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Cultura

En el nombre de Schumann

XI Noches en los Jardines del Real Alcázar. Jorge Jiménez, violín; Silvia Márquez, clave. Programa: Sonatas para violín y piano nº1 en la menor Op.105 y nº2 en re menor op.121 de Robert Schumann. Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Miércoles 4 de agosto. Aforo: Lleno.

Los dos son bien conocidos en Sevilla por sus desempeños barrocos, especialmente Jorge Jiménez, que reside en la ciudad, es miembro de la OBS y participa de forma casi cotidiana en nuestra vida musical. Sorprendió por ello verlos enfrascados en un programa del más acendrado Romanticismo alemán, ese Schumann tardío que rezuma turbulenta pasión por cada frase. Escritas a finales de 1851, las dos Sonatas para violín y piano del genial compositor sajón son en efecto un capítulo más de su lucha contra el entorno social hostil de un Düsseldorf que a principios de año lo había acogido con amabilidad y, por supuesto, contra la locura, que en poco tiempo acabaría por decidir su destino final.

Aunque comparten una misma naturaleza, sentimental y apasionada, las dos obras son bastante diferentes entre sí, más breve y ligera la, más extensa, profunda y atormentada la . En cualquier caso, Jiménez marcó desde el movimiento inicial de la Op.105 el sentido romántico de la música. El sonido del violinista no es grande y el vibrato está siempre muy contenido, pero la intensidad del fraseo y la sonoridad, densa y corpórea, bien apoyada desde el teclado, sirvieron para transmitir con sobrada corrección ese aire de misterio que late en buena parte de la música schumanniana, aunque en los momentos más hondos y en los desarrollos más intrincados se echó en falta un punto de más robusta fogosidad y mayor variedad de matices.

Fueron momentos como el primer tiempo de la Op.121, que Jiménez atacó con auténtica fiereza trágica, pero cuya fuerza inicial se fue diluyendo en un desarrollo algo plano. En el Allegretto de Op.105 y en el Scherzo de Op.121, la sonoridad se hizo más leve, mientras que en el tiempo lento de la Sonata nº2, se impuso la belleza lírica desde ese pizzicato inicial que el violinista catalán tocó de forma muy singular, con el violín cruzado delante del pecho.

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