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La palabra, la pintura, el silencio | Crítica

Dos espacios, dos cadencias

  • José María Bermejo presenta en la Casa de la Provincia dos series en las que celebra, con ocasionales ecos de Mondrian, la geometría, el color y el placer del gesto y la materia pictóricas

Vista parcial de uno de los trabajos de José María Bermejo expuestos en la Casa de la Provincia.

Vista parcial de uno de los trabajos de José María Bermejo expuestos en la Casa de la Provincia. / D. S.

Velázquez, en los retratos de la Infanta Margarita, emplea una pincelada suelta para disfrute del aficionado a la pintura. La mirada a media distancia se recrea en la disposición de la figura, el modo en que se ordena su entorno, la calidad de telas y brocados, pero de cerca los ojos recorren el trazo y el pigmento hasta perderse en un apasionante laberinto. No celebran haber sorprendido el trazo del artista sino percibir y reconocer el gesto de una mano inteligente.

La amalgama de magia e ilusión que provoca la figura cede ante la sencilla realidad de un gesto que ha logrado sacar algo a la luz. El atractivo, sin embargo, no se limita al gesto que siempre, al fin, va acompañado del pigmento. Al reconocimiento del gesto se une el de la materia: juntos anclan nuestra inteligencia en el cuerpo o, mejor, nos recuerdan que somos carne. Por eso apreciamos un gesto y sentimos el color sin tener que traducirlos en palabras.

Una serie de José María Bermejo impulsa este placer del gesto y la materia. El autor la llamó Transmisiones porque, dice, lo motivó la visión de una red de circuitos electrónicos. Pero ahora, estos cuadros, ya consolidados, reclaman aquel título por la complicidad que despiertan en el espectador. Complicidad que surge primero del peculiar trazado. A primera vista es un ajedrezado que sustenta una suerte de itinerario. Pero pronto se advierte que semejante geometría está animada por una pincelada que no oculta ni disimula su ejecución.

Como señala Ignacio Tovar en el texto del catálogo, se advierten los cambios de dirección, la detención momentánea en el vértice de un ángulo, la variable intensidad del pigmento. Bermejo ha preferido dejar a la vista (pese al riesgo) los índices de la acción que presentar la pulcra exactitud de la geometría.

Obra de José María Bermejo. Obra de José María Bermejo.

Obra de José María Bermejo. / D. S.

A este lenguaje directo se unen los matices de color. Algunas cuadros poseen contrastes de interés, amarillo, azul y gris, por ejemplo, pero otros se antojan monocromos: uno se ha construido sólo con azules hasta rozar el índigo, y otro, con rojos que bordean el cinabrio. Este ejercicio de color, que no oculta la ejecución material de la pincelada, tiene una fuerza sorprendente: hace que los cuadros, antes que admiración, despierten sintonía.

El espectador que sepa calibrar la inmediatez del gesto y la densidad del pigmento comprenderá estos cuadros desde dentro y en cierto modo ocupará tentativamente el lugar del pintor, compartirá su poética y aun imaginará otras formas posibles.

En este toma y daca entre obra y espectador influye el espacio que conforman los cuadros. A un fondo, en apariencia plano, se superpone una primera red de color, y sobre ésta, la pincelada traza los –digamos– itinerarios. Tales superposiciones diseñan una sugerente indefinición: tres planos que a la vez se unen y se diferencian, generando una sutil vibración, análoga quizá a la de los acentos de un verso que lo unifican justamente porque enfatizan ciertas sílabas. Por eso la mirada, más que contemplar los cuadros, se deja prender por su cadencia.

La otra serie, Pintura continua, es sin duda diferente. Líneas, círculos, polígonos, arcos de circunferencia o sinusoides aparecen, exactos y precisos, sobre fondos, casi siempre planos, unas veces blancos; otras, en la gama del gris y otras, de colores básicos, amarillo, rojo y azul. Todo es pues, en principio, exacto, claro y ordenado. Pero este rigor formal de la geometría y el color tiene como contrapartida el juego.

Otra de las obras del artista sevillano. Otra de las obras del artista sevillano.

Otra de las obras del artista sevillano. / D. S.

Cuando Van Doesburg introdujo en el cuadro oblicuas, Mondrian no disimuló su enfado porque así se infringía una regla básica de su sintaxis, la ortogonalidad: todas las líneas debían ser perpendiculares o paralelas entre sí. Bermejo va más allá: incluye la curva y aún más: el trampantojo. Sus líneas construyen prismas, cilindros, superficies cóncavas y convexas, y aun sugieren espiras, rompiendo así la bidimensionalidad. 

Pero hay dos aspectos de la obra de Bermejo que remiten a Mondrian. El primero, el ritmo, por grande que sea la diferencia entre estos cuadros agitados, cercanos al juego y aun al humor, y el sutil ritmo que Mondrian introduce en sus obras mediante la asimetría. Mondrian empleó otro recurso: hacía que las formas del cuadro tendieran a prolongarse más allá del lienzo, aunque tropezaran con la frontera del marco. Así esperaba que el cuadro transfiriera su movimiento al muro. Bermejo hace algo parecido: las obras de Pintura continua tienden a expandirse y logran agitar el muro en el que cuelgan.

Por eso es necesaria una última observación: la muestra vibra por el contraste entre ambas series. Las piezas de Transmisiones, plegadas sobre sí mismas, piden una lectura intensa pero casi intimista. Pintura continua actúa por el contrario sobre el entorno y lo transforma. Dos espacios, dos cadencias que puede generar el arte. Es una de las claves de la exposición.

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