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Arte

El arte crítico posible

  • Jesús Palomino denuncia las contradicciones del presente y reflexiona sobre cómo expresar el desacuerdo con el estado de las cosas en la actualidad

Casi una exposición militante. Así se podría leer la muestra de Jesús Palomino (Sevilla, 1969). En unos carteles de fondo blanco aparecen las palabras Free Money. Tómense como propuesta (Dinero libre) o como reivindicación (Liberad el dinero), el negro de las letras, intenso en el primer cartel, se suaviza en el segundo y se desvanece hasta casi desaparecer en el tercero. Delante de esos afiches se amontonan tiras de papel desgarrado: una máquina empleó varios días en destrozar ejemplares de la Declaración Universal de Derechos Humanos. A la izquierda de este cúmulo de papel hay dos placas de aluminio con letras caladas. Son como las que se emplean para pintar a su través, pero tienen apariencia y tacto de esculturas. El epígrafe de una de ellas reitera el texto Free Money, el de la otra dice Human Rights. Frente a los degradados carteles y al destrozo causado por la máquina, las chapas-esculturas remiten al graffiti callejero y le rinden homenaje. Al lado de estos trabajos, una serie con ecos de pancarta: sobre rectángulos de papel de color se ha escrito "El dinero para las necesidades humanas y no para la guerra".

Las obras ponen en conjunto el dedo en las llagas del presente: mientras la gran potencia anda enfrascada en defender los derechos humanos en algunos Estados que los ignoran (con clamorosos olvidos: tampoco respeta esos derechos Israel en la franja de Gaza ni ciertas monarquías islámicas poderosas en petróleo, en sus propios países), los aventureros del mercado financiero, después de promover la crisis económica, restringen ahora el crédito fomentando el paro, tal vez porque aún no saben con precisión donde están los agujeros negros que ellos mismos propiciaron.

Incluso el video de la primera sala de la galería (una sucesión de gigantescos edificios en las cercanías de Hong-Kong) podría leerse como una crítica a esos centros de poder y decisión, políticos o financieros, que están mucho más interesados en troquelar con su perfil el sky-line de las ciudades que en atender a las necesidades y afanes del ciudadano de a pie.

La muestra, pues, despierta venerables ecos de militancia. Una obra, sin embargo, los contrarresta. Junto a carteles, pancartas y desgarros de derechos humanos, se extiende un largo banco de madera sobre el que se alinean dibujos aleatorios. Con un rotulador rosa, se han trazado pequeñas formas geométricas. A veces se agrupan en unidades más amplias que, apenas esbozadas, se disuelven. El autor relaciona estos dibujos con ciertos insomnios en los que al fin no parece quedar otro remedio que recurrir a la televisión, practicando un zapping cada vez menos esperanzado. Porque después de cruzar por sucesivas ofertas televisivas, queda patente que los significantes que pueblan la cultura mediática son tan abundantes como vacíos de significado. Los dibujos color de rosa remiten a ese vacío.

Situadas en este contexto, aquellas obras críticas hacen pensar en cuál puede ser hoy el alcance de un arte con intención política. Después de los entusiasmos utópicos de la década de los setenta, sabemos, por experiencia, que la obra más cáustica puede servir sólo para tranquilizar la conciencia de ciertos espectadores, porque su fuerza crítica queda enseguida disuelta en la marea de imágenes vacías de telefilmes y reality shows producidos por la industria cultural. La ironía latente en los dibujos color de rosa hace pensar en que aún queda un camino: el arte puede promover el desacuerdo con el actual estado de cosas, si incita a conversar y discutir empleando nuestras propias palabras. Se abre así un ámbito de reflexión y discusión que no propician los discursos de la política institucional (demasiado atentos a la aritmética electoral) ni los de los responsables financieros (carentes siempre de transparencia). Las obras de Palomino tratan de abrir ese ámbito. No son una proclama sino un modesto aguijón al pensamiento y una invitación a llamar a las cosas por su nombre, evitando la retórica partidista y el fatalismo de quienes ven en las crisis económicas un daño colateral de la sagrada economía de mercado.

En tal invitación a usar la propia inteligencia adquiere sentido un trabajo expuesto en la entreplanta de la galería. Son cuidados collages, muy sencillos. Sus ordenadas geometrías incorporan una minuciosa reflexión sobre el color y la textura que sitúan estos trabajos en esa tradición del arte geométrico que logra hacer cruzar al espectador la delgada línea que separa al simple objeto de la obra artística. Tal vez sea ese el papel del arte hoy: lograr que abandonemos las palabras gastadas e invitarnos a entrar en un territorio donde lleguen a adquirir significado.

Jesús Palomino. Galería Rafael Ortiz. Calle Mármoles, 12. Hasta el 27 de febrero.

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