Lozanía y madurez
Corazones de agua | Crítica
La ficha
*** 'Corazones de agua' Esperanza Fernández. Cante: Esperanza Fernández. Guitarra: Miguel Ángel Cortés. Palmas: Dani Bonilla, Jorge el Cubano. Palmas y percusión: Miguel Fernández. Dirección: Pedro María Peña. Lugar: Auditorio de la Cartuja (Pabellón de Canadá). Fecha: Sábado, 28 de septiembre. Aforo: Lleno.
Me gustó más la primera parte del espectáculo que la segunda. Y ello por varias razones. Pero, fundamentalmente, por algo que ocurrió al final del solo de guitarra que hizo de intermedio de la función. En ese momento, Esperanza Fernández se acercó a Miguel Ángel Cortés y le pidió que subiera un par de trastes la cejilla de la guitarra. Eso la obligó a cantar en un registro más agudo. E hizo que se perdieran los bajos. Y que se perdiera el color del timbre vocal.
La cosa empezó y acabó con romances. Con vestido negro y pendientes, chaquetilla y zapatos marfil, cantó Fernández a capela algunos de los romances grabados en los primeros setenta por el Negro del Puerto y los hermanos Del Cepillo, el Cojo Pavón, etc., para luego internarse por la vía del romance mairenista, esto es, a ritmo de soleá bailable, que tanto gusta en Lebrija, donde tiene orígenes familiares la cantaora. Esperanza Fernández está en un gran momento, con la voz muy madura, plena de colorido, de matices, pero sin perder esa lozanía, ese aire naif tan característico. En la primera parte asistimos a un recital muy maduro que se adentró por los caminos de la malagueña que una tradición atribuye a Gayarre Chico, para derivar en abandolaos, cada vez más frenéticos. La vidalita, solemne, íntima, casi una canción, condujo a la guajira por bulería. Y ahí acabó la primera parte. En la segunda la cantaora irrumpió en el escenario con una bata de cola azul con volantes blancos, que provocó el júbilo en los asistentes. Como decía más arriba, Fernández recurrió en esta segunda parte a una voz aguda que en muchas ocasiones rozó, o llegó a convertirse, en una voz gritona donde se pierden los matices. Quizá la intérprete se siente más cómoda ahí. Y, desde luego, el público no opinó como yo, ya que esta segunda parte fue la más aplaudida. Cantó por soleá, con gusto por los estilos utreranos, y también una seguiriya que interpretó, por primera y única vez en la noche, con Miguel Ángel Cortés a solas. También hizo, fuera de programa, una sevillana autobiográfica de la familia Fernández. Y remató por bulerías acordándose de un poema de Juan Ramón Jiménez que popularizaron en su momento Lole y Manuel, para cerrar con el romance dieciochesco de Las tres cautivas. Cortés ofreció un tema titulado Tagrabu, es decir, taranta-granaína-bulería, con un prodigioso despliegue de recursos, ingenio y entrega.
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