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"Y no tiene ni calle en Sevilla"

  • Magisterio. Enrique Valdivieso reivindica la figura de Herrera el Joven, hijo de Herrera el Viejo, pintor de la Corte de Carlos II, introductor del Barroco en la pintura española.

EL Barroco en pintura entra en España con La Apoteosis de San Hermenegildo y en Sevilla con La Apoteosis de San Francisco. Los dos cuadros tienen la autoría de Francisco Herrera el Breve (1627-1684), que a diferencia de su padre, Francisco Herrera el Viejo (1576-1656) no tiene calle en Sevilla, su ciudad natal, donde es "muy poco conocido y muy poco valorado", en palabras de Enrique Valdivieso, catedrático de Historia del Arte que ayer repasó en la Casa de la Provincia la vida y la obra de Herrera el Joven. Apasionadas. Apasionantes.

Valdivieso es autor de la monografía Francisco de Herrera el Mozo entre Sevilla y Madrid, número 105 de la colección Arte Hispalense, como recordó Carmen Barriga, del servicio de Publicaciones de la Diputación. Entre Sevilla y Madrid. Dos ciudades fundamentales completadas con Roma, de cuya estancia muy recientemente se han encontrado pruebas fehacientes.

A Roma se va en 1649. El mismo año que consigue la anulación de su matrimonio por la Iglesia, supuestamente por su homosexualidad. No sabe Valdivieso, apoyándose en hipótesis del biógrafo del pintor, Antonio Acisclo Palomino, si Herrera el Joven se va a Roma, la capital mundial del arte, huyendo del qué dirán y de su propio padre, al que le robó seis mil pesos; o de la peste que ese mismo año redujo a la mitad la población de Sevilla.

En Roma estudia Arquitectura, Escultura y Pintura y asimila los elementos del Barroco. "La pintura española era opaca y densa, con él se hace clara y transparente". Regresa a España en 1550. En Madrid, como los pintores de su época -Velázquez, Zurbarán, su propio padre Herrera el Viejo- intenta ser pintor de la Corte, cosa que conseguirá en 1672, tras doce años de España, con el rey Carlos II como benefactor.

A la muerte de su padre, regresa a Sevilla para resolver la herencia paterna con sus dos hermanos. Permanece en su ciudad natal hasta 1660. En ese periodo trabaja para la Catedral de Sevilla -donde hoy se puede ver La Apoteosis de San Francisco-, para la hermandad Sacramental del Sagrario, que le encarga El Triunfo de la Eucaristía, cuadro que puede contemplarse en la sacristía del Sagrario. "La Sacramental del Sagrario era lo que hoy puede ser la Macarena. Hacen hermano a Herrera el Joven para que les salga más económico, lo mismo que hizo Mañara con Murillo y Valdés Leal cuando trabajan para la Caridad". En ese regreso a Sevilla refuerza su amistad con Murillo, diez años mayor, y los dos crean en 1660 la Academia de Pintura de Sevilla.

La esencia de la Historia del Arte es el arte de la historia, saber contarla y transmitirla. En ese terreno, Enrique Valdivieso, un vallisoletano amante de los boleros y los atardeceres en El Puerto, es un auténtico maestro. Entre el público, un numeroso grupo de alumnos que después fueron a que les firmara el libro. Atendió su demanda y después los invitó a una cerveza en el barrio de Santa Cruz, sus dominios.

El artista sin calle en Sevilla -hay un Herrera el joven de nuestros días que sí vivió muy cerca de la calle Herrera el Viejo- fue un artista polifacético.Durante un año vivió en Zaragoza realizando los trazos de la Basílica del Pilar, que no prosperan por pleitos con los canónigos de la diócesis maña. Era Herrera el Joven hombre "de genio satírico y diabólico", según su biógrafo. Además de pintar en la Corte, Carlos II le encomendó otros menesteres. Para amenizar las veladas de Palacio, se encargó de dirigir comedias, contratar los artistas y realizar escenografías para la ocasión. Algunos boceros se encuentran en la Biblioteca Albertina de Viena.

Sevilla, en particular, y España en general vivían el tiempo del pre-Barroco. "Cuando los pintores sevillanos y el propio Murillo ven lo que hace Herrera el Joven se quedan con la boca abierta". No pintó demasiado, porque hizo otras muchas cosas, pero fue pionero y revolucionario. Valdivieso mostró algunas de sus obras más significativas, acompañadas de curiosas vicisitudes.

La Predicación de Santa Catalina de Siena ante el Papa Urbano VI es el único cuadro que se conserva de su etapa anterior a la marcha a Roma (y su ruptura matrimonial). Es un cuadro que está en un convento de las dominicas en Bormujos y muchos años estuvo en el refectorio donde comían y cenaban las monjas cuando estaban en la calle San Vicente.

En La Apoteosis de San Hermenegildo elige a un rey sevillano, santo y mártir, complemento visigodo de la estela de San Fernando. Es el único de los catorce lienzos que se conservan -en el Museo del Prado- del encargo que le hicieron los carmelitas descalzos. Recibió encargos de diferentes congregaciones para pinturas al fresco al modo italiano. "En España nunca se había pintado bien al fresco".

Con motivo de la canonización de San Fernando, hizo las trazas de la urna de plata del rey cuya pista se perdió "porque hubo una época en la que en el Archivo de la Catedral entraba todo el mundo". Junto a estos extravíos y expurgos, está el contrapunto de gestos de generosidad. En una visita a un domicilio particular, los profesores Serrera y Valdivieso encontraron un Santo Tomás de Aquino atribuido al artista sevillano. La viuda propietaria del cuadro lo donó al Museo de Bellas Artes de Sevilla. Su única obra en la pinacoteca sevillana.

El Sueño de San José pasó de una iglesia madrileña a un particular de Norfolk, Virginia, a quien se lo compró el empresario Plácido Arango que hace un mes "se lo acaba de regalar al Museo del Prado". En la colocación de La Apoteosis de San Hermenegildo, Francisco Herrera pidió que el cuadro fuera colocado "con timbales y clarines".

En un pueblo de Ávila, Aldeavieja, se conservan los tres encargos de un rico mercader local: un San Luis, un San Antonio y una Huida a Egipto. Dibujó para su patrón una Alegoría de Carlos II y su madre Mariana de Austria. "Proclama la grandeza de la dinastía de los Austrias que con ese rey se va a extinguir".

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