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La tribuna

Francisco Gómez García

La Economía de la Felicidad

HACE unos días, con motivo de la celebración del sorteo de la lotería de Navidad, un alumno se me acercó y preguntó: "¿Da el dinero la felicidad?". Yo podría haberle contestado con un lugar común: "¡No, pero ayuda!". También -con más cinismo-, parafraseando a Woody Allen, podría haberle dicho: "Las personas que dicen que el dinero no da la felicidad es que no conocen las tiendas adecuadas". Además, si preguntáramos directamente a la gente: "¿Eres feliz?", la mayoría contestaría dubitativamente. Lamentablemente pocas personas responderían que son plenamente felices. Es como si tuviésemos miedo a la propia felicidad, no vaya a ser que al comunicarla se nos escape de las manos.

Efectivamente, la felicidad está de moda. Psicólogos, sociólogos, psiquiatras, filósofos, científicos y escritores varios están últimamente inundando el mercado editorial con libros sobre la felicidad y sus determinantes. De estos estudios se deduce que la felicidad media de un país comparada con la de otro puede explicarse en gran parte por seis factores clave: la proporción de gente que afirma que se puede confiar en los demás; el índice de pertenencia a organizaciones sociales; el número de divorcios; las cifras de paro; la calidad del gobierno y las creencias religiosas. Esto convierte en sumamente importantes las políticas que fomenten la confianza, por ejemplo la educación religiosa en las escuelas y la ética en las universidades, así como el fomento de unas familias, comunidades y ocupaciones estables.

Incluso los economistas estamos escribiendo sobre el tema, quizás porque se ha comprobado empírica y experimentalmente que el dinero -superado un "mínimo" para "vivir"- no da la felicidad. Así, ha surgido con fuerza la línea de investigación denominada Economía de la Felicidad. Esta línea consiste en un análisis económico que cuestiona la riqueza como variable explicativa primordial del bienestar, y que concibe que la Economía existe por y para las personas.

Así, según esta nueva línea, nuestra calidad de vida, nuestra satisfacción con la vida, nuestro bienestar subjetivo o nuestra felicidad es algo que podemos definir nosotros mismos sin tener que recurrir exclusivamente a expertos. La pregunta destinada a la medición del nivel de felicidad suele ser la siguiente: "En términos generales, ¿en qué medida está usted satisfecho con su vida actualmente?". Las respuestas a la misma suelen situarse en una escala del 0 al 10, siendo el 0 completamente insatisfecho y el 10 completamente satisfecho. Usando estas medidas de satisfacción declarada, podemos derivar cuáles son los determinantes de la felicidad e, incluso, podemos evaluar y diseñar políticas públicas que sean coherentes con las preferencias de los ciudadanos.

Los economistas hemos aprendido de los sociólogos que las personas nos comparamos. Por ejemplo, se ha comprobado que ser más pobres reduce nuestra felicidad. Por otro lado, aunque estar desempleado tiene un efecto muy perjudicial para nuestra felicidad, el efecto es menor en las regiones donde la tasa de paro es más elevada (como lamentablemente es el caso de Andalucía). Según la Encuesta de Condiciones de Vida del INE (Módulo de Bienestar, 2013), la satisfacción vital media de los españoles es de 6.9 y la de los andaluces es de 6.7. Por tanto, en Andalucía, estamos cercanos al Notable a pesar de nuestro paro masivo.

En un trabajo empírico reciente, realizado junto a Ana María Carande Cabeza, hemos analizado los determinantes de la felicidad para España y Dinamarca (número uno del ranking del World Happiness Report, 2013), utilizando una muestra representativa a partir de la Encuesta Social Europea (2012). Un hecho diferencial es la mayor felicidad de la mujer danesa, lo que podría venir explicado por vivir en un país pionero en materia de cuestiones de género (casi 100 años de voto femenino, 17% de mujeres en puestos de dirección, …) y poder contar con multitud de medidas de conciliación laboral. Para ambos países un determinante rotundo y robusto de la felicidad es "tener un rumbo claro en la vida".

Muchas veces estamos despistados con tener mucho dinero, poder, aparentar. Tenemos que buscar el Tesoro en otro lugar: buscar afecto, relacionarnos con los demás y, entre otras cosas, buscar un sentido a nuestra vida. Algunas veces aparece una adversidad en nuestra vida (accidente, enfermedad física, depresión, etcétera) y nos damos cuenta de que efectivamente ese es el Tesoro importante (la salud en sentido amplio). Pero no hace falta una experiencia traumática para darnos cuenta de que hay que ser capaz de trascender los estrechos límites de la existencia centrada en uno mismo -egoísmo-, y creer que uno puede hacer una importante contribución a la mejora de la vida de los demás. Así, el amor al prójimo o incluso a una tarea (dignificación del trabajo) son los pilares sobre los que se sustenta la esperanza y el sentido de la vida.

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