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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Crítica de Flamenco

Tetosterona rosa contra los límites

Moverse contra los límites. Cuestionarse uno mismo, eso tan sano, siempre. Desdibujar las fronteras. Pero al final el mapa forma nuestro propio rostro. ¿Dónde está el prejuicio, dentro o fuera?

Casi siempre luchamos con nuestros propios fantasmas. Es sorprendente que en un espectáculo dedicado al baile sea precisamente la voz la que sacó la verdad: el enfado. Juan Carlos Lérida se revela contra su herencia, contra su lenguaje. Cuando matamos al padre morimos un poco. Un poco bastante. Y corremos el riesgo de adorar cualquier figura de baratija que pase por nuestra puerta.

Un trabajo físico asombroso. En la primera parte, dominada por la pantomima y la parodia, Lérida y sus bailarines han buscado el baile de la naturaleza, las aves, el baloncesto, el fútbol, el lanzamiento de martillo, los gestos cotidianos, la barra del bar, los juegos infantiles, etcétera. Humor, distanciamiento, sarcasmo: el corazón permanece lejos. El baile de Lérida es pastueño y rígido, con algo de rigidez marcial, militar. Siempre me he sentido a gusto allí, incluso ahora que lo físico cede ante el concepto. Es un espacio familiar.

Luego hace acto de presencia el dolor, el enfado, a través de la palabra. ¿Es esto la verdad? Es una verdad. Arrojar las monedas, el lenguaje heredado, lejos. Pero en todos los países, en todos los lenguajes, hay prejuicios, censores, puristas, racistas, porteros del infierno, clases sociales en fin.

Lérida juega, llora y se ríe con los del flamenco, pero igual de patéticos y risibles son los del resto de los géneros artísticos. Después del enfado viene el llanto y con él la aceptación: la vida, el arte, el flamenco, es como es, no como queríamos que fuese. Afortunadamente.

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