Salle Lumière (a la que sólo nos permiten acceder por las mañanas), ni falta que ha hecho para veamos el mejor cine del año, una jornada gloriosa. Hoy también preferimos darnos un baño de imágenes puras en la Quincena de Realizadores -Pedro Costa con Ne Change Rien y Nobuhiro Suwa e Hiyppolyte Girardot con Yuki et Nina-. Mientras tanto encima de la alfombra y las escaleras pasaban presumible melaza new age: Jane Campion, que ha vuelto a la competición oficial poniendo en escena la vida amorosa de Keats en Bright Star, suponemos que con su habitual estilo desbocado.

El portugués Pedro Costa y el japonés Nobuhiro Suwa nunca han estrenado en España (aunque están muy bien editados en DVD). Ambos son compinches habituales, y los representantes más notorios de una cierta radicalidad cinematográfica contemporánea que viene del underground americano (ambos tienen como padres putativos a Warhol y Kramer), y se pliega en una asimilación milagrosa y muy orgánica de sus culturas sin histrionismos exóticos.

Nobuhiro Suwa es el más importante cineasta japonés que rueda hoy, y sus películas las que mejor hablan del núcleo familiar y de la intimidad en todas sus variantes, su delicadeza es extrema, su intervencionismo mínimo. Yuki et Nina es la obra de un maestro consumado. Trata de niños cuyos padres se separan, de una infancia súbitamente trasplantada de Francia a Japón; pero son los niños quienes espían a sus padres, quienes se escapan de casa, quienes viajan de un continente a otro con sólo torcer el árbol de un bosque (la elipsis interdimensional más prodigiosa vista desde Kiarostami).

Pedro Costa escruta las partes más blancas del rostro de la actriz y cantante Jeanne Balibar en una obra total, su musical, uno de las más importantes de la historia. El primero que da miedo. Ne change rien es también lo nunca visto, de hecho lo apenas atisbado por falta de luz (un compendio de claroscuros de belleza insultante). Consumido provisionalmente el universo de Fontainhas con Juventude en marcha, Costa pasa a contarnos en Ne change rien una pequeña historia de sometimientos; los que infringe Jeanne B. a su guitarrista, y las torturas de su profesora de canto corrigiéndola un aria de Offenbach. Pero esto es sólo el principio del film con los fotones lumínicos más preciosamente seleccionados (Nobuhiro Suwa colaboró en la fotografía brevemente). 

La película elegida del concurso en esta jornada la vimos en la Debussy: Taking Woodstock de Ang Lee. Se trata de un aparatoso fuera de campo del mítico concierto de 1969 (el proyecto suena a encargo del 40º aniversario) en el que -al revés que en Costa- la música está prácticamente ausente de tan aparatosa reconstrucción (no hay ni un solo plano del escenario). Aunque Lee siempre acostumbra a aportar un insólito toque personal a cada encargo que afronta (recordemos Hulk) en Woodstock tiene la gracia de un ilustrador de libros de texto. Su foco está en los clichés hippies y en cómo colisionan con más clichés de una familia judía conservadora. Así que lo realmente insólito es una propuesta tan simplona en alguien tan original como Ang Lee.

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