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A la vicepresidenta de la Generalitat de Cataluña, Joana Ortega, la han cogido en un renuncio nada más ocupar tan distinguido cargo. En su biografía ponía que era licenciada en Psicología y no lo es. Un diputado de Solidaridat, notario de profesión y antiguo amigo de CiU, ha denunciado la falsedad. Duran Lleida, jefe político de Ortega, ha salido en su defensa y ha atacado a la televisión pública catalana por dar la noticia y al notario por felón. La vicepresidenta, en opinión de Duran, nada malo ha hecho al inventarse una carrera en su currículo. Este político pierde su proverbial ecuanimidad cuando se ocupa de los pecadillos de sus correligionarios democristianos.

Estas cosas no son nuevas. Uno de los personajes más lamentables de la todavía joven democracia española, el recordado Luis Roldán, corrupto director general de la Guardia Civil con el Gobierno de Felipe González, se inventó dos carreras para darle fuste a su biografía: ingeniero y economista. Lo pillaron en la mentira cuando se vino abajo todo su montaje de comisiones y desfalcos, por importe de más de 20 millones de euros.

También Celia Villalobos cuando fue elegida eurodiputada en 1994 deslizó en su currículo oficial una carrera que no tenía, economista. Tan lejos, quién se iba a enterar. Pero los servicios de publicaciones del Parlamento Europeo son de una eficacia implacable: tradujeron el curriculum de la economista malagueña a las nueve lenguas comunitarias de entonces y la cosa no pasó desapercibida. Después de todo, a Joana Ortega le faltan dos asignaturas y Villalobos ni siquiera empezó Económicas.

Este riesgo nunca lo corrió Javier Arenas, que retrasó durante años el final de su carrera de Derecho, por su temprana dedicación a la política, pero jamás presumió de licenciado antes de tiempo. Después, sí. Un día, siendo concejal del Ayuntamiento de Sevilla, un socialista que después llegaría a consejero, Guillermo Gutiérrez, hizo un sarcasmo en un pleno sobre la condición de estudiante de su oponente. Y en cuanto aprobó la última asignatura, en el mismo escenario, Arenas se vengó de su rival con una punzante ironía.

La moraleja es que con estas cosas no se juega. Queman.

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