David Fernández / L Director De 'Diario De Jerez' Y Especialista En Flamenco

¿Qué hemos ganado?

APENAS un minuto tardó el comité de la Unesco en declarar el flamenco Patrimonio de la Humanidad. No hubo debate puesto que el flamenco es universal desde hace décadas. Hoy es raro el concurso al que no se presenta un japonés o un alemán con sus botas o la guitarra; excepcional la gran ciudad que no cuenta con varias academias de baile y, no siendo en la Antártida, cuesta encontrar un espacio que no hayan pisado los flamencos poniendo al público en pie. ¿Alguien imagina que el jazz o el rock exigieran la misma declaración con los nervios a flor de piel? Pues parece que a las autoridades andaluzas, las únicas que albergaban dudas, les hacía falta este reconocimiento para creérselo, fotos al margen. Y si el mismo comité no lo reconoció al primer intento fue porque se erró el tiro al no atender a los principios que defiende la convención de la Unesco. Cuando Francisco Perujo, ex director de la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco, decidió impulsar el expediente de nuevo sabía que Cultura se estrelló en 2005 porque presentó al arte jondo como candidato a la Lista del Patrimonio Inmaterial que requiere medidas urgentes de salvaguardia. El flamenco no está en peligro de extinción por suerte y el fracaso fue sonoro, lógicamente. Pero para más inri, el expediente se centró casi en exclusiva en el flamenco a través de un trabajo de campo historiográfico sobre el cante jondo. Plomo fundido. Ahora, con más seriedad, sí ha quedado patente que el flamenco está revestido de muchos de los valores a tener en cuenta y que pasan por la transmisión de generación en generación, por respetar a las minorías y ser multicultural (el mestizaje es parte de su esencia), y por estar muy presente en las manifestaciones colectivas más tradicionales: en las romerías con el fandango; en las ferias con las rumbas, bulerías y sevillanas; en la Semana Santa con la saeta; en la Navidad con los villancicos; en la mina con el taranto; en la fragua con el martinete; en el Carnaval con los tanguillos; en el hogar con la nana... Todo esto lo reseñó la Agencia del Flamenco en un vídeo donde Jerez juega un papel capital por ser la ciudad que respira el flamenco por sus cuatro costados más allá de ser ejemplo de integración de los gitanos como ninguna otra.

Una vez conseguido el objetivo, muchos artistas ayer parecían preguntarse, ¿qué hemos ganado?, ¿y ahora qué? "¿Esto va a acabar con la crisis o nos veremos en la plaza con el carro de las habichuelas?", reflexionaba Capullo en Canal Sur. El Gobierno andaluz se ha impuesto una serie de obligaciones que la Unesco vigilará de cerca. La preservación del flamenco y que se tome conciencia de su importancia es sólo el principio. El presidente Griñán dio ayer un paso. Pero queda mucho más por hacer -en realidad casi todo- con nuestro valor añadido y singular más tangible. En Andalucía hay más peñas flamencas que del Real Madrid y, a pesar de ser las máximas protectoras del arte jondo, apenas reciben una limosna de las instituciones. Por no hablar de la escasa protección a los barrios más emblemáticos, a los que se les podría sacar mayor partido, o la infinidad de promesas inclumplidas. Tampoco se puede permitir que los artistas tengan la sensación de que no priman la capacidad y el mérito para entrar en los circuitos públicos, o que el concejal de turno no sepa distinguir una toná de un cenicero. Igual que no se entiende la gestión del urbanismo sin profesionales, queda toda una industria flamenca por crear y para ello es necesario criterio y un impulso serio, partiendo también de la iniciativa privada.

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