Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

La fiera

HEMOS visto tantas veces el video del apuñalamiento mortal en el metro de Madrid del joven Carlos Palomino que las palabras de ayer de su asesino ante el juez, el militar ultra Josué E. de la H., suenan a burla siniestra. "Me vi acorralado por esas personas armadas, me entró miedo, pensé que si se me lanzaban no saldría vivo de allí. Me salió el instinto. Noté que me rodeaban, me dijeron: 'de aquí no vas a salir, fascista de mierda". El fascista de mierda, el alias escogidio por el agresor para obtener un diezmo de misericordia de sus juzgadores, llevaba el cuchillo oculto en la mano mucho antes de que Carlos Palomino entrara en el vagón y le asestara la puñalada. Por instinto, dice. Hay tipos que tienen instinto de navaja y que no dudan en sacar a la fiera para imponer por la sangre su endemoniada soberbia.

Pero me interesa llegar a otro lugar de la declaración. En un momento del interrogatorio el abogado de la acusación preguntó al agresor si era neonazi. El tipo respondió que no y aseguró que lo único que era es español. ¿Y qué significa ser español?, replicó el letrado, y Josué dio esta respuesta extraordinaria: "Me gusta que gane la selección española". Todo el mundo esperaba que el soldado citara algunas de esas frases enfáticas que se aprenden en los cuarteles del tipo "todo por la patria" o "hasta derramar la último gota de sangre", pero prefirió recurrir a una experiencia común, el fervor deportivo, para explicar qué significa la españolidad, la herencia, la raza o lo que sea. "Todo por mis trofeos" o "hasta derramar el último gol de mi sangre".

Qué raras son las relaciones del fúbol -y del deporte de masas en general- con la política y, en concreto, con los sentimientos nacionales. El otro día leí que el nacionalismo soberanista había encontrado un mesías en el presidente del Barcelona, Joan Laporta, que encabezó la más radical de las dos manifestaciones conmemorativas de la Diada. Aunque Laporta acudiera allí a título particular, empujado por sus convicciones nacionales, es inevitable leer entre líneas un mensaje de nacionalismo y fútbol. De hecho, uno de las sueños recurrentes de las autonomías históricas es tener sus propias selecciones nacionales. Defender con botas e instinto los valores de la raza.

Todo esto produce una natural perplejidad y constituye un endeble argumento para entender la razón nacional. Deben de aprender de los banqueros, que son una especie de escualos curtidos en la globalidad, que es la nación del dinero. A mí me fascinó la imagen de Emilio Botín con una chaqueta roja anunciado, en el golfo de una recesión causada por los bancos, que gastará 40 millones anuales durante un lustro para patrocinar al equipo Ferrari en la Fórmula 1.

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