La tribuna

Isidoro Moreno

El no a Bolonia

UN creciente número de estudiantes, en diversas universidades andaluzas, españolas y de otros países europeos realiza estos días asambleas, encierros y manifestaciones para mostrar su rechazo a las medidas que diversos gobiernos tratan de imponer bajo el paraguas, y la excusa, de los "acuerdos de Bolonia". En esa ciudad italiana se consensuaron, en 1999, seis objetivos: cuatro de ellos conducentes a facilitar la homologación de estudios y titulaciones y la movilidad de estudiantes entre los diferentes países, y otros dos consistentes en la fijación de dos ciclos en las distintas carreras y la necesidad de garantizar un nivel de calidad y criterios y metodologías comparables. Ésta es la única letra de la "canción" de Bolonia: adopción de algunos cambios, más que nada instrumentales, para conseguir un Espacio Europeo de Educación Superior.

¿Es de esto de lo que protestan muchos estudiantes, lo que critican no pocos profesores y de lo que se quejan, incluso, algunos rectores como Carlos Berzoza de la Complutense (El País, 25-11-08)? Evidentemente, no, aunque algunas de las medidas puestas en marcha para la consecución de los citados objetivos sean más que discutibles. Lo que se rechaza es la música que muchos gobiernos europeos, en nuestro caso el español, han ido imponiendo para acompañar a la letra de Bolonia. Una música estruendosa que conlleva una reestructuración que me atrevería a llamar salvaje con la que quieren hacernos bailar a los universitarios -profesores y alumnos- sin debate alguno y con la excusa, falsa, de que constituye un mandato europeo.

Es a partir del Documento-Marco de 2003 cuando en España se puso en marcha la reestructuración. Y es especialmente significativo que, primero en Andalucía -laboratorio de prácticas políticas del PSOE- y luego a nivel central, la Universidad fuera desgajada del resto de la Educación e instalada, respectivamente, en una nueva Consejería y un nuevo Ministerio junto (en realidad subalternamente) a la Empresa. En Andalucía, que solemos ser más imaginativos, se añadió una tercera pata, la Innovación, por supuesto tecnológica.

Esta reorganización dista mucho de ser anecdótica y refleja el objetivo central buscado. Si hasta entonces, al menos retóricamente, había habido consenso en que la Universidad debía estar al servicio de la Sociedad, a partir de aquí se trata de ponerla al servicio del Mercado. El giro es coherente con el pensamiento único neoliberal que impregna hoy las opciones políticas mayoritarias, se presenten como de centro-derecha o de izquierda (?), y supone la privatización, si no de la titularidad, de los fines y gestión de las universidades públicas. Qué carreras continúen y cuáles deban desaparecer -ahora o dentro de seis años en que habrá una difícil nueva aduana a salvar- dependerá de cuáles sean las demandas y "necesidades" del Mercado, es decir de las grandes corporaciones empresariales. Cuál sea el nivel de productividad de cada universidad, de cada titulación, de cada departamento, de cada profesor, será determinante para su financiación. ¿Y cómo se mide la productividad del trabajo intelectual, que parecería ser el propio de la comunidad universitaria? Principalmente por el número de empleos rápidos que sean capaces de ocupar los graduados y masterizados (perdón por el barbarismo), por el número de aprobados, por la "satisfacción" percibida por los estudiantes (¡!) y, en lo que respecta a los profesores, por el número de artículos que cada uno de ellos sea capaz de colocar en revistas indexadas (otro barbarismo), casi indefectiblemente anglosajonas.

El acortamiento en uno o dos años de las actuales licenciaturas se reflejará en una descualificación de los titulados. Y como, explícitamente, ese primer nivel, el de grado, tiene como objetivo, básicamente, "desarrollar las habilidades y las actitudes" de los estudiantes -a los que se define, cada vez más, como "clientes"- y no el procurarles una formación, unos conceptos y unas herramientas metodológicas que les permitan reflexionar y entender críticamente el mundo en el que viven, la Universidad se degradará mucho más de lo que ya lo está.

La Inquisición del Mercado -como antes la de la Iglesia y la inquisición política- se encargará de eliminar o de minimizar la presencia de los conocimientos "no útiles", es decir, no inmediatamente utilitarios para la obtención de beneficios económicos por parte del capital. Y la misma amenaza se cierne sobre las que tengan una fuerte carga crítica potencial. Esto último es lo que explica las actuales dificultades para que se reconozcan como grados las actuales licenciaturas de Antropología en Sevilla y Granada. A pesar de su indiscutible función social, de su carácter antidogmático y de sus análisis especialmente necesarios para nuestra sociedad crecientemente multicultural -o quizá por todo esto- se discute la "rentabilidad" de la Antropología. Es una muestra de hasta qué punto están cargados de razones quienes se oponen a este nuevo avance destructor del Mercado.

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