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De libros

El orden y la experiencia

  • Impedimenta continúa su colección dedicada a Stanislaw Lem con 'La fiebre del heno' (1976), una aproximación literaria al caos lanzada como un dardo letal a la convención de la novela policiaca

El escritor polaco Stanislaw Lem (1921-2006), maestro de la ciencia-ficción.

El escritor polaco Stanislaw Lem (1921-2006), maestro de la ciencia-ficción. / reuters

Hacía un referencia un escritor español en un artículo publicado hace algunos años a una noticia que había leído en una sección de sucesos y que llamó su atención. Un criminal a sueldo recibió un día un encargo por el que debía matar a un hombre. El asesino buscó a su víctima, liquidó su objetivo, metió el cadáver en el maletero de un coche y arrojó el automóvil al fondo de un pantano. Después se dirigió a una estación cercana y tomó el primer autobús que habría de alejarle lo suficiente del lugar de los hechos. Nada más ocupar su plaza, llamó con su móvil a quienes le habían hecho el encargo para confirmarles que el trabajo estaba hecho, aportando la información justa y empleando ciertos códigos, al parecer comunes en el mundo del crimen, para no levantar sospechas entre el resto de viajeros. Resultó, sin embargo, que el pasajero que ocupaba justo el asiento de atrás era un policía que había entendido perfectamente la conversación. Bastó un mensaje de texto para que en la siguiente estación esperaran al autobús cinco coches de policía y numerosos agentes que detuvieron al asesino sin problemas.

Advertía el escritor cierta paradoja en esta historia: se trataba de un acontecimiento real, que había ocurrido tal cual informaba el periódico y que sin embargo resultaría inverosímil, por fácil, si se incluyera en una novela policiaca. En la nueva edición de La fiebre del heno, la novela del escritor polaco Stanislaw Lem (1921-2006) que acaba de publicar el sello Impedimenta (con la misma traducción clásica que publicó Bruguera en 1979, en virtud de una feliz decisión), los editores cuentan en el prólogo un episodio de alcance similar que tuvo como protagonista al mismo Lem en su juventud. En el ámbito de la experiencia humana, la casualidad se revela como una excepción brillante e improbable tras la que se abre una mirilla por la que podemos atisbar la función del caos como árbitro de la realidad. La fiebre del heno es un tremendo objeto literario que convierte esa mirilla en una puerta, abierta para brindar una perturbadora definición de lo humano.

Narrada desde la misma primera persona que ya Lem había consolidado con maestría en Solaris y Congreso de futurología, La fiebre del heno apareció en 1976 promocionada como una excepción en la bibliografía de su autor; sin embargo, Lem es más Lem que nunca en esta obra, más próximo que nunca a Borges y a Swift y a su vez más singular e intelectualmente atrevido. En un futuro cercano imaginado con matices ucrónicos, el protagonista es un astronauta estadounidense que arrastra una larga frustración tras haber quedado en la reserva para una exploración a Marte y que se encuentra de viaje por Europa. Aquí termina, en principio, el vínculo de La fiebre del heno con la ciencia-ficción, pero Lem nunca nos apea de la sospecha de que, aunque creamos visitar paisajes reconocibles, no dejamos de estar en otro mundo; así sucede en la extraña explosión acontecida en un aeropuerto tras la que nuestro hombre ejerce de ángel de la guarda de una niña misteriosa (un capítulo poderosamente evocador de la literatura de Philip K. Dick, a quien admiró Lem con calidad recíproca). Después de llegar a París, el astronauta, quien mantiene una viva nostalgia por la imagen de la Tierra vista desde el cielo, conoce un caso de lo más atípico de la mano de una agencia de detectives: después de coincidir durante varios días en un viejo balneario de Nápoles, varias personas han enloquecido, se han suicidado o bien han fallecido en extrañas circunstancias. Las víctimas presentan patrones coincidentes en algunas características concretas: todos son o eran varones, extranjeros, de unos 50 años y afectados por algún tipo de alergia, del tipo de la fiebre del heno. La investigación en marcha busca elementos iguales de causalidad entre todos los fallecidos, en pos de la mano negra que provocó sus muertes: aparecen sobre la mesa teorías sobre envenenamientos, ajustes de cuentas y crímenes racistas sin que existan evidencias a favor de ninguna. El astronauta sigue sus propias pesquisas sin ser capaz de establecer un marco de conexión lógica hasta que se ve obligado a aceptar que entre las distintas víctimas no hay nexos de causalidad sino de casualidad. Es decir, no son víctimas, o lo son a un nivel muy distinto. ¿Acaso echa Lem un jarro de agua fría sobre las expectativas del lector? No: denuncia que esas expectativas son un espejismo.

Por más que La fiebre del heno recibiera importantes premios en su día como modelo de novela policiaca, lo cierto es que con ella Lem lanzó un dardo al género con vocación de torpedo. Si la novela policiaca (y la novela negra, contexto social mediante) se basa en la ordenación de unos determinados acontecimientos insertados en el caos para el esclarecimiento de la verdad, lo que el autor de Ciberíada nos cuenta aquí es que esa ordenación constituye una ilusión. Se trata de una ilusión necesaria: para que el sur humano pueda vivir en el mundo, precisa confiar en que puede dominar todas sus claves y adelantarse a sus imprevistos; pero no deja de ser una ilusión. En La fiebre del heno, la irresolución demuestra que por más empeño que la especie ponga en ordenar la realidad, su única moneda de cambio posible es el caos. Aparece así el tema predilecto de Stanislaw Lem: los límites de la experiencia humana a la hora de conocer la realidad. Del mismo modo en que este conocimiento es imposible dados los límites cognitivos del ser humano, la ilusión de orden en el caos garantiza su supervivencia pero le impide acceder plenamente a la realidad. Sí, es ciencia-ficción, filosofía, novela policiaca. La mejor literatura.

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