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Quico Rivas, una continua maquinación | Crítica

Cuando arte y activismo forman una sola cosa

  • La exposición dedicada a Quico Rivas en Santa Clara recuerda a un creador y crítico inquieto que se movió en muchas direcciones y se preocupó por sacar a la luz cuanto se quiere callar u ocultar

Los Correctores.

Los Correctores. / M.G.

En momentos de cambio, agitados y por tanto fértiles, hay a veces mentes lúcidas capaces de identificar rumbos y orientar. Así, Émile Bernard, en Francia, a fines del XIX: aclaró qué caminos abrían Seurat, Gauguin, Van Gogh y Cézanne. Lo mismo ocurrió con Apollinaire: tras un apresurado aprendizaje en pintura, ofreció una comprensión del cubismo convincente aun para quienes sólo veían en Picasso y Braque un empeño estéril.

Sirvan de pista estas referencias para entender el alcance de cuanto Quico Rivas (Francisco Rivas Romero de Valdespino, Cuenca, 1953–Ronda, 2008) hizo en el Madrid de la transición democrática. Fue un agudo crítico: siguiendo la exigente idea romántica, convirtió cada texto en una nueva obra de arte. Quizá por eso pudo impulsar exposiciones que iluminaron propuestas, muy diversas, de la época (1980, Madrid, Madrid, Madrid…).

Caravana de Camellos. Caravana de Camellos.

Caravana de Camellos. / M.G.

Mientras, promovía grupos de rock, frecuentaba los medios del flamenco y propició lugares de encuentro, como el bar Las cuatro rosas. De este modo, abordó la situación como exigía su novedad: desde muchas direcciones. Trabajó en el diseño con Diego Lara, impulsó la fotografía de García-Alix, creó el sello Francisco Rivas, Editor, que publicó, entre otros, el excelente texto de Carlos Alcolea Aprender a nadar. Supo ver el valor diferencial de cada cosa y eso quizá le permitiera entrevistar con rigor a Camarón de la Isla, subrayar la figura del rockero Silvio Fo precisar la identidad de un artista, como hace el catálogo de la muestra de Manolo Quejido en el IVAM.

Pero Rivas fue más lejos. Si sacó a la movida madrileña del tópico o la autocomplacencia, fue porque era ante todo un activista, empeñado en llevar a la luz cuanto se suele callar u ocultar. De ahí, su inquietud por la situación de las cárceles españolas –desde muy joven apoyó las reivindicaciones de la Coordinadora de Presos en Lucha (Copel)–, se incorpora a una opción radical de izquierdas –Acción Comunista, para la que diseña un cuidado cartel– y al sindicalismo libertario: afiliado a la CNT en 1977, apoya en 2003 la huelga de los basureros de Tomares y para fortalecer su caja de resistencia, organiza Basurarte, una subasta de obras cedidas por diversos artistas.

Esta posición radical se advierte también en su obra, desde la época en que, con Juan Manuel Bonet, formaba Equipo Múltiple. Destaca sobre todo la ironía: sea en el Paisaje, controlado mediante cuadrículas, el Manifiesto, reducido a una mancha verde, o la de Variación sobre el atardecer, que en pocos rasgos reúne los tópicos al uso.

Manifiesto. Manifiesto.

Manifiesto. / M.G.

Pero ya en estas obras hay dosis de poesía visual que aparecerá con mayor intensidad en trabajos porteriores, como Tres besos, un canto al amor y la precariedad, No te voy a decir que no, juego plástico de la doble negación, o el sarcasmo, cercano a Goya, de Sentar la cabeza.

En parecido sentido, su diseño del pavimento (producido en losetas hidráulicas para la muestra) que tituló Artistas por los suelos y los objetos expuestos en el centro de la sala baja de Santa Clara. Junto a estos últimos, su Epitafio resume no sin humor el olvido de sí, propio del artista que opta por el activismo. Una idea que recoge su haiku: "Mi nombre es nadie / soy el novio de nada / todo me sabe a gloria").

Sus trabajos, más tardes, poseen más elementos plásticos, sin perder el atrevimiento poético. Así Farmacia de guardia (collages con cajas de medicinas) y el dibujo hecho sobre los pliegos de un electrocardiograma. En la misma dirección, Los correctores, que convierte las obligadas enmiendas a un texto, previas a la impresión, en brillante trabajo de pintura y collage, o Las 1001 noches de hotel, dibujos sobre papeles timbrados de hoteles que, de modo algo distinto a un trabajo similar de Kippenberger, sugieren el diario posible de un autor que renuncia a tener emplazamiento estable, idea que también sugieren los dibujos de La mudanza permanente.

En Cárcel de mujeres, el vibrante color se interrumpe con objetos del cuidado femenino. Caravana de camellos es un juego de variaciones pictóricas sobre el diseño de la cajetilla de cigarrillos Camel. Por último, Sister Morphine se relaciona con la medicación de su enfermedad. No es un trabajo patético. Tampoco contenido. Simplemente lleva a la imagen una situación real.

La muestra presta un valioso servicio: impide que la actitud y los valores de un artista singular se pierda en el olvido. Pero el afán de potenciar su memoria puede haberse traducido en una exposición tan exhaustiva que su comprensión no es fácil. Faltan además textos al compás de su desarrollo. Mas importante aún que estas carencias es el riesgo de que el esfuerzo de la muestra sea estéril. Por eso es necesaria una publicación que reúna ordenadamente y comente los elementos expuestos. Tal publicación, más que un homenaje a Quico Rivas, sería un beneficio para nuestra cultura.

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