La tribuna

Luis Humberto Clavería Gonsálbez

De Barcelona al cielo

LA cuestión catalana ha convertido en urgente la solución de un problema importante, el de la necesaria reforma constitucional. Ambos asuntos son complejos, pero voy a tratar de sintetizar los principios (que defiendo), los hechos, los problemas y las posibles soluciones en enunciados breves.

1. Previamente al Derecho positivo y a consideraciones de conveniencia política, tan respetable es la separación de Cataluña respecto del resto de España como su permanencia dentro de ella. Cataluña y España son productos históricos con comienzo y final y sus destinos deben depender de lo que deseen sus ciudadanos. Son los ciudadanos de Cataluña los que deben decidir mayoritariamente si permanecen o no unidos a España, no debiendo la mayoría de los españoles imponer su españolidad a los catalanes, como una persona no debe imponer a otra el mantenimiento del matrimonio entre ambas. Lo mismo cabe decir de España respecto de Europa o de Tarragona respecto de Cataluña: las naciones se unen en torno a un proyecto atractivo, no en torno a un pasado que existió, pero que no tiene necesariamente que seguir existiendo. Cosa totalmente distinta es si en una época de integración continental conviene a los catalanes separarse, advirtiendo que, si yo fuera catalán, tal idea no pasaría por mi cabeza y que lo único que me plantearía es si me integro en Bruselas directamente o a través de Madrid.

2. La Constitución española de 1978 (CE), texto que ha prestado un gran servicio a España, contiene un artículo, el 168, que dificulta enormemente su transformación sustancial, no sólo en el sentido de posibilitar un referéndum que permita que una comunidad autónoma se pronuncie sobre su permanencia en el Estado español, sino también en otros, como la Jefatura del Estado, las cámaras legislativas, los derechos fundamentales, el modelo territorial, el régimen electoral, etcétera.

3. Los tres partidos políticos españoles ahora más relevantes, conscientes de la práctica imposibilidad de consenso entre ellos sobre el contenido y el alcance de una reforma constitucional, se resisten a abrir ese melón, pues creen que carece de sentido iniciar el kafkiano procedimiento del artículo 168 sin amarrar previamente unos acuerdos mínimos sobre las materias que se reformarían, arriesgándose a que el procedimiento encalle por no obtenerse las mayorías necesarias.

4. Conscientes los políticos separatistas catalanes de que Madrid, por los motivos antes expresados, no quiere moverse y se ampara en una metafísica indisoluble unidad de España (como si el artículo 2º de la CE no fuese reformable a través del 168), optan por la vía de hecho, ejecutada pacíficamente, pero en contradicción con el Derecho español, invocando una nueva legalidad. Primeramente organizan una consulta irregular y luego pretenden usar unas elecciones autonómicas en clave de plebiscito, anunciando dolosamente que reputan victoriosa la opción independentista si obtienen mayoría absoluta de escaños aunque no la obtengan de votos, lo que es incompatible con el concepto de plebiscito. Como sabemos, el resultado ha sido el de victoria en las elecciones y derrota en el plebiscito, ante lo que pretenden sostener que le valen también los votos de quienes, si bien aceptan el derecho a decidir, no defienden la secesión.

5. Ante dicho escenario, de ahora a diciembre el Gobierno español debe recurrir cualquier decisión antijurídica de la Generalitat e impedir cualquier conducta ilegal de dicha entidad, empleando todos los instrumentos a su alcance.

7. Pero el Gobierno que surja de las elecciones de diciembre, si bien debe, respecto de los problemas catalán y vasco, mantener el comportamiento expresado en el apartado anterior, debería iniciar conversaciones encaminadas a preparar el consenso antes mencionado en orden a la reforma constitucional. Tales conversaciones han de ser prudentes, honestas, ordenadas e informadas, pero valientes: necesitamos para entonces un Fernández Miranda para desatornillar el artículo 168 y un Suárez para, esta vez apoyados en Bruselas y afortunadamente en un entorno militar del siglo XXI, dar luz cambiando los cables y agua cambiando las cañerías. Si no hacemos nada limitándonos a cambios cosméticos, no resolveremos los problemas y la bomba nos estallará entre las manos. Si no saltamos a la lona que deben tener preparada los bomberos, nos quemaremos en el incendio dentro del edificio. Es necesario diseñar un atractivo futuro y éste consiste en una España actualizada, liberada de tensiones e integrada en una Europa unida. ¡Y vivan Canadá y el Reino Unido!

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