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SIN confirmar cuál es su decisión, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ha insinuado -la última vez esta misma semana en una entrevista en una televisión privada- que su Gabinete se plantea denegar la licencia que permitiría a la central nuclear de Garoña seguir operando. El Consejo de Seguridad Nuclear ha emitido un informe, no vinculante, que recomienda prorrogar el permiso de funcionamiento por un plazo de 10 años, lo que la convertiría en la primera central española que superaría los 40 años de vida operativa. Si la decisión es denegar dicho permiso, la central burgalesa será cerrada. No sería la primera vez: en 2002 el Gobierno -presidido por José María Aznar- ordenó, tras pactarlo con el PSOE, el cierre de Zorita. El Ejecutivo tiene ante sí una decisión muy relevante, que no debe tomarse de manera precipitada, ni por objetivos políticos cortoplacistas. Es cierto que es una promesa electoral de Zapatero reducir la potencia nuclear instalada, pero por encima de ello debería estar la toma de decisiones adecuadas para la sociedad que se gobierna, sopesando pro y contra. Y es que, a nuestro juicio, sería un gran error adoptar una decisión sobre Garoña sin afrontar el debate que realmente pende de esa cuestión. No si España puede o no prescindir de 460 megavatios de potencia instalada. No. El debate que sigue pendiente y que la edad de Garoña da la oportunidad de afrontar es el del uso de la energía nuclear para transformarla en energía eléctrica. España, gracias a la proliferación de centrales térmicas de ciclo combinado, es capaz hoy de exportar energía: a Marruecos, a través de las dos conexiones submarinas del Estrecho de Gibraltar, y también a Portugal. Aun así, nuestro país sigue importando electricidad de Francia, donde casi 8 de cada 10 megavatios se producen con energía nuclear. Los estados más grandes e influyentes de la Unión Europea apuestan ahora por aumentar su energía nuclear. EEUU, también. Las centrales nucleares españolas son seguras, aunque sigue siendo un problema la gestión de sus residuos. La nuclear produce electricidad mucho más barata que la generada por fuentes renovables. Fomentar los combustibles fósiles contribuiría a hacer que nuestra economía dependiese aún más del precio del petróleo y del gas y que crecieran las emisiones de CO2. Éstas son las cuestiones sobre las que debemos debatir con rigor. Sólo queda ponerse a la tarea. Sin extremismos.

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