CUANDO la dirección del club estaba en manos de quien estaba, manos nada recomendables, el equipo funcionaba a la perfección; ahora que el club está en manos fiables, ese equipo se ha tirado al callejón de forma vergonzosa. El partido de Valladolid fue la gota que colma un enorme vaso de desaciertos y es de obligado cumplimiento poner pies en pared para que las cosas no vuelvan a ser como están siendo. Y en el corazón de este maremágnum que vive el Betis, la pregunta que inquieta al bético y que ya nos hacíamos tras la debacle junto a la Alhambra, ¿por qué pasa esto ahora que ha vuelto la normalidad a los despachos?

Cinco partidos consecutivos hincando la rodilla ante rivales que aparecían como víctimas propiciatorias dan para pensar. Una mala racha es una cosa y la sensación que el equipo dio en Granada, con el Recre y el Elche en casa y en Valladolid es para coger de una puñetera vez al toro por los cuernos y mandar a su casa a todo el que no sea capaz de plantar cara a la situación. Ya sea entrenador, jugador o preparador físico, si es preciso, se aparca a un lado y que reme quien tenga remos o capacidad para remar. No puede ser que un equipo que baila al mejor del mundo el 19 de enero se lleve un mes dando tumbos frente a rivales que no son, precisamente, los mejores del orbe.

Resulta doloroso que tras la traumática defenestración de personajes de triste memoria, sea el equipo el que no dé la talla. Bueno, lo de dar la talla es un eufemismo que no viene a cuento. Dar la talla es una cosa y recitar el papel que está recitando el equipo del por siempre Real Betis Balompié es otra muy distinta, un dislate que ni a imaginarse el más pesimista de cuantos profesan la religión verde, blanca y verde. Y, aunque cierto es que resta mucho para el fin, bueno sería que Pepe Mel cambiase su discurso y se dejase de ir pensando que lo que hoy no se hace puede conseguirse mañana. Ya en Villarreal, hace un mes, dijo lo mismo y miren para lo que ha servido.