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José / Ignacio Rufino

Teoría del incentivo dinerario

Una percepción sin retención ni declaración puede ser un incentivo, pero más negro que la levita de Drácula

UNA de las frases más simbólicas -por desafortunada- de la Transición la pronunció una ministra socialista, la egabrense Carmen Calvo: "El dinero público no es de nadie". Un remake del "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo", pero en versión muy poco ilustrada, a pesar de ostentar Calvo entonces la cartera de Cultura. En estos días, por fin, los españoles han descubierto que muchas grandes figuras capitalinas de nuestro tiempo no son sino ecuestres de provincias que aspiran a patricios por la vía de la cucaña política y el lujazo, como Rato o Blesa. No son más que lo que muchos sospechábamos -unos pillos vestidos de limpio y con aires de liberales sin caspa que escuchan a Van Morrison en la intimidad-, y cabe parafrasear la lamentable frase de Calvo: "El dinero de nadie es mío", que diría el abogado ministro de Economía, de nombre Rodrigo, y demás miembros del sindicato de la tarjeta negra. No ya el presidente Blesa, aguerrido cazador de hipopótamos, sino el máximo responsable financiero de la esquilmada y hundida Caja Madrid, Ildefonso Sánchez Barcoj, que abandonó, urgido y sin un ápice de honra, su cargo de director financiero en 2012, aunque, eso sí, con el enorme registro personal de zorro tarjetero de 482.000 euros gastados en lo que se salió de su alma. Aplica perfectamente en este caso aquello del zorro cuidando del gallinero. El dinero público es del contribuyente y su propiedad es también del que no puede contribuir; los políticos en el Gobierno no deben ser más que gestores de ese patrimonio colectivo. Claro que es de alguien. De ese mismo alguien que, a la postre, ha sido el propietario desvalijado de los dineros de la extinta Caja Madrid: usted que paga IRPF, IVA, tasas, derechos reales, multas y demás.

Sin embargo, lo más lisérgico que uno ha podido oír recientemente de la boca de uno de los forajidos que desenfundaron su tarjeta negra con mayor rapidez que su sombra -sobre todo en vacaciones y fines de semana- lo ha dicho nada menos que Juan Iranzo. Iranzo es catedrático, académico de varias cosas importantes, multimáster, multiasesor permanente y multiconsejero, profesor titular de -toma ya- Dirección en Responsabilidad Corporativa del máster del Instituto de Empresa, tertuliano de élite y, por no cansar, miembro de la comisión central de Caja Madrid durante años. Es por este último cargo por el que Iranzo ha trincado, que se sepa y sólo en tarjetazos negros -una Business Plata-, la bonita cantidad de 46.800 euros en convites y otros caprichos. Pero lo más alucinante, como decíamos, no es esto, que "ser, es" (Mota dixit), sino que el gran hombre ha dicho que esos dineros eran "incentivos dinerarios". ¡Qué habilidad! ¡Cuán técnico eufemismo! Y tan incentivos. Y tan dinerarios. Pongamos que, en vez de dineros más profundos que aquella garganta del Watergate, de acuerdo, son retribuciones. Pues alguien olvidó -¿fue usted, Barcoj?- retener el 42% a esos incentivillos, y alguien después olvidó incluirlos en su declaración de la renta. Pocos Podemos surgen. Sobre todo si, en vez de sacrificar pegando el trasero a la pared a estos díscolos militantes -igual cabe decir en las filas del PSOE, aunque éstos han sacrificado a Virgilio Zapatero-, el presidente del Gobierno se piensa, en su línea gallega, si expulsar a Rato y otros del Partido Popular. ¿Pueden hacerle daño los expulsados?

(Usted quizá esté pensando en cómo narices va a pagar el inminente segundo plazo del IRPF. Usted quizá pague más impuestos por su renta que varios grandes bancos... porque éstos no pagan nada, ya que compensan pérdidas acumuladas, que quizá los hubiera llevado a la liquidación si no hubiera sido por el flotador que usted, sus hijos y sus nietos le lanzaron a esa banca. Usted no se merece esto. Y España tampoco. Bueno, España quizá sí.)

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