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La tribuna

josé Manuel Aguilar Cuenca / /

La desventaja de saber leer y escribir

LA mentira oficiosa, aquella que se dice con el fin de servir o agradar a alguien, se está extendiendo en la conducta de los representantes públicos con una soltura que es la envidia de más de un político anglosajón. No porque éstos no mientan, sino porque si en esos países son pillados, las consecuencias son definitivas y fulminantes, algo totalmente desconocido en nuestro país.

En La República, Platón señalaba que si alguien puede tener el privilegio de mentir, ese alguien deben ser los gobernadores del Estado, que estarían habilitados para mentir por el bien público. Cuestión aparte es definir eso de "bien público", que a mi corto entender va por barrios. Sea como fuere, la cuestión que planteo aquí es que la mentira ha dejado de ser un recurso para ser la totalidad de la discusión.

En un reciente artículo publicado en El País por Josep Borrell y Joan Llorach hacían las cuentas sobre los 16.000 millones de euros adicionales que el presidente de la Generalitat y Oriol Junqueras argumentan que dispondría Cataluña si fuera independiente. Según los autores del artículo, en una cuentas favorables la cifra rondaría 792 millones. Los restantes 15.618 millones que esgrimen los políticos corresponde a virtuales impuestos futuros que no están disponibles porque los catalanes (ha leído usted bien, ellos mismos) aún no han pagado. Para poder gastarlos ahora como afirman los políticos tendrían que endeudarse. Los autores recuerdan que, si en las cuentas se incluyeran el pago de los servicios públicos que suministra el Estado, tendría que restar 8.000 millones anuales al supuesto desfase. Es lo que tiene saber de economía.

Lo de mentir en política parece que se ha hecho un lugar tan común como el dinero no fiscalizado, colocar al cuñado o inflar la factura. En junio del año pasado, el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial publicó el Informe sobre víctimas mortales de violencia de género y de la violencia doméstica en el ámbito de la pareja o ex pareja en 2011. Según el mismo órgano, las fuentes de los datos que facilita tienen su origen en el Ministerio del Interior y las instrucciones en los juzgados correspondientes. A algún avezado usuario de internet se le ha ocurrido utilizar una sofisticada e innovadora herramienta de búsqueda llamada Google y ha comprobado que las cifras que dan no son ciertas, lo que ha provocado que se presente una querella por falsedad documental contra los expertos, autores del informe. Es lo que tiene ser un hacker.

Un último ejemplo de lo que digo aquí nos lo ofreció el pasado 23 de julio la diputada socialista Ángeles Álvarez, cuando hacía público en su perfil de Twitter un mensaje donde se podía leer lo siguiente: "Cosas a tener en cuenta y estudiar: la custodia compartida genera en los niños maleta inseguridad y sufrimiento". Acompañando tan rotunda afirmación publicó un enlace que nos dirigía a un artículo de la revista Journal of marriage and family. La citada política compartía esta información para apoyar su conocido rechazo a la implantación de la custodia compartida que pretende el Gobierno del señor Rajoy. El problema surge cuando a alguien se le ocurre leer el artículo y descubrir que no se habla de niños con custodia compartida y no se encuentra referencia alguna a los "niños maleta". Aún más, el estudio analiza datos de familias que pertenecen a minorías étnicas/raciales con escasos recursos económicos de EEUU, lo que parece difícilmente extrapolable a la población española. Es lo que tiene saber inglés.

El psiquiatra Alfred Adler apreció la mentira como un recurso cuando sentimos la verdad como una amenaza. En los ejemplos que les he ofrecido arriba no observo la amenaza en los sujetos que con tanta ligereza blanden tan bizarras afirmaciones, sino la necesidad de creación de un mundo nuevo, una realidad paralela, independiente de los hechos y la contrastación, de los datos y la verdad.

En nuestro país si mientes bien se te hace presidente, diputado o experto en algo, porque nada de eso hubieran logrado los arriba citados si se hubieran sometido al imperio de la verdad o al de sus méritos y capacidad. No es que me parezca ni bien ni mal, allá cada uno con las cadenas con las que le atan sus palabras, lo que me preocupa es que, como desmañado lector de Nietzsche, de ahora en adelante ya no podré creer en ellos. Supongo que por eso cada día crece la popularidad de los reality más zafios, los concursos de cocina y los libros y música hechos por personajillos cuyos méritos son haberse casado con o ser el hijo de, y menos el pensamiento, la ciencia y la técnica, tan dada a medir, contrastar, replicar y definir.

Es lo que tiene no ser anglosajón.

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