NUESTRA España es un territorio de poetas y es siempre arriesgado apostar por aquel al que consideramos el mejor de todos los nuestros. Además, casi siempre sucede que, sumergidos en las tormentas y la confusión del presente, no acertamos a poner la distancia precisa para distinguir a aquellos que están un paso más allá de los otros. Yo, sin embargo, no tengo dudas: en estos momentos en los que la poesía española navega por territorios nuevos, imprevisibles y precisados de coraje -porque la gran poesía vive en el mundo, nunca es ajena al hombre- hay un cantor que ocupa ese espacio a un paso por encima de los demás: se llama Antonio Hernández y nació en Arcos de la Frontera, en las serranías altas gaditanas.

No hay que felicitarle a él, sino al jurado del Premio de la Crítica, que este año ha distinguido a su libro Nueva York después de muerto como el mejor de cuantos han sido publicados en este curso pasado. A menudo, los jurados se equivocan. Pero cuando aciertan, hay que celebrar su buen juicio. Y aplaudirlos sin rencor alguno por sus olvidos anteriores.

Escribo a vuela pluma y, de tal guisa, ¿qué puedo decir del libro de Antonio Hernández y de su poesía? En tiempos de desánimo, de amenazas contra el papel de la cultura y de angustia moral, este Nueva York después de muerto alza su voz cual espadazo iluminador, al modo como siempre lo han hecho los poetas valerosos: con emoción, sorprendiendo, cabalgando a lomos de la audacia y alargando la sombra del misterio. Porque la poesía ha sido siempre eso y mucho más: un territorio de asombro que se arrima a la luz, echando mano de una técnica depurada y sin perder la inocencia que habita en el corazón de los niños.

El libro es un homenaje a Luis Rosales, a Federico García Lorca, a la ciudad de Nueva York... Pero va más allá que su temática a través de una melodía tan audaz como sorprendente. Contiene altura moral, sorpresa, audacia, perplejidad... Es una mezcla inesperada de narración , de verso libre y clásico, de ensayo y crítica... Y es misterio, como toda la poesía que se arrima al alma.

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